A mí Butterfly me encanta: vale que es lenta, vale que la mayor parte del primer acto es un poco rollo, y hasta yo me la salto alguna vez... Pero es sentimiento en estado puro, lánguido y doloroso, no como esas ñoñeces que se oyen en La bohème. Pocas óperas muestran tan perfectamente la evolución de un personaje desde la inocencia al desengaño, desde Ancor un paso or via hasta Va, gioca gioca. Solo su primera y su úkltima intervención valen ya toda una ópera:
No estoy de acuerdo en que Cio-Cio-San sea un personaje de trazo grueso: puede decirse de Mimì, Tosca o Minnie, pero jamás de Butterfly, porque Butterfly no es la inocencia cristalina de nuestra parisina: es una inocencia casi perversa, cómo se ríe sólo de pensar en su tío bonzo derrotado, cómo se burla de los dioses, cómo llega a amenazar al mismísimo cónsul. No es una mujer débil: es una niña que sólo ha conocido un destello de felicidad en su vida, que la ah dejado deslumbrada. Ella no está enamorada de Pinkerton, que al fin y al cabo no tiene nada de extraordinario: está enamorada de los EE.UU., de lo lejano, de lo exótico, la geisha proyecta todos sus anhelos sobre Pinkerton. No hay más que oírla hablar orgullosa de "su país": no se enamora perdidamente de Pinkerton y renuncia a su patria por ello, sino que se enamora por haber renunciado a la patria.
Butterfly no es tan crédula como aparenta ser: el Acto II, hasta que avistan la nave de Pinkerton no es más que autoconvencimiento: "Verás como Pinkerton vendrá, verás como no nos falla". En el fondo, ella tiene tantas dudas como Suzuki, si no no se escandalizaría cada vez que alguien sugiere que Pinkerton no vendrá. ES la actitud de quien quiere creer, no de quien cree, una fe podría decrise hasta interesada. Es evidente que Pinkerton no vendrá, pero no puede admitirlo, sería renunciar a ese sueño de felicidad y amor que la había alejadod e la deshonra de ser geisha.
La otra razón de peso sería il bimbo, su hijo, un niño abandonado por su padre, al que ella ama más que a sí misma, porque ve que él puede realizar aquello que para ella es imposible, ir a ese gran país donde todos serán felices. Pero una vez que renuncia a ser americana, o sea, renuncia a Pinkerton, ella ya no peude seguir con vida: vuelve a ser japonesa, ya no es la rinegatta e felice, simplemente es la renegada, y la única alternativa que le queda es el sepukku. No es una muerte por despecho, es una muerte por honor: Cio-Cio-San alcanza la madurez mediante el suicidio, asume quién es en realidad y todos sus errores. Se trata de un acto valiente, como pocos suicidios en ópera.
Espero que alguien halle un mínimo de coherencia en esta exposición tan a vuelapluma...
Y me voy, a seguir escuchando la Butterfly de Scotto