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¿Quién ganó la batalla?
Ésta es la mejor o la peor música que he escrito nunca (Benjamin Britten, 1974)
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Mirándola a la luz de las palabras de Auden del capítulo anterior, la obra de Britten se nos presenta como un metódico ejercicio de composición, fruto del detallismo obsesivo y del trabajo constante, asaltado de vez en cuando por el poder de lo misterioso y lo seductor. Normalmente Britten dibuja analíticamente las situaciones y los personajes con un lenguaje austero y certero. Pero de pronto la partitura queda invadida de una sensualidad primaria, sencilla y arrebatadora que hace soñar al oyente con las tierras más cálidas e innombrables del subconsciente. Y cuando el compositor, con un brillo en los ojos y un febril temblor en la pluma, se deja vencer por el mundo de lo sensual, la fuerza de su música alcanza cotas espectaculares.
Recordemos si no, el precioso pasaje de
Sueño de una noche de verano en el que Oberón hace soñar a Puck con esa bella loma que de pronto hace explotar sus aromas en la partitura (
pequeño comentario a la audición):
Escuchar
I know a bank where the wild
thyme blows, where oxlips
and the nodding violet grows,
quite over-canopied
with luscious woodbine,
with sweet musk-roses
and with eglantine:
there sleeps Tytania
sometime of the night,
lull'd in these flowers
with dances and delight;
and there the snake
throws her enamell'd skin,
weed wide enough to wrap
a fairy in:
and with the juice
of this I'll streak her eyes,
and make her full
of hateful fantasies.
Es increíble cómo el canto de sirenas no es simplemente una descripción bucólica, sino que
encierra algo oscuro, algo misterioso y, como comentábamos en la primera escena de Muerte en Venecia, algo peligroso, a través de un mundo de recursos, como las disonancias y la capacidad evocadora de ciertos instrumentos.
Odiosas fantasías...
Esa sensualidad peligrosa, que atrae al
abismo, también la encontramos en la fascinante
Vuelta de Tuerca. Esta vez el hechizo lo invoca Peter Quint, el fantasma de la celesta (hablaremos de eso
), en la última escena del I Acto (ver la magnífica ópera del mes de Idi):
I am all things strange and bold,
The riderless horse Snorting,
stamping on the hard sea sand,
The hero-highwayman
plundering the land.
I am King Midas with gold in his hand.
Piper, autora también del libreto de Muerte en Venecia, inventó para los fantasmas un lenguaje en el que James no había pensado. Y de nuevo el mundo de lo innombrable, de lo desconocido nos asalta (
In me secrets, and half-formed desires meet, dice Quint).
En
Muerte en Venecia ese ataque de lo sensual, de lo Dionisíaco, por hablar en los términos que insinuaba Auden y los de la propia obra, se convierte en definitivo y personal. Ya no es un tema lateral (aunque omnipresente, como vemos, en la obra de Britten), una explosión que aparece de pronto, sino el epicentro de todo, la última mirada que Britten lanzó al campo de batalla en el que había vivido durante tantos años. Y las circunstancias quisieron que él muriera con su personaje, que él mismo expirara parte de su ser obsesionado por dibujar ese último aliento de Aschenbach en la playa de Venecia. En definitiva, que por una vez en su vida el Caos venciera al Orden. La peor o la mejor música que nunca había compuesto. Todo lo anterior vencido por algo nuevo, por el aroma dulzón y casi tóxico que va invadiendo desde la primera escena cada nota de Muerte en Venecia...
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