<center>Jokanaan – Juan el Bautista
Juan el Bautista, o simplemente el Bautista, fue un predicador y asceta judío, hijo del sacerdote Zacarías y de Isabel (Lucas 1, 5). Juan es el precursor de Jesucristo. Anunció la llegada del Mesías (Marcos 1, 7: “Y predicaba, diciendo: Viene detrás de mí el que es más fuerte que yo, ante el que no soy digno de agacharme a desatar la correa de su calzado”) y practicó el bautismo por inmersión en el Jordán. Tras ser encerrado en la fortaleza de Maqueronte, fue decapitado por orden de Herodes hacia el año 29.
Según Lucas (3, 1-3), Juan comenzó a predicar y a bautizar en el desierto «el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba Judea, cuando Herodes era tetrarca de Galilea, su hermano Filippo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, en tiempo del sumo sacerdote Anás y Caifás». Juan Bautista se definió a sí mismo como «voz que clama en el desierto: "rectificad los caminos del Señor"» (Juan 1, 23).
El nombre hebreo de Juan, “Iaokanann”, significa “Yahvé es favorable”. A partir de ahí, el nombre de “Yokanaán” es la transcripción que Flaubert hizo en su Herodías del ese nombre hebreo de Juan (cf. Flaubert, Tres cuentos, Alianza editorial, trad. de M. Armiño, Madrid, 1998). El exotismo de esta trascripción interesó especialmente a Wilde para “descafeinar” el rol de sus atributos cristianos. Asimismo, al referirse a Juan como “Yokanaán”, eliminaba su condición de “Bautista”, el elemento genuinamente cristiano que le vinculaba con el Mesías de forma irrevocable. Wilde reelaboró así el rol de Juan, consumando una personalísima secularización del mismo.
El personaje de Juan es, si cabe, más fascinante que el de Salome. Al menos, a resultas de la reelaboración operada en él por Wilde y Strauss. Frente al perfil “ortodoxo” que de él nos devuelven los Evangelios, el Yokanaán que nos ocupa es ya un hombre moderno, sujeto a tensiones y contradicciones varias. En concreto, Wilde y Strauss nos presentan a Juan como alguien que se debate entre el mundo interior que va ligado a su misión y a su profecía, y el mundo exterior, plagado de tentaciones y sinsabores, al que ha de renunciar por mor de su causa. Mientras permanece encerrado en la cisterna, inmerso en su propio mundo, en su mensaje, en suma ensimismado, no hay para él tentación que valga más allá de la profecía. Y sin embargo, la luz cegadora que se encuentra al salir de la cisterna le pone cara a cara con una joven curiosa que desea su cuerpo, que anhela besar su boca. El convencido profeta deberá entonces hacer frente a la tentación, a la carne, al sexo que se le ofrece a la palma de la mano. Nos encontramos así con una tensión electrizante entre la fe y sus hipotecas, entre el mesianismo y sus prohibiciones, en suma, entre la ortodoxia y cuanto la supera. Salome es, no hay duda, un extremo, al menos tal y como Wilde y Strauss nos la presentan. Ella no sólo encarna el “mundo exterior”, el “pecado” o como queramos llamar a cuanto queda más allá de los estrictos límites impuestos por la fe. Salome es una manifestación radical del deseo sexual, del apasionamiento más agresivo y violento. Se trata, en ambos casos, Juan y Salome, de posturas radicalizadas por las lecturas de Wilde y Strauss. Cabrían, pues, muchos más matices a la tensión que experimenta Jokanaan a cada nuevo intento de seducción por parte de Salome, pero creo que nos entendemos suficientemente con lo dicho hasta aquí.
Algunos intérpretes –ya diremos cuáles- han caído en la tentación de exagerar el tono profético de Jokanaan, haciendo de él un monolito insensible, un pan sin sal, incapaz de sucumbir siquiera un instante a las seducciones de Salome. Es un error, a mi juicio, presentarlo así. Si algo nos interesa de Jokanaan es esa singular dialéctica que Wilde y Strauss ponen en escena, entre el convencimiento radical de la fe y la insistente tentación de cuanto la rebasa y excede. Es preciso, por tanto, encarnar a Jokanaan con algo de “cintura”, dejando entrever en la agresividad con que rechaza a Salome algo más que una tajante ortodoxia. Como ya diré en su momento, es imprescindible echar un ojo a la encarnación de Terfel en el DVD con Malfitano. Terfel nos “pinta” allí a un Jokanaan vulnerable al tiempo que ensimismado. Cada aproximación –física y verbal- de Salome lo agita sobremanera, sabedor de que en cualquier momento podría traicionarse, abandonar su profecía y sucumbir a los deseos de la joven princesa. En el caso de Terfel, hay un fuerte componente escénico, actoral, contribuyendo a la eficacia de su recreación. Será Van Dam el Jokanaan, desde mi punto de vista, que más se acerque por la pura inflexión vocal a devolvernos esa impresión de un Jokanaan vulnerable, a veces inseguro, tenso, capaz de dudar ante Salome.
En breve iniciaremos el duelo de Jokanaans con Sharpless. No os lo perdáis. Allí podremos calibrar mejor todo lo dicho en este post.</center>
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