Alberich el Negro escribió:
Voto por la sanidad pública y voto también por una administración de funcionarios y empleados públicos que no deben su plaza más que al mérito propio de la oposición. Porque esa independencia, precisamente, es la que permite garantizar un trato justo, igualitario y equitativo a los ciudadanos. Piensen en los desmanes operados por los numerosísimos cargos de confianza (políticos) que tenemos en España e imaginen que toda la Administración dependiera de tipos como esos (que deben sus cargos a alquien). Piensen en un país presidido por las cesantías, como lo fue la España decimonónica del caciquismo y la Restauración...
Perdonen ustedes por la perorata, pero como esto lo escribo en el hilo de "Pongan lo que se les ocurra" y estoy confinado, pues...
Alberich BIG. Si alguien no ha leído "Miau" de Galdós, ya está tardando.
Muchos y muy malévolos mitos en torno a la Función Pública. Yo cada vez alucino más con la impudicia con la que se afirma que los funcionarios son una cuadrilla de gandules, al tiempo que se convive con la innegable evidencia de que todos los días abren los colegios, se atiende en los ambulatorios, se hacen cirugías, hay policías, guardia urbana, bomberos y Ejército, hay jueces, fiscales, inspectores de Hacienda, de trabajo, abogados del Estado, las pensiones y las becas se tramitan y se pagan, las subvenciones se estudian y se resuelven, los informes jurídicos se emiten, las licencias se conceden (o se deniegan) de forma motivada, las resoluciones se dictan, los recursos se resuelven, la obra pública se ejecuta, los impuestos se recaudan, los contratos administrativos se licitan, las OPEs se convocan y se evalúan y los boletines oficiales publican una cantidad ingente de actividad administrativa todos los días. Para ser todos tan gandules, alguno se les ha tenido que colar que es muy muy muy pringado, porque trabaja él solo para todo el país.
Dicho lo anterior, creo que el malnombre de la Función Pública se debe fundamentalmente a tres razones, de legitimidad variable. Uno, que la tolerancia de la Administración ante la holgazanería de un trabajador es mayor que la empresa privada...pero no tanto. Por más que se toque uno la chirla, si es funcionario, la continuidad en el empleo público parece más garantizada, pero tampoco es una realidad absoluta: existen (si bien con cuentagotas) los expedientes de remoción, existe un abuso escandaloso de la contratación temporal (que cesa, eventualmente, sin indemnización, a la espera de cómo adopten los tribunales españoles recientísima jurisprudencia europea de que eso no puede ser) y existe una presión ambiental: los compañeros que tienen que hacer lo que el holgazán no hace presionan, los jefes de servicio presionan, los políticos que quieren ver proyectos culminados presionan, y al final, quien se escaquea es una minoría ridícula. Y tampoco la empresa privada va del palo "you're fired" de película americana: hay indemnizaciones, sindicatos y garantías legales que complican el despido "alegre" de uno que al jefe le parece que se toca los cojones.
El segundo motivo que da mal nombre a la Función Pública únicamente quiero anotarlo porque su debate no procede en un foro de estas características: la cercanía del poder político y las posibles interacciones entre el escrupuloso respeto a la ley, la búsqueda de interés general y la búsqueda de intereses particulares o de partido. Pero si un político sale pirata, el funcionario es precisamente el que mayor presión soporta para que apruebe lo que no puede aprobar y quien más desamparado está.
Pero hay un tercer motivo, españolísimo como pocos, para aborrecer al funcionario: la envidia. No sé si soy mucho más viejo o mucho más joven que ustedes, pero cuando yo estudiaba la carrera y nos planteábamos qué hacer después, opositar era de perdedores. Pero de perdedores irresolubles. Años de estudio que igual no hallaban recompensa por sueldos de risa (o que lo parecían, a la luz de lo que se manejaba en la privada en esa segunda Belle Époque que fueron los años iniciales de este siglo) y vida gris detrás de carpetas que eran todas iguales. Lo guay era emprender, poner asesorías y gestorías, especializarse en mercantil o colocarse de soldado raso en una gran firma y ser hábil para ascender. Pero llega la crisis de 2008, y de repente, mientras a muchos guays se les acaba la fiesta, licenciados universitarios que trabajaban como administrativos interinos en la Administración logran mantener sus empleos y sus sueldos más o menos dignos (pese a recortes cuantiosos) y en el imaginario colectivo pasan de ser los tontos del barrio a ser unos hijos de puta y unos gandules que solo toman café. Pues muy bien.
Que oigan, cada uno es libérrimo de odiar a quien se le ponga en los cojones (yo odio a Leontyne Price y a Giuseppe di Stefano y no pedí permiso a nadie para hacerlo), pero no está de más odiar con algo de perspectiva.