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PARIS-ROUBAIX 1896-2024 (Domingo 7 abril. Edición CXXI) “Cada vez que veo a un adulto sobre una bicicleta, recupero la esperanza en el futuro de la humanidad.” (H.G. Wells)
Le Carrefour de L’Arbre es un tramo adoquinado de dos mil cien metros que atraviesa la comuna de Gruson, en el departamento de Pas-du-nord-de-Calais, junto a la frontera franco-belga. De la treintena de sectores empedrados que aderezan los doscientos sesenta kilómetros de la prueba ciclista Paris- Roubaix, Le Carrefour de L’Arbre se sitúa a tan sólo diecisiete de la meta, y suele ser el punto en el que la carrera alcanza su momento culminante, recibiendo las “cinco estrellas” que le identifican como uno de los segmentos de máxima dificultad. Los adoquines que conforman la calzada proceden casi íntegramente de unas canteras situadas en la localidad valona de Lessines de las cuales se ha extraído mineral de pórfido para pavimentos desde mediados del siglo XIX. El carril central de estos inhóspitos senderos está abombado y el llamado “pavé” se vence violentamente hacia las cunetas creando un profundo desnivel de tal modo que rodar sobre estos caminos es como hacerlo sobre la columna vertebral de un inmenso dinosaurio. Es imposible no empatizar con los ciclistas abatidos y diseminados en los bordes del trazado, pie a tierra, con grandes heridas en el cuerpo, las cadenas de las bicicletas hechas un nudo, los manillares doblados, los rostros cubiertos con una máscara de fango y las ilusiones hechas añicos. Casi todas las grandes figuras del ciclismo han ganado en Roubaix y casi todos también han pasado alguna vez por el hospital tras medir con su espinazo esas muelas afiladas que convierten la ruta en una especie de gigantesca sierra tronzadora. Los aficionados belgas de la vecina región de Flandes suelen cruzar la frontera y abarrotar el recorrido ondeando las aleonadas banderas flamencas y regando los caminos con ríos de dorada cerveza trapense: y es que “El infierno del Norte” es, desde 1896, el escenario de una batalla nacional en la que franceses y belgas dirimen sobre las rocas de la carretera sus rivalidades ancestrales a la caza del trofeo del ganador, una réplica de uno de los miles de adoquines sobre los que se escribe la dura historia de esta prueba inhumana. Rik van Steenbergen (1948, 1952) y Rik van Looy (1961,1962, 1965) Rik I y Rik II de Amberes- Theo de Rooy (Ciclista) "…Es una mierda... esta carrera, es un montón de mierda: Estás sufriendo como un animal, no tienes tiempo para orinar y te lo haces encima. Vas pedaleando sobre el barro, resbalando… y es una mierda... Debes limpiarte si no quieres perder la cabeza." - John Tesh (Reportero- y músico-): "¿Volverás a correrla?" - Theo de Rooy: "¡ Por supuesto, es la carrera más bonita del mundo !"Cuesta discriminar correctamente el grado de deterioro físico y mental que supone una Paris-Roubaix, “La última gran insensatez que el ciclismo plantea a sus participantes.” en palabras de su antiguo organizador Jacques Goddet. La velocidad enloquecida, la obligación ineludible de transitar en las posiciones de cabeza para mejorar la visibilidad y evitar accidentes, hacen que la alerta sea máxima desde el primer tramo de “pavé” hasta la meta. La concentración es tal que los corredores no tienen tiempo material para desentenderse de la prueba y satisfacer sus urgencias fisiológicas, entre ellas la desnutrición, así que muchas veces se las llevan puestas. La lluvia y el frío, enemigos implacables e invitados habituales (al menos en los tiempos en los que el clima se comportaba de forma normal) se introducen en los huesos maltratados y entumecen los músculos de las piernas. A veces las manos ulceradas por la percusión del manillar pierden el sentido del tacto, lo que conlleva frenazos extemporáneos que multiplican el riesgo de caídas y colisiones. Las vibraciones causadas por el adoquinado continúan machacando la moderna amortiguación de las bicicletas, tal que antaño, y replican sin piedad sobre la espalda, los riñones y el cuello de los deportistas como si fueran un millón de pequeños martillos. Los últimos kilómetros se siguen hoy haciendo eternos. Los que superan este suplicio tienen su recompensa al entrar en el velódromo André Petrieux de Roubaix. Allí negocian la última vuelta y media a ese anillo de lisa superficie en el que las ruedas, tras brincar como pulgas durante horas, parecen deslizarse sobre una reparadora lámina satinada. Luego, los supervivientes se asean en las vetustas duchas del antiguo velódromo en cuyas cabinas de hormigón se clavan las placas con los ilustres nombres de los ganadores, esos escasos privilegiados que conocen de primera mano cuan fuerte y adictivo puede llegar a ser el dulce sabor de la tortura y del éxito.Roger de Vlaeminck (1972,1974, 1975 1977), Eddy Merckx (1968, 1970, 1973) y Francesco Moser (1978,1979, 1980): El “Gitano”, el “Caníbal” y el “Sheriff”."Es como si Roger conociese la ubicación exacta de cada adoquín.” (Eddy Merckx)En torno al kilómetro ciento sesenta, en la Troueé d’Arenberg , y si es que llueve, el barro suele convertir el brutal tramo del bosque en una ciénaga. La cresta empedrada, el lomo de roca ígnea elevado sobre las galerías de las minas de hulla abandonadas aguarda a los esforzados de la ruta para hacer efectiva la secular venganza que la topografía suele cobrarse periódicamente sobre el hombre. Algunos valientes, más bien temerarios, conciben la descabellada idea de atacar en este diabólico sector incorporado a la carrera en la edición de 1968. Sus dos mil cuatrocientos metros rectos en ligero ascenso transcurren por un piso en condiciones lamentables. Los adoquines centenarios sobresalen como las púas de un enorme erizo acorazado y el barro, o el polvo, convierten la larga lengua gris en un camino sin retorno hacia la fisioterapia intensiva. La interminable recta se adentra como la hoja de una espada en el interior de un bosque fantasmagórico y dominado por las tinieblas. Algunos supersticiosos ensanchan el proscenio del teatro y afirman que durante las noches cerradas aún se advierten las voces de los combatientes abatidos en la región durante las grandes hostilidades, el tartamudo tableteo de las ametralladoras de posición colocadas tras las trincheras inundadas, los agonizantes quejidos de los soldados atrapados en los alambres de espino, los estertores de los mineros barridos por la avalancha y por el grisú… La guerra y la mina han bajado su negro telón hace ya una eternidad, pero muchos años después, ahora sobre la vieja carretera troquelada, en Arenberg aún sigue derramándose la sangre.Gilbert Duclos-Lasalle (1992, 1993) Franco Ballerini (1995, 1998) y Johann Museeuw “El León de Flandes” (1996, 2000, 2002)"Cuando bajabas en la jaula, a quinientos metros de profundidad, nunca sabías con seguridad si volverías a subir. No es algo en lo que se pueda pensar… Como en Arenberg… Mejor no dejar que el miedo entre." (Jean Stablinski: Minero del carbón en Arenberg, ganador de la Vuelta a España en 1958 y Campeón del Mundo de ciclismo en ruta en 1962)Con el piso embarrado, rodar en Arenberg es como hacer equilibrios sobre un cable de alta tensión; un pequeño fallo y estás en el suelo, quebrantado por el rotundo rigor de la piedra. Algún que otro ciclista, de estilo tosco, ha experimentado mágicas transformaciones estéticas bajo la lluvia y adquirido una expresividad casi lírica. Su aspecto rústico se ha transfigurado en el de un atleta grácil y a la vez poderoso, como un elegante caballo de carreras. En su pequeño volumen “El crucero de la chatarra rodante”, Francis Scott Fitzgerald situaba las peores carreteras del mundo entre Durham y Greensboro, en la parte alta de Carolina del Norte. El gran novelista norteamericano había recorrido esas peligrosas rutas al volante de un destartalado Expenso durante el verano de 1920, pero no tenía idea de lo que significaba atravesar Le Carrefour de L’Arbre a pedales y en medio de una granizada terminal. El paisaje básico en Le Carrefour ofrece una imagen abrupta. Grandes llanuras de hierba alta y terrenos de labrantío hasta donde alcanza la vista; algunas modestas concentraciones de árboles irregularmente distribuidas por la planicie inabarcable; pequeñas flores amarillas en las cunetas descuidadas y un enorme silencio sólo roto, quizás, por el canto de alguna curruca capirotada. En medio de la explanada aparece la línea desnuda, trabada en ángulo recto, llena de estrías y piedras sueltas. Cuando pasa la Paris-Roubaix, el escenario se transforma. Las orillas de la carretera se abarrotan con un público enloquecido que anima a sus corredores favoritos con gritos, pancartas y estandartes aurinegros. La caravana de coches, motos y bicicletas se arrastra ruidosamente por la campiña como un gran cocodrilo patrullando por su territorio de caza. Bocinas, frenazos, golpes, lamentos de dolor de los ciclistas heridos; nubes de polvo, salpicaduras de barro, micrófonos de radio, cámaras de televisión… La primaria vida campestre se hace su fotografía anual en medio de la feria de las vanidades. Dos mil cien metros desquiciantes hasta llegar al rótulo situado frente al Bar de L’Arbre... Mas de uno allí, “entre los polvorientos y húmedos hipogeos”- que diría Borges- ha creído tener ya el triunfo en su mano, imaginando su fotografía exultante en la portada de Le Vélo o de L’Equipe con un gran titular laudatorio a pie de página y saboreando por anticipado el recibimiento entusiasta de sus paisanos en su pueblo natal … Pero el “pavé”, cuya rigidez de grado 5 en la escala de Mohs supera a la del mármol, está repleto de trampas; los adoquines se mueven desplazando la ferretería de las bicicletas hasta derribarlas y entre los pedruscos se emboscan todo tipo de sorpresas:… fragmentos de cristales rotos, piezas de metal desprendidas, espinas y palos que pinchan los tubulares y desvían la trayectoria de las máquinas, gelatinosos restos de excrementos animales, y charcos aparentemente inofensivos que camuflan grietas de varios centímetros de profundidad y en donde las ruedas pierden toda su tracción, desmontando al especialista más habilidosos. Entre el clamor de los comentaristas todavía resuenan en la memoria las viejas cantinelas del locutor de la RAI gritando enardecido, frente a su micrófono, las nuevas e inesperadas vicisitudes de la carrera “¡¡¡ Quindici chilometri all arrivo ¡¡¡ Moser al comando !!!”. Vivimos inmersos en la era tecnológica de las vitaminas mágicas, de la fibra de carbono, del titanio y de los materiales sintéticos, pero ésta es una epopeya inmemorial de sudor, dolor y traumatología, una historia centenaria que repta ya por tres siglos distintos rebozados en una áspera tempura compuesta de musgo, feldespato y sangre coagulada que se enraíza en los tiempos heroicos de los primeros neumáticos intercambiables Michelin , el “Cambio Corsa” de Tulio Campagnolo y las bicicletas de acero… Josef Fischer (1896) primer ganador: Fabian Cancellara (2006, 2010, 2013) vs Tom Boonen (2005, 2008, 2009, 2012) el penúltimo gran baile. Van der Poel (2023, 2024) vs Van Aert; el futuro ya está aquí.VIDEO Le Troueé d’Arenberg https://www.youtube.com/watch?v=cBWAHSlWQGIVIDEO Le Carrefour de L’Arbre https://www.youtube.com/watch?v=J1r_Xm11eScVIDEO: “A Sunday in Hell / En Forårsdag i Helvede ” -Un domingo en el infierno (Paris-Roubaix 1976)- Jorgen Leth https://www.youtube.com/watch?v=6mOcaFT0nX4------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- P.D: 8 de Marzo: Van der Poel firma una nueva obra maestra en la Paris Roubaix 2024 y a falta de rivales a su altura lucha (y vence) de nuevo contra si mismo con un ataque suicida en el sector de Orchies, a 60 kilómetros de meta, que le sale a pedir de boca. Potencia, valentía, estética y técnica depurada de pedaleo sobre adoquín. Como afirma César Ortuzar en el diario Deia: "Van der Poel es una hipérbole en la Paris-Roubaix."
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"Il teatro e la vita, non son la stessa cosa."
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