Burlador de Sevilla.
JUAN: Dónde estoy?
TISBEA: Ya podéis ver,
en brazos de una mujer.
JUAN: Vivo en vos, si en el mar muero.
Ya perdí todo el recelo
que me pudiera anegar,
pues del infierno del mar
salgo a vuestro claro cielo.
Un espantoso huracán
dio con mi nave al través,
para arrojarme a esos pies,
que abrigo y puerto me dan,
y en vuestro divino oriente
renazco, y no hay que espantar,
pues veis que hay de amar a mar
una letra solamente.
TISBEA: Muy grande aliento tenéis
para venir sin aliento,
y tras de tanto tormento,
mucho contento ofrecéis;
pero si es tormento el mar,
y son sus ondas crüeles,
la fuerza de los cordeles,
pienso que os hacen hablar.
Sin duda que habéis bebido
del mar la ración pasada,
pues por ser de agua salada
con tan grande sal ha sido.
Mucho habláis cuando no habláis,
y cuando muerto venís,
mucho al parecer sentís,
plega a Dios que no mintáis.
Parecéis caballo griego,
que el mar a mis pies desagua,
pues venís formado de agua,
y estáis preñado de fuego.
Y si mojado abrasáis,
estando enjuto, qué haréis?
Mucho fuego prometéis,
plega a Dios que no mintáis.
JUAN: A Dios, zagala, pluguiera
que en el agua me anegara,
para que cuerdo acabara,
y loco en vos no muriera;
que el mar pudiera anegarme
entre sus olas de plata,
que sus límites desata,
mas no pudiera abrasarme.
Gran parte del sol mostráis,
pues que el sol os da licencia,
pues sólo con la apariencia,
siendo de nieve abrasáis.
TISBEA: Por más helado que estáis,
tanto fuego en vos tenéis,
que en este mío os ardéis,
plega a Dios que no mintáis.
y El Enfermo imaginario:
ANTOÑITA. Dadme vuestro pulso. A ver; hay que latir como Dios manda. ¡Ah!, ya os haré yo palpitar como es debido. ¡Ta! Este pulso hace impertinencias; ¡cómo se ve que no me conocéis todavía! ¿Quién es vuestro médico?
ARGAN. El señor Purgón.
ANTOÑITA. Este hombre no se encuentra inscrito en mis listas de grandes médicos. ¿De qué enfermedad os dice que sufrís?
ARGAN.Dice que es del hígado, y otros dicen que es del bazo.
ANTOÑITA. Son todos unos ignorantes. Es del pulmón de donde estáis enfermo.
ARGAN. ¿Del pulmón?
ANTOÑITA. Sí. ¿Qué sentís?
ARGAN. De cuando en cuando, sufro dolores de cabeza.
ANTOÑITA. Precisamente, el pulmón.
ARGAN. A veces me parece que tenga un velo ante los ojos.
ANTOÑITA. El pulmón.
ARGAN. En ocasiones, siento náuseas.
ANTOÑITA. El pulmón.
ARGAN. De cuando en cuando, me invade un decaimiento de todos los miembros.
ANTOÑITA. El pulmón.
ARGAN. Otras veces me torturan unos dolores en el vientre, como si fuesen cólicos.
ANTOÑITA. El pulmón. ¿Coméis con apetito?
ARGAN. Sí, señor.
ANTOÑITA. El pulmón. ¿Os gusta beber un poco de vino?
ARGAN. Sí, señor.
ANTOÑITA. El pulmón. ¿Os viene un ligero sopor después de la comida y os gusta dormir?
ARGAN. Sí, señor.
ANTOÑITA. El pulmón, el pulmón, ya os lo he dicho. ¿Qué os recomienda vuestro médico como alimentación?
ARGAN. Me aconseja una sopa de verduras.
ANTOÑITA. Ignorante.
ARGAN. Un poco de pollo.
ANTOÑITA. Ignorante.
ARGAN. Ternera.
ANTOÑITA. Ignorante.
ARGAN. Caldos.
ANTOÑITA. Ignorante.
ARGAN. Huevos frescos.
ANTOÑITA. Ignorante.
ARGAN. Y, por la noche, ciruelas para laxar el vientre.
ANTOÑITA. Ignorante.
ARGAN. Y, sobre todo, beber el vino muy aguado.
ANTOÑITA. Ignorantus, ignoranta, ignorantus. Tenéis que beber puro vuestro vino, y, para espesar vuestra sangre, que es demasiado débil, hay que comer buey gordo, tocino gordo, buen queso de Holanda, sémola y arroz, castañas y barquillos, para juntar y conglutinar. Vuestro médico es un asno. Os voy a mandar a uno de mi confianza, y yo vendré a veros de cuando en cuando, mientras me encuentre en la ciudad.
ARGAN. Os estoy muy agradecido.
ANTOÑITA. ¿Qué diablo hacéis de este brazo?
ARGAN. ¿Cómo?
ANTOÑITA. Este es un brazo que yo me haría cortar inmediatamente, si fuese vos.
ARGAN. ¿Y por qué?
ANTOÑITA. ¿No os dais cuenta de que atrae para sí toda la alimentación e impide a todo este lado que se nutra como es natural?
ARGAN. Sí, pero yo necesito mi brazo.
ANTOÑITA. Tenéis también un ojo derecho que me haría saltar, si estuviese en vuestro lugar.
ARGAN. ¿Hacerme saltar un ojo?
ANTOÑITA. ¿No advertís que molesta al otro y le quita toda nutrición? Creedme, hacéoslo reventar cuanto antes; notaréis en seguida que veis mucho mejor con el ojo izquierdo.
ARGAN. Esto no lleva prisa.
ANTOÑITA. Adiós. Me sabe mal dejaros tan pronto, pero es preciso que asista a una gran consulta que se debe celebrar para un hombre que murió ayer.
ARGAN. ¿Para un hombre que murió ayer?
ANTOÑITA. Sí, para informarse y saber qué hubiera debido hacerse para curarle. Hasta la vista.