Viendo como está el panorama, con tanto merengue enfrente, espero que entre todos evitemos el riesgo de que esto se convierta en un debate sobre el “madridismo” o sobre la gestión de don Florentino. Así que, aunque todas sus intervenciones tienen un aire de familia, trataré de responderles individualmente.
Señor Marqués, tengo la sospecha de que ni usted está sin empleo ni su sobrino ha suspendido ocho asignaturas: no se de por aludido.
En todo caso, le aclaro –imagino que innecesariamente- que he empleado el término “obsceno” en su acepción de “ofensivo o contrario a la modestia”, cualidad esta última poco valorada en el mundo del fútbol de alta competición.
Señor Tunner, ¿quién ha dicho que de “todo esto” tiene la culpa el fútbol? Me gusta el fútbol desde los tiempos de los chiripitifláuticos, así que difícilmente puedo haber escrito un disparate semejante. Primero, por la obvia razón de que el fútbol es una cosa y las cosas no tienen culpa de nada. Y, segundo, porque los responsables son o somos quienes hemos erigido una jerarquía de valores equivocada, que es de lo que pretendía hablar. Quienes pagan esos precios por las dichosas camisetas o por las operaciones de tetas de las niñas suelen dar mucho más valor al fútbol o a la estética del cuerpo que a la ciencia, el arte o la filosofía. Creo que eso es una mala noticia para la sociedad. ¿Ustedes no? Pero pretender que eso no tiene nada que ver con el fútbol es tan falaz como hacerlo responsable de la situación. El tinglado se mantiene a los niveles que conocemos gracias a eso.
La segunda parte de la intervención de Tunner y la idea general de Le Gou coinciden en lo que llamo el “argumento Giacobe (Sandro)”, brillantemente expuesto, eso sí, como no podía ser menos por tan ilustres foreros. “Las cosas son así”, “hay que entrar en el rulo”, el futuro está escrito y tal… Vuelvo a repetir que pretendía expresar una posición sobre el deber ser, que diría el filósofo. Porque, estimado Le Gou, eso de que las millonadas del fútbol pagan impuestos (hasta ahora ni eso, en el caso de los superfichajes extranjeros), crean riqueza y generan ingresos para el país, vale para justificar cualquier actividad económica legal que lo consiga e incluso para la legalización de algunas actividades que hoy se consideran delictivas. ¿Y? Lo que digo es que lamento que esa riqueza la genere el fútbol en mucha mayor medida que casi toda la investigación científica, por ejemplo. Cuando el club de sus amores paga cien millones de euros por el traspaso de fulanito y fulanito es santo de su devoción, usted aplaude y yo me acuerdo de los miles de becarios que malviven tras haber acabado brillantemente sus estudios. Pura demagogia, claro.
El último párrafo de Le Gou merece comentario aparte. Es un pronóstico que parece un deseo. No comparto ni uno ni otro. El futuro (léase “la esperanza”) de Europa no es convertirse en un museo, forma eufemística de definir un parque temático “centrado en el turismo, los servicios y sus conexiones”. Seguro que sus (y mis) admirados alemanes no piensan eso. Al menos no lo piensan ni lo quieren para su país. Ni lo creen en otros países europeos que prefieren dedicar sus inversiones a crear un tejido productivo que compita sobre la base de la oferta de bienes innovadores, de alto valor añadido conseguido gracias a la cualificación y la educación de sus ciudadanos. Lo de fiar nuestro fututo a reconstruir el chiringuito turístico sustituyendo la cutrez del
sun, beach & alcohol por el pijerío
superfashion ya deberíamos saber a dónde conduce. ¿Qué se crea riqueza? En España hemos sido campeones en “crear riqueza”. La pregunta es adónde ha ido a parar. Porque hay muchas formas de “crear riqueza” pero no todas tienen el mismo
valor.