Carl Tunner escribió:
- Comentarios sobre el caso y fenómeno "Plácido Domingo"
Plácido Domingo es como excesivo para este mundo. La voz es, además de bella, tremendamente musical, irresistiblemente cordial y en el punto justo entre el carácter
spinto y el romántico que tan fenomenalmente casa, al menos tímbricamente, con casi toda la ópera italiana de la segunda mitad del siglo XIX. Además, es un músico de una versatilidad muy llamativa y una resistencia incombustible al paso del tiempo. Ha sido, por descontado, uno de los grandes divulgadores de la lírica a públicos masivos (sin traicionar culturalmente a la música que cantaba) y, con todo demostrado en este mundo, ha sabido reinventarse continuamente, como
Heldentenor primero, y como barítono después (cuerda con la que, no obstante, ha coqueteado esporádicamente desde hace mucho tiempo). Por carrera, longevidad, repertorio, peso específico en el panorama lírico durante muchas décadas e influencia en el mundo musical, Plácido Domingo es un fenómeno inclasificable.
Reconociendo mi admiración por todo lo anterior, mi opinión personal de él es desigual. Ha sido fenomenal en algunos papeles, pero no, ni mucho menos, en los más de 150 que tiene en repertorio. Su técnica, aunque a él le ha servido (y yo me quito el sombrero ante la longevidad de su instrumento) me parece bastante imperfecta y, en ese sentido, un peligro para sus emuladores salvo que tengan, igual que él, las cuerdas vocales de amianto. Ha hecho de la fullería menor (y tolerable) una verdadera especialidad para salir del paso de comprometidísimas situaciones musicales, lo cual implica una habilidad descomunal, pero no una musicalidad siempre de ley. Y su continua reinvención, aunque no ha consumado ningún desastre artístico, le ha llevado a situaciones artísticas que me cuesta tolerar (como un acto entero de
Adriana Lecouvreur abismalmente bajado a su gusto) o que me interesa poco (el actual Boccanegra o el Rigoletto que se barrunta). Ha sido un cantante absolutamente de raza, el último grande de varios papeles italianos que carecen de continuidad, un absoluto experto de lo que significa hacer ópera, un exceso en todos los sentidos cuyo reino no es de este mundo, que me ha hecho vibrar de emoción en no pocas ocasiones, pero donde no todo lo que ha relucido ha sido siempre oro.
Carl Tunner escribió:
- ¿Cuánto cambió su opinión (a favor) sobre Edita Gruberova cuando la vió en vivo?
Gruberova ya era eterna para mí antes de verla en vivo, por una instrumentalidad avasalladora y algunos personajes hechos completamente suyos, Zerbinetta muy en particular. Oírla en vivo me confirmó, fundamentalmente, el impacto impresionante del instrumento al natural, cuya relación con los micrófonos, francamente, es ingrata con la eslovaca. Su asunción del
bel canto italiano es un tema más delicado. Siempre pensé (y mi experiencia muniquesa de
Norma no lo desmintió) que Gruberova tenía un problema, por decirlo de algún modo, "cultural" con el bel canto, que partía de la metalicidad del instrumento, proseguía por amaneramientos de difícil digestión (como portamentos exagerados, notas fijas y vicios de afinación) y terminaba con una inefable "falta de cordialidad" o de "naturalidad" con ese campo del repertorio, en especial por la falta de espontaneidad de su italiano y de sus presupuestos teatrales. Sus grabaciones en estudio de Bolena, Puritani, Sonnambula, etc. me habían interesado poco. Y en ese sentido, lo que sí logró en vivo (y ocurrió en Oviedo, y justo al final del programa -no antes-) fue destruir todas esas concepciones y sumergirme en una escena final del
Devereux absolutamente escalofriante por la implacabilidad de la voz y la dignidad rendida de quien, siendo dueña de Inglaterra y casi del mundo, no puede ya vivir sin amor. Nunca he vuelto a la grabación de aquella noche para saber si aquello ocurrió de verdad o me lo inventé. Lo único que sé es que durante cerca de 20 minutos, Edita Gruberova me sacó de este mundo a un estado de éxtasis absoluto del que sólo creo capaz a las verdaderamente grandes de todos los tiempos.
Carl Tunner escribió:
- ¿Algún cantante sobre el que tenía estupenda opinión y le decepcionó su comportamiento profesional o personal a la hora de trabajar con él de cara a un concierto o representación?
Pues no especialmente. Algún vicio de diva sí tuvimos que soportar alguna vez (en plan "
en vez de ensayar yo, que siga ensayando el coro, que hoy no termino de estar en gola; ya veré cuándo estoy como para mirar mi parte"), una vez una orquesta (que no citaré) nos hizo esperar su protocolario descanso para comer antes de grabar cinco minutos más e irnos a casa y en 1997 sufrimos dos "plantones" de Plácido Domingo, que canceló a última hora un par de colaboraciones con nosotros. Pero fue mucho más habitual lo contrario: el descubrimiento de lo cercanos, profesionales y amables eran personas como Kaludi Kaludov, Edmon Colomer o Evgeni Nesterenko.
Carl Tunner escribió:
- Para abrazar a morfeo con mayor rapidez, ¿Acto I de Sigfrido, Il sogno di Scipione, la vera constanza,, o alguna contemporánea a su elección?
Uy, ha ido a dar. Wagner no es mi universo musical "natural" o intuitivamente predilecto, pero con los años me he ido llevando estupendamente con él. Ahora bien, con el primer acto de Sigfrido no puedo, me parece una castaña imposible. Pocas obras me han aburrido más; quizá
Cástor y Pólux o alguna de Gluck.