Probablemente hubiese pocos cineastas más indicados que Kenneth Branagh para poner La Flauta Mágica en formato de cine. Sus adaptaciones de Shakespeare demuestran que Branagh es uno de los grandes, convirtiendo obras de teatro clásico no solo en correctas películas, sino en muchos casos incluso mejorando el producto inicial. Con un argumento tan pobre como Trabajos de amor perdidos Branagh consiguió hacer un filme aceptable, y es memorable su comienzo –no hablado- de Mucho ruido y pocas nueces. Incluso consigue implicar emocionalmente al espectador como posiblemente Lawrence Olivier no lo había logrado en una obra tan densa como Hamlet. Sin embargo, en esta ocasión el material original implicaba algunas dificultades añadidas que habría que salvar. Por una parte, Die Zauberflöte no es una obra de teatro estrictamente, sino una ópera, con las servidumbres que ello conlleva; y por otra hay que tener en cuenta la peculiaridad del argumento, muy difícil de formular de forma coherente en lenguaje cinematográfico. Salvo que el espectador tenga conciencia del contenido simbólico de la obra y de quiénes y por qué la llevaron a cabo, Die Zauberflöte no pasa de ser un cuento infantil de argumento estrafalario, salvado únicamente por la soberbia música de Mozart. Ingmar Bergman fue totalmente consciente de la trampa que esto representaba, y no quiso renunciar a filmar su Flauta Mágica sobre un escenario y con espectadores en el patio de butacas; añadiendo tomas creativas de entre los bastidores e imágenes de los asistentes, pero acogiéndose al convenio tácito que se establece entre los actores y público, que acepta conscientemente la ficción como realidad y los códigos de interpretación teatral. En esta ocasión Branagh entraba de lleno en el terreno cinematográfico, viéndose obligado a crear una historia creíble sobre una base sumamente complicada, y si bien el resultado ha sido tan impecable y con destellos geniales como suele ser habitual en él, la película sufre durante todo el desarrollo del pecado original de haber planteado el argumento de una forma bastante ajena a lo que es el contenido primigenio de Die Zauberflöte. Situados en un contexto de Primera Guerra Mundial, la Reina de la Noche adopta el papel de la Voluntad Belicista encarnada en mujer, y por otra parte Sarastro se ve convertido en líder de algo que casi parece una ONG cuyo único objetivo sea detener la guerra, para lo cual es necesario que Tamino y Pamina superen unas pruebas (¿?). Planteamiento políticamente correcto en 2007, pero que quizá dentro de unos años sea causa de que la película haya envejecido mal. Die Zauberflöte es una obra poliédrica, que puede plantearse no solo en clave masónica, sino también humanística, política, cabalística o como plasmación de la Ilustración, siempre manteniendo la coherencia. Sin embargo, para adaptar el argumento a su interpretación, Branagh ha alterado también considerablemente el texto, descafeinándolo de su carga iniciática y adaptándolo al nuevo relato.
El comienzo, la etapa de presentación de los personajes, es posiblemente la más fiel de la película. El prólogo creado con la obertura es tan brillante como pudo serlo el de Mucho ruido y pocas nueces, y la entrada lanzada de Tamino es espectacular. Es obligado hacer una mención especial al aria del retrato, en que aprovechando la idea de las fotografías vivas de Harry Potter, Branagh sumerge a Tamino en una vivencia personal que hace que el espectador pase por el momento argumental más precario de la ópera sin percibir esa debilidad. No obstante, resulta insuficiente la aparición de la Reina de la Noche, momento en que el personaje de análisis más sutil y complicado de la obra se ve reducido a una caricatura belicista. La llegada de Tamino al castillo de Sarastro es una decepción que marca el alejamiento que sufrirá la película con respecto a la ópera en lo sucesivo: quedan suprimidas las tres puertas (Razón, Sabiduría y Naturaleza) y con ello el debate sobre el acceso al Conocimiento que esta escena planteaba. No contento con ello, Branagh suprime también el papel del Orador (su parte es interpretada por el mismo Sarastro), y la tristeza del espectador purista llega al máximo cuando ve la escena de la Flauta Mágica liquidada y representada a duras penas para salvar el expediente. Esta escena, trasunto del encuentro de Orfeo y Caronte, había sufrido ya en manos de Schikaneder, que había dado paso libre a Tamino haciendo innecesario el canto embelesador de Orfeo, pero introdujo a cambio otra escena claramente órfica: el músico encantando a los animales. Con Branagh esta escena en que Tamino cruza el umbral pasa sin pena ni gloria. Desde la entrada de Tamino en el castillo, la película se debate entre lo que Branagh quiere contar y una música y unas escenas que no siempre se ajustan a ese mensaje antibelicista.
Si bien puede discutirse la idoneidad de que esta producción esté cantada en inglés, mucho más decepcionante resulta ver que los textos han sido muy alterados, adaptándolos al nuevo argumento y eliminando casi toda alusión a la Masonería. El momento peor, casi diría infame, es cuando la Reina de la Noche cuenta a su hija cómo fue deshonrada por Sarastro. Se puede obviar que la disputa entre ambos proviene por el Sol de Siete Círculos, en posesión de Sarastro tras heredarlo precisamente del difunto esposo de la Reina, y no hay por qué entrar en diatribas sobre la Palabra Perdida, pero transformar eso en un abuso sexual es un disparo a la línea de flotación del buen gusto. No obstante, Branagh es Branagh, y siempre sale con destellos creativos como el efecto especial de los sacos terreros reencarnando a los muertos e interpretando el duo de los Hombres Armados; o el monólogo de Papageno antes de suicidarse, pronunciado ante unos perritos que le dan una gran ternura. La película rebosa imágenes impactantes y muy hermosas, aprovechando los paisajes o la arquitectura gótica y clara del castillo de Sarastro, pero cada vez que se llega a un hito dentro de la texto original se ve deslucido por la falta de sentido dentro del contexto en que se ve inmerso. El momento cumbre de la prueba de fuego, exponiéndose al fuego de ametralladora de la Reina de la Noche y sus compinches, y de la pequeña inundación que marca la prueba de agua son vistosos pero exentos de sentido incluso para el que conoce bien la obra. Serán el tiempo y las cifras de ventas quienes dictaminen si su planteamiento fue acertado, porque una vez visto el resultado final cuesta mucho valorarlo positivamente.
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