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TITO SCHIPA
LA VIDA</center>
La fecha de nacimiento de Tito Schipa no es del todo segura. Oficialmente nació en 1889 en la ciudad de Lecce, capital de Apulia, bajo el nombre de Atilio Amadeo; parece más probable, sin embargo, que perteneciese en realidad a la quinta del 87 (lo de ocultar la edad no es cosa única de las divas…). De niño fue miembro de la cantoría de la catedral, donde ya demostró su sobresaliente intuición musical; el obispo se interesó por él hasta el punto de pagarle las lecciones, que primero tuvieron lugar en su ciudad natal, con el maestro Alceste Gerunda, y después en Milán, con Emilio Piccoli.
Una vez más, la fecha del debut es discutida. Supuestamente habría tenido lugar en 1910, en el piamontés Teatro Fachinetti, con
La Traviata, pero parece más probable una fecha anterior, la de 1908, cantando
Faust en la localidad mantuana de Bozzolo. En aquel tiempo actuaba solo en teatros de provincias, y siempre en papeles de lírico ligero. En 1911, en el Biondi de Palermo, cantó por primera vez el Elvino de
La Sonnambula, uno de los papeles que más celebridad le daría a lo largo de su carrera.
En la temporada 1912-13 debutó en el Teatro Dal Verme de Milán y en el Verdi de Trieste; su repertorio se había ampliado ya hasta óperas como
Mignon,
Fra Diavolo,
La Bohème,
Mefistofele,
Tosca,
Zazá,
Fedora,
Adriana Lecouvreur… es decir, a medio camino entre la vocalidad lírico-ligera y la más puramente lírica, o incluso spinta. Su primer inciso fonográfico lo realizó en 1913, en Milán; ese mismo año viajaría por primera vez a Argentina -país en el que conocería el éxito y el afecto duradero del público- para cantar
Lakmé en el Colón de Buenos Aires y, unos años más tarde, también en el Coliseo. De vuelta en Italia debuta en el San Carlo de Nápoles y en el Costanzi de Roma, alternando de nuevo óperas como
Don Pasquale o
Falstaff con otras más pesadas, como
Madama Butterfly. Es en esta época cuando se produjo su “matrimonio” artístico con la gran Amelita Galli-Curci; fue una pareja de un encanto irresistible y de un singular talento, que ha dejado para la posteridad algunas grabaciones irrepetibles.
En verano del 1914 volvió a cantar en la capital argentina, y debutó entonces el papel que quizá más celebridad le dio en aquellos primeros años de su carrera, al menos entre cierto sector del público: el Des Grieux massenetiano. Schipa, pequeño de estatura, ni feo ni guapo, pero de rasgos simpatiquísimos, muy desenvuelto en la escena, causó verdadera sensación entre el público femenino de aquel tiempo… con lo que no se quiere decir que abusase de efectos sentimentalistas, o, peor aun, “veristas”, a los que, de hecho, ni siquiera se acercó. En Milán, en el Dal Verme, repitió triunfos, por primera vez bajo la batuta de Toscanini, ganándose el respeto de este implacable director, y al fin en La Scala, ya en la temporada 1915-16, donde hizo
Manon de Massenet y
El Príncipe Igor. Desde el 1916 hasta el 1920, cuatro temporadas consecutivas, cantó en el Real de Madrid y en el Liceu; fueron óperas como
Il Barbiere di Siviglia,
Rigoletto,
La Sonnambula,
Manon,
Mignon,
Tosca y, por primera vez en 1919, el
Werther, su personaje predilecto. Otra de las cumbres de su carrera profesional fue el estreno de
La Rondine en la Ópera de Monte Carlo, el 27 de marzo de 1917, junto a la soprano Gilda Dalla Riza.
En 1920 fue contratado en la Ópera Lírica de Chicago junto a Galli-Curci, cantante que para aquel momento ya se había ganado el afecto incondicional del público norteamericano. Hizo en la ciudad del viento otras dos temporadas más, hasta el 1923, cantando
Lakmé,
Tosca,
La Traviata e
Il Barbiere di Siviglia. En 1932 apareció en el Metropolitan de Nueva York, donde cantó cuatro temporadas consecutivas; no regresó hasta 1940. La década de los 30 fue un constante ir y venir entre Roma -ciudad de residencia-, Milán y las dos Américas.
Poseedor de sólidos conocimientos musicales, que determinaron en buena medida su gran talento artístico, fue compositor de numerosas canciones y piezas religiosas, incluso de una opereta titulada
Principessa Liana, que estrenó en 1929 en el Teatro Adriano de Roma, haciendo él, como era de esperar, la parte de tenor, junto a la mezzo Pederzini.
Schipa, que jamás se opuso al régimen fascista, continuó cantando en Italia incluso durante los turbulentos años de la II Guerra Mundial. Pasado este periodo le quedaban todavía 10 años de intensa andadura teatral. En 1948, cumplidos los sesenta, cantó el
Werther en la Ópera de Roma, y un año después
Il Matrimonio Segreto e
Il Barbiere de Siviglia, con las que se despidió de la capital de Italia. El bonaerense, sin embargo, lo mantuvo en cartel hasta 1954, cantando
Lucia di Lamermoor y
L’Elisir d’Amore. Y fue con
Elisir que se despidió oficialmente de la escena, en su ciudad natal, Lecce: tenía sesenta y seis años.
Sin embargo, la penuria económica, a la que le condujo en parte un matrimonio tardío (como el de don Pasquale… ¡triste gracia!), del que le nacería un hijo ya a sus setenta años, le impulsó a volver a los escenarios. Hizo gira de conciertos por la URSS (Riga, Moscú, Leningrado…) en 1957; un año más tarde se le escucharía en España por última vez. Tuvo al parecer la intención de abrir una escuela de canto en Madrid, proyecto que quedó malogrado por la falta de recursos económicos. Se trasladó a Nueva York, donde impartió lecciones particulares de canto y se presentó todavía en recitales; su última aparición en público, en el Town Hall, fue el 15 de octubre de 1962. Murió el 16 de diciembre de 1965, en una situación próxima a la miseria. Después, el gobierno de Italia quiso que sus restos mortales fueran depositados en el cementerio de Lecce.
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LA VOZ</center>
Se ha dicho en infinidad de ocasiones que con Schipa, más que ante una buena voz, nos encontramos ante una auténtica inteligencia canora. Y fue, como se ha dicho, un gran conocedor de la música, un refinado intérprete que quizá desplazó a un plano secundario la vocalidad. Pero lo cierto es que, analizada ésta desde un punto de vista estrictamente instrumental, no son ni pocas discretas las virtudes que le encontramos.
Era una voz pequeña tanto de volumen como de extensión: hasta ahí claro. Celleti dice:
“La voz, en las notas graves y primeras centrales, era exigua y opaca, para volverse gradualmente timbrada y penetrante. No era extensísima, y por lo alto alcanzaba, si bien con algún problema, el Si natural.”
Los que lo escucharon en la década de los 20 o antes, sin embargo, testimonian algunas cualidades destacables. Cito al inefable crítico musical Enrique Sánchez-Torres, que daba esta descripción en el año 1921:
“El tenor Schipa está hoy en su apogeo de facultades. Su voz es más robusta y llena que la de Anselmi; su timbre no es tan fino; la vibración es acaso un tanto lenta; pero es también un maestro de la dicción, del fraseo, de la filatura, del fiato y del matiz; tiene algún mayor ímpetu o violencia dramática, y por el conjunto de sus cualidades llena perfectamente, y aun por algunos rebasa, el hueco dejado por Anselmi.”
Comparado su instrumento vocal al de Anselmi, favorito del Real a principios de siglo, encontramos no pocas similitudes:
“Es o era la voz de Anselmi, no de gran potencia si la comparamos con la de los tenores de gran voz; pero firme, enérgica y vibrante en particular desde el Fa al Si bemol, al Si natural y aun al Do, raras veces usado por él, del registro agudo; voz de timbre sentimental y poético, acariciante y tierno […], llena de elegancia, portada por un fraseo distinguido y magistral, por un arte de la filatura y del matiz que llegaba a convertir la nota en algo como un perfume delicadísimo o en un casi imperceptible ondular etéreo[…].”
Es interesante remarcar como algunos tópicos sobre Schipa en particular, o sobre la vocalidad del
tenore di grazia en general, adquieren diferente envoltura según la época en que estemos. Por ejemplo, la vibración de su voz, que hoy nos parece muy justa, era considerada lenta por un crítico acostumbrado a escuchar a los Massini, Marconi, Stagno o Anselmi. Curiosamente, también le parecía una voz de aceptable robustez, virtud que muy pocas veces se le ha elogiado a Schipa. En ese mismo sentido van dirigidas estas otras palabras de Rodolfo Celletti:
“Raramente desplegaba Schipa su voz, pero, cuando lo hacía, el sonido se oscurecía y espesaba, expandiéndose con un temple y un squillo bastante más penetrante que el de algunos de los tenores más celebrados de la segunda mitad de siglo, aun los de tipo lírico-spinto.”
Como indica Lauri-Volpi en cierta entrevista, ese
squillo era consecuencia de la aplicación de la resonancia nasal; realmente se aprecia un deje levemente nasal en su agudo, pero sin llegar a
infrogiare (es decir, a hacer pasar la columna aerosonora por la cavidad nasal), y logrando evitar el consabido
vibrato stretto que caracterizó al
tenore di grazia decimonónico. A pesar de este brillo singular y de este
squillo, la voz carecía de metal: era un timbre particularísimo, claro, pero no plateado. Para Lauri-Volpi, la mayor virtud vocal de Schipa fue el paso de la voz, el sol bemol, que realizaba con una facilidad y una homogeneidad en la emisión acaso únicas entre la cuerda de tenor: así se explica que, a pesar de la limitación tonal, no tuviese ningún problema con los agudos que sí pertenecían a su extensión musical, y que pudiese filar y cantar a pura
mezza voce por encima del pasaje, sin contaminaciones falsetísticas ni discontinuidad de ningún género (vibrátil, tímbrica o respiratoria).
En cuanto al registro medio y grave, este último casi inexistente, se caracterizó por un sonido algo velado, estrecho, en el que Marchesi, Celletti y Lauri-Volpi reconocen una suave tendencia gutural; Celletti, de hecho, va más lejos, afirmando que esa inclinación es un atavismo hispánico (hago un inciso para decir que Celletti tenía la costumbre de imputarle la guturalidad a todos los tenores españoles, incluso a Kraus…). El timbre mostraba un esmalte limpio y claro (no se pueden quedar en el teclado palabras como “alado”, “transparente” o “metafísico”, que han sido utilizadas con frecuencia para describirlo), y era muy homogéneo, como se ha dicho ya, merced a la perfecta soldadura entre las dos octavas.
Su técnica respiratoria merece también una distinción. No poseyó jamás un volumen respiratorio prodigioso, como de hecho no correspondía a su talla menuda, pero sí una grandísima maestría en su utilización, que le permitía cantar siempre sobre el aliento y ejercitar la media voz, así como practicar expresivos
rubati sin perjudicar la colocación. Fue experto también en las regulaciones dinámicas y de intensidad: las filaturas y esfumados eran una parte consustancial de su técnica de canto tanto como de su estilo. La dicción y la vocalización fue en su caso de una gran limpieza, incluso al cantar en otros idiomas; su pronunciación del castellano era perfecta.
Por último, hacer mención de su extraordinaria longevidad vocal, que le permitió mantenerse en los escenarios todavía una década después de lo que hubiese deseado. Fue la suya una decadencia lentísima, casi imperceptible inicialmente; buen ejemplo de lo que Rubini decía “cantar con los intereses”. Ya a principios de los años treinta se manifestó una veladura más acusada de las notas centrales, y, en cuanto al límite superior de su voz, primero perdió el Si natural, posteriormente también el Si bemol: de ahí las frecuentes trasposiciones tonales.
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EL INTÉRPRETE</center>
Schipa fue el último de los
tenori di grazia decimonónicos por línea de sucesión directa. En el Teatro Real se le nombró príncipe heredero de Anselmi, todavía activo cuando se presentó en Madrid, y con él que se le ha comparado en innumerables ocasiones. Citaré una vez más a Sánchez-Torres, que establece la siguiente comparación:
“Era Anselmi el amador de las cosas perfectas, refinadas, bien dichas y sentidas, más que un cantor intrépido y grandioso, de grandes vuelos y atrevido fraseo dramático; quería, como la mayoría de los cantantes de ahora, y más que ninguno, el seguro éxito, que se podía dar por descontado, y sin aquellas aventuras y accidentes contrarios a que nos habían acostumbrado aquellos magnos tenores de la pasada generación, entre los cuales descolló Massini, […] como el rey de los osados y de los vencedores muchas veces. Hoy, entre los artistas audaces en este sentido, sólo hemos visto a Titta Ruffo; los demás en general, como le pasa a esta generación, recuerdan con demasiada frecuencia la máxima de que cuanto menos se sube se cae de menos altura.”
Y después:
“Son dos artistas, Anselmi y Schipa, algo distintos en los accidentes de voz, de figura, y de modo de ser del respectivo talento dramático; pero en realidad semejantes en el fondo y en la escuela, casi de la misma altura, y de un talento armónico proporcionado con sus respectivas facultades; son dos de los mayores talentos del canto en estos últimos años; pero a quienes, a pesar de todo, […] nadie osará reputar de genios inauditos e insondables del arte del bel canto.”
En línea con lo dicho por este crítico, también afirma Lauri-Volpi que a Anselmi y a Schipa se debe en buena medida la distinción entre tenores ligeros y líricos, producida por primera vez al término del periodo de voces áureas como Stagno, Gayarre o Tamberlick; división que implicó la radical transformación de los valores tímbricos. Esta especialización de los intérpretes, que se mantuvo en realidad por muy breve tiempo en la historia del canto, pulverizada como fue por el gusto verista y restaurada hoy solo parcialmente, no debe interpretarse como un signo de decadencia con respecto al XIX, sino como una evolución naturalmente aceptable, incluso deseable en algunos aspectos. Cito de nuevo a Lauri-Volpi:
“La línea de canto de Tito Schipa, aun con lagunas sonoras, queda como un modelo de alto magisterio, no superado por los antiguos, que habían de luchar con voces de arcángel; ni mucho menos alcanzado por los modernos, aunque mejor dotados de volumen y extensión.”
Merced a unos conocimientos musicales que muy probablemente superasen a los de cualquier otro tenor de su época, Schipa fue, en lo vocal y en lo teatral, el continuador de una tradición canora refinadísima y un gusto estético ambivalente, antiguo y moderno al mismo tiempo y en todos los tiempos. Sin embargo, Anselmi cantaba Tosca y Boheme, por ejemplo, siguiendo el dictado de su conciencia artística, sin saber nada de un tal Caruso, mientras para Schipa, más joven, la influencia podría haber sido cierta… y fue la misma: ninguna. Esto es lo que lo hace más singular, pues, a diferencia de los “fósiles vivos” de la escuela rusa o de otros casos singulares, a él le tocó medrar en los mismos teatros que habían aclamado a Ruffo, para, finalmente, conquistar el corazón (que no el bolsillo) del país que vio hacerse grande al propio Enrico Caruso.
Para Celletti, los años 20 fueron los de mayor perfección artística:
“El intérprete se había acrisolado, el juego de las smorzature y de los rinforzamenti, de los sonidos que parecían cambiar de color a mitad del aria, ocurría con más frecuencia; los piani y pianissimi tenían siempre una finalidad interpretativa, así como los filados. El acento unas veces acariciaba, otras escandía las palabras; el fraseo, en el idilio como en la elegía, mezclaba melancolía lancinante con delicado abandono y languidez sensual.”
Pasamos ya a hablar brevemente de ejemplos concretos:
La única ópera completa que nos legó fue el
Don Pasquale de 1932, cuando la voz todavía conservaba casi intactas las cualidades vocales y el intérprete ya había alcanzado el desarrollo completo. Gonzalo Badenes se refiere a su caracterización en estos términos:
“Sin duda es el Ernesto de Don Pasquale[…] su máxima creación en el terreno del tenor ligero. Solo Kraus ha igualado esta interpretación, entendida por nuestro tenor con mayor vigor dramático. La de Schipa permanece inalcanzable en frases como “Ci volea questa mania i miei piani a rovesciar”, articulada con la más amplia gama de efectos esfumados.”
La grabación, para los que no la conozcan, es una delicia. En el primer acto, dándole la réplica a su tío en el interrogatorio, resulta cándido e insolente a partes iguales. Sorprende el cómico dramatismo (cómico, pero no ridículo) que imprime al “Ah! Mi fa il destin mendico”, con verdadero ímpetu. El “Cercherò lontana terra” es más cercano a la idea que se tiene del tenor, e igualmente maravilloso, pero nos falta la cabaletta (en aquellos tiempos se solía suprimir) para dar el contrapunto irónico a tanto suspiro. Como era de esperar, suprime ya algún agudo, pero se trata en una versión pulidísima.
<center>[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=qBMspvGrr5k[/youtube]
Aquí tenéis la ópera completa.</center>
Personaje también donizettiano, pero de mayor enjundia, sería el Edgardo de Lucia di Lammermoor, en el que Schipa resulta igualmente referencial. Su “Verrano a te sull’aure” inciso en el 1932 junto a la Galli-Curci es, en opinión de Celletti, muy superior a cualquier otra versión por “la singularidad de los timbres, la ligereza suspirante del sonido y la íntima melancolía de la expresión”. También es maravilloso el dúo de La Sonnambula, por el que muchos conocimos la voz de Schipa (digna cabecera para un programa que se llame Ars Canendi), aunque la competición con la Toti dal Monte resulta algo más desigual.
<center>[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=uxBshJ0JaCw[/youtube]</center>
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Peculiar su Duque de Mantua, que, frente al carácter predatorio y mordaz de un Lauri-Volpi, o a la sensualidad amanerada de un Gigli, opone una faceta soñadora, evocadora, de auténtico enamorado, especialmente manifiesta en su delicioso “Parmi veder le lagrime”.
<center>[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=mJNAgErjazs[/youtube]</center>
El Des Grieux massenetiano fue otra de sus cumbres artísticas. De nuevo Badenes:
“El “En fermant les yeux” de Manon –que grabó en varias ocasiones- destaca por la perfección de la media voz, por la fidelidad a las indicaciones dinámicas y expresivas con su juego de “rallentandi”, y a pesar de que Schipa, como casi todos los tenores italianos, adorna el Re central conclusivo intercalando un leve mordiente entre la blanca y la semicorchea ligadas.”
<center>[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=Yx20trwVTaE[/youtube]</center>
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¡Atención a este último!</center>
El personaje de Werther, que fue para Schipa el más querido de su repertorio, lo estudió y construyó a través de la lectura de Goethe. Mientras que, una vez más, cantantes como Thill o Kraus nos han dibujado retratos quizá más completos por ser más aptas sus voces para las partes dramáticas, la caracterización de Schipa vuelve a sacar ventaja en lo que a expresión amorosa y melancólica se refiere.
<center>[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=AAaYHJ4QZbQ[/youtube]</center>