Para pasar en limpio lo que hemos estado discutiendo en otros hilos de manera desprolija (o, mejor dicho, con otro tipo de desprolijidad expositiva):
Citar:
Una obra en la que cada elemento forme parte de un todo, sin destacar uno por encima de otra
Más que de acuerdo. Si la puesta es tan exótica que me distrae la atención del resto, algo falla. Si es tan sosa que ni siquiera la recuerdo, también (véase la crítica a los andamios de la Aída de La Plata, que no vi, pero es la idea).
Ejemplos contrastantes (y aquí Amonasro me tira por el desfiladero)
El famoso Rigoletto mafioso: después de la sorpresa inicial, yo acepté totalmente el cambio de contexto, de modo que no estorbó para nada mi percepción de la ópera y, en cambio, le agregó mucho.
El director escénico tuvo el ingenio de encontrar uno de los pocos ámbitos en el que la forma de vida y los valores de Rigoletto son idénticos al original: el mundo de la mafia (igual relación con la autoridad, igual "justicia por mano propia", igual respeto por la "honra" de las mujeres). Así, no había nada en el libreto que fuera discordante, nada que no podría decir o pensar un miembro de la mafia italiana de la 1ª mitad del XX.
¿Y qué me agregó el cambio de contexto? Reflexión, reflexión sobre la continuidad de valores arcaicos en una microsociedad muy posterior, sobre los mundos clausurados que se anclan en el pasado, sobre lo relativo y lo universal ... en fin, cosas que no habrían surgido en una puesta tradicional. En este caso, no creo que la puesta haya sido provocada, de ningún modo, por el deseo de "hacerse el original" del regisseur.
Segundo ejemplo muuuy tradicionalista. Tuve el placer de ver -tiempo ha
- Cavalleria-Pagliacci de Zeffirelli en el MET, tan clásicos como cabía esperar, y los disfruté mucho. Aquí el lugar, la época, la vestimenta, hasta la hora del día eran los que indicaba el guión. Pero es obvio que eso no es suficiente, si no hay un hombre de teatro que sabe organizar el movimiento en escena y las actuaciones para que todo tenga sentido (con Z., siempre a un centímetro de caer en lo pegajoso, y esquivando bien el riesgo en este ejemplo)
En cuanto a la provocación, no me siento muy fácil de provocar, ni creo que lo sea el público del XXI como sí lo fue el de principios del XX con las vanguardias. En todo caso, pensaré "qué salame este director", pero ¿quién puede escandalizarse hoy en día aunque llenen el escenario de desnudos o de mingitorios?
Seguiré pensando, baci,
Maddalena