Bayreuth, 1943.
La Segunda Guerra Mundial empieza a torcerse para la criminal Alemania Nazi, aunque todavía estaba lejos de ser derrotada completamente. Los alemanes, tras el discurso de guerra total de Goebbels, empiezan a sentir privaciones, pero convencidos de que son necesarias para el triunfo final que tanto prometía su gobierno, la mayoría creyendo aún que eran el pueblo superior. Mientras tanto, millones de personas morían bajo la represión, el hambre y el genocidio alentados por el perverso Tercer Reich en toda la Europa ocupada por los nazis, y los judíos, el principal enemigo del régimen, hacía tiempo que se pudrían en guetos por toda Europa Oriental o ya eran deportados en masa a campos de concentración desde todos los puntos del continente, rumbo hacia su propia muerte.
Mientras tanto, la bella ciudad de Bayreuth, parecía estar en una burbuja. El Festival Wagner, convertido desde hacía 10 años en uno de los estandartes culturales del nazismo, auspiciado directamente por Hitler y con el beneplácito de la familia del compositor, seguía, pese a la guerra, celebrándose, pese a que las limitaciones también le hacían mella. Milagrosamente durante los años previos a la guerra no solo había mantenido la excelencia sino su independencia, de las garras goebbelsianas que bajo su yugo estaban otros teatros del país. Desde que comenzó la guerra, y cumpliendo el sueño de Hitler de que el pueblo llano acudiera al festival, se organizaron los ya -tristemente- famosos festivales de guerra, exclusivamente para soldados y demás miembros del ejército, además de obreros de todas las industrias y hospitales militares. Organizados por la nefasta Kraft durch Freude, estos Festivales se organizaron bajo una fuerte ideologización, además de que los criterios de programación eran bastante curiosos, ya que los organizadores llegaron a creer que los soldados podrían entender al sufriente Siegmund en la Valquiria, pero sentirse identificados por el dolor de Tristán, razón por la que no se programaba esta obra desde el inicio de la guerra. Finalmente, en 1943, se tomó la decisión de alegrar un poco la cosa, y durante ese año y el siguiente se programó la más "alemana" obra del canon wagneriano, Los Maestros Cantores de Núremberg, favorita del régimen. Para más inri, dadas las limitaciones de la guerra, se recurrió a la ayuda de músicos de las SS tanto para el coro - en declive estos años- como para el metal de la orquesta, llegando éstos a tocar las fanfarrias del inicio de cada acto.
Y en este clima de miseria moral y material,
Wilhelm Furtwängler dirigió una de las más notables versiones de Los Maestros Cantores que se recuerdan. El director wagneriano más famoso de la época con la orquesta wagneriana por antonomasia. Único testimonio casi completo del director germano en el festival, ya que faltan la primera escena y el quinteto, también nos muestra la excelente química que tenía con la orquesta, con un buen número de músicos provenientes de la Filarmónica de Berlín. Furtwängler realiza una dirección más moderna de lo que dictaba el "estilo Bayreuth", con una dirección musical ágil, potente pero al mismo tiempo llena de frescura, en la que su interpretación le da una humanidad a una obra entonces tomada como un estandarte nacionalista. Y esto se advierte desde el preludio, interpretado con soltura, con la majestuosidad propia del autor, pero al mismo tiempo teatral y con toques de comedia, pues esto no es Tristán. Durante el primero y el tercer acto, la orquesta brilla por este enfoque que conecta con todas las épocas. El segundo acto es una delicia. El preludio del tercero es quizá el mejor fragmento orquestal. Ese momento de reflexión, tan profundo, la calma tras el torbellino de la pelea del acto anterior, que se refleja en un fuerte, rotundo sonido de las cuerdas, que teniendo en cuenta la época que transcurría, daba a este preludio una dimensión dramática, un momento de serenidad en medio de la barbarie. El cuadro final suena festivo, alegre, vibrante, en una dirección que parece anunciar el Nuevo Bayreuth y su teatralidad. El coro del Festival, pese a la decadencia, suena lo más excelso posible en una obra que no solo conoce sino que la siente y vibra con ella.
Lástima que solo nos queden las fotos y un vídeo de un minuto del montaje de
Heinz Tietjen, quien tuvo a
Wieland Wagner de escenógrafo, en una producción clásica, un retoque de la producción de 1933 que tanto deleitó a Hitler. Aqui había cientas de personas en escena, aunque se oyen bastantes ruidos escénicos, así como unos extraños "oles" en la llegada de los maestros del tercer acto.
El reparto de esta obra es de un nivel excelso, pero no quiere decir que el total de las prestaciones sea la más redonda. En este momento,
Jaro Prohaska,
Max Lorenz y
Maria Müller ya son mayores para sus partes, pero no quiere decir que no sean capaces de tirar de sus tablas y sus aún ricos medios vocales para dar interpretaciones de antología. Prohaska es un Sachs no tan grave ni profundo, pero en su voz "ligera", su personaje adquiere una humanidad y una sensibilidad que no encontramos otros cantantes que le dan al rol más autoridad. Su momento culminante es el monólogo del segundo acto, cantado bellísimamente. Lorenz estaba en la cima de su carrera entonces, pero su voz suena demasiado heroica. En este año grabó su espectacular Tristán con Heger, pero tanta fuerza no aplica del todo a Stolzing. El canto es aristocrático, sublime, pero en ocasiones se pasa de todo ello, como prueba en el Am Stillen Herd, aunque la canción del premio es excelsa. Müller, pese a tener la voz ya madura, y también un poco dramática para Eva, es sin embargo una de las más grandes intérpretes de este rol, y prueba de ello da el acto segundo, donde su interpretación es el de una mujer con fuerza y decidida, además de tener ese timbre bellísimo, que hace de su Eva una bella joven de carácter, pero también con su lado frágil y virginal.
En esta época Beckmesser se interpretaba como un personaje cómico. Y en esta tradición interpreta
Eugen Fuchs su personaje, que a mí me resulta (de hecho mi Beckmesser favorito es el legendario Eduard Habich en la grabación del Met de 1936) divertida y conveniente, teniendo además Fuchs una voz que si bien tiene un timbre menos grave que otros, sirve a la creación de este hombre rastrero y malhumorado. Un jovencísimo
Josef Greindl, de tan solo 30 años, es ya"uno de los más grandes bajos wagnerianos de todos los tiempos, creando un Pogner de antología, como en su aria del primer acto "Das schöne fest", tan solemne como venerable, pese a que aún habría tiempo de perfeccionar el grave en sus memorables prestaciones diez y veinte años después.
Erich Zimmermann, también ya mayor, es un David referencial, no solo por su tono juvenil y desenfadado, sino también por su bella y lírica voz de spieltenor. Un tenor así hoy en día cantaría Florestan, Max o incluso el Walther. A nivel actoral se siente la candidez y las travesuras de este personaje adolescente en la voz de Zimmermann.
Camilla Kallab es una Magdalena cumplidora, y sorprende la casi tenoril voz del sereno de
Erich Pina.
Quizá no sea redonda, pero ello no quita que sea una de las versiones más famosas de los Maestros Cantores, tanto por la referencial batuta, como por los cantantes que sin ser perfectos, son excelentes, como por las abominables circunstancias en las que fue grabado. Siempre es un placer volver a este gran registro.