Esmée es una ópera (1998) del compositor holandés Theo Loevendie que narra las trágicas peripecias de Esmée van Eeghen, miembro de la resistencia holandesa contra el nacionalsocialismo en el periodo de la invasión y que fue asesinada a sus 26 años. Recomendable.

Grabados en tres años diferentes : 1956, 1957 y 1958, consultado un viejo melómano ya que así me parecía, se vendieron en forma separada y no fue hasta después que se unieron en el Trittico para la venta.

Así que lo de los tres directores, fue más la circunstancia que algo pensado.

DVD que recoge una función de hace unos diez años realizada en el bilbaíno Teatro Arriaga y con la puesta en escena de Emilio Sagi que recientemente se ha podido ver en el Teatro de la Zarzuela y que es una fotografía del nivel del canto en el momento: Ángel Ódena es el más robusto, Jon Plazaola está al límite, Maite Alberola tampoco está comoda mientras que en los papeles menores brillan Milagros Martín y Mikeldi Atxalandabaso.

La zarzuela está castrada en las partes habladas lo que para una grabación es de agradecer.

El longevo Elliot Carter escribió ya nonagenario esta ópera de apenas 40 minutos y que nos narra en su brevedad las vicisitudes de varios miembros de una familia en torno a un accidente de automóvil -recreado por la percusión en los primeros momentos de la obra. Salvo error, esta es la única obra operística del neoyorquino. Se completa la grabación con su concierto para orquesta.

One (2002) es un monodrama del holandés Van der Aa para soprano y cinta de vídeo y sí, esto ya es otra cosa. Totalmente fuera de los cánones habituales de la ópera, lo que hace Barbara Hannigan, la embajadora de la música contemporánea en el planeta Tierra es impresionante: un auténtico tour de force en una partitura endiablada y a la que la soprano se entrega con su característica generosidad. Solo apto para paladares extremadamente curiosos.

La que parece será última escucha del año, una versión de Turandot con sus aciertos, desde luego, pero fuertemente condicionada por la nefasta dirección de Alberto Erede , sobre todo en un acto primero de delirio. Mario del Monaco me llega a agotar pero eso ya es cuestión personal. Muy bien ellas y suficiente rozando el suspenso Nicola Zaccaria. Fernando Corena, como siempre: mal.

Alberto Erede, en el lugar que se encuentre, siempre se reirá de estos y similares comentarios, habiendo sido feliz quedando a la posteridad en grabaciones míticas, dirigido en Bayreuth, el Met, La Scala, el Teatro Colón, Moscú y un largo etc.

Debe ser que cobraba barato o era el Carlo Rizzi de hoy en día.

Tebaldi es un oro puro ahí.

Ante la cercanía de las funciones de El Oro del Rin en el Real, he querido hacer algunas aproximaciones en vídeo a uno de mis títulos más queridos de todo el repertorio. Y empezamos con el DVD del Metropolitan Opera de este Oro, en versión tradicional y clásica. No se me ocurriría mejor primera aproximación para la obra que este vídeo.

Este DVD se aproxima mucho a cómo concibo esta obra en mi mente. Naturalmente, la producción es mejorable. Una obra semejante que habla de la cobardía en el poder, de la ambición, la falsedad, la traición, el robo entre esferas sociales y hasta de la inocencia y lealtad de los más desfavorecidos, naturalmente necesita una actualización dado su mensaje universal. Pero lo que esta producción me ha enseñado es que incluso si intentamos situarla en su contexto original, en un mundo de dioses, enanos, gigantes y bellos paisajes mitológicos, el mensaje se mantiene inalterable y en toda su fuerza. Aunque veamos a Alberich desparecer y convertirse en un sapo de hojalata, la fuerza de la obra y su mensaje siguen golpeándonos.

Wagner escribió el texto de su obra magna en sentido contrario, terminando con este prólogo a todas las tensiones entre los protagonistas principales y narrando la causa que originó esta epopeya.

La producción es la clásica dirigida por Otto Schenk, con escenografía de Gunther Schneider-Siemssen y vestuario de Rolf Langenfass. Se ha acusado a esta producción de ser de "cartón piedra", de ser kitsch a lo Hollywoodiense o contar la historia como si fuera el mago de Oz. Pero lo que nos encontramos aquí es una bella ambientación acompañada de una excelente dirección de actores, algo que se suele echar de menos en las producciones tradicionales. Por estética y tecnología, y también por motivos económicos, está producción ya no se podría hacer hoy en día. De hecho el último Anillo tradicional, ya desaparecido, es este viejo del Met. Después de su retirada, Seattle y Pekín desean recoger el testigo aunque no parecen estar a la altura.

Mientras suena el preludio, no se escuchan los aplausos al director y la obra arranca con el telón iluminado de azul. Luego se abre para recrearnos el fondo del Rin, en un suelo rocoso donde una roca gigante se eleva, mientras las ninfas se mueven por esta difícil plataforma. Alberich emerge del fondo, caracterizado como un repulsivo enano verde. El Oro se ilumina en la punta de la roca gigante y todo el escenario resplandece. La segunda y cuarta escenas nos muestran al imponente Walhalla al fondo mientras el cielo azul resplandece. Los dioses llevan trajes de estilo mítico y los gigantes largas melenas. Cuando aparece Erda todo se oscurece y se ilumina dd azul oscuro y al final de la obra se ve un precioso arco iris hacia el que se dirigen los Dioses mientras cae el telón mientras Loge mira con sarcasmo al público. La tercera escena es igualmente espectacular, con un Nibelheim de roca negra, como un túnel en cuya entrada se ven los fuegos de las fraguas perpetuas a las que Alberich somete a trabajar a sus sufridos súbditos, dando forma al tesoro robado. El vestuario es clásico, y pretende acercarse a la época de las Eddas Escandinavas, tal y como se concebían en aquella época. Muy logrados los trajes de los Nibelungos, convertidos en seres repulsivos, y el de Loge, rapado, de color rojo y repulsivo igualmente. Todo el vestuario en general es de gran belleza. Y la dirección de actores no se queda atrás. Los cantantes expresan sus sentimientos a través de sus gestos y vemos a un Alberich torpe en la primera escena, un Wotan titubeante en la última, una Fricka que empieza la segunda escena como una figura materna fuerte y la termina como una anciana (pero claro, cantada por esa cantante, cómo no iba a transmitirlo todo), un Mime traicionero con cuyas expresiones se adivina la falsedad que reviste su personaje. Gracias a estos artistas consumados, este montaje es una delicia a la vista.

James Levine es un consumado wagneriano. Su dirección puede ser lenta pero transmite majestuosidad y drama. El preludio es opulento, uno siente las aguas del Rin. La entrada de los gigantes es lenta pero se siente la pesadez y la tosquedad de ellos. El final es apoteósico. Una versión referencial sin duda.

El reparto no puede ser más sólido, y posiblemente el mejor que se podía reunir entonces, repleto de excelentes cantantes-actores.

James Morris tiene una forma muy personal de interpretar a Wotan, pero la voz suena a Wagner y entiende la forma de cantarlo. Como intérprete su Wotan es canalla, pero con la dignidad de un dios.

La legendaria Christa Ludwig, ya en declive a sus 62 años, sigue siendo una Fricka de reclinatorio. La voz mantiene su belleza, estilo y bello timbre, pese a las limitaciones de su edad. ¡Y qué actriz! Al principio de la segunda escena se mantiene joven, contrariada, pero cuando Fricka desaparece y canta en el suelo, consigue transmitir a una mujer cansada y avejentada. Sólo las grandes como ella son capaces de transmitir tanto con sólo cantar.

Siegfried Jerusalem interpreta a Loge, con una voz adecuada para la socarronería del personaje. En su aria Immer ist undank Loges lohn! suena heroico, como una divinidad canalla.

Ekkehard Wlaschiha fue el Alberich de su época, y es fácil entender por qué: la voz es poderosa y la interpretación transmite la villanía del personaje, siendo terrorífico a partir de la segunda escena.

Heinz Zednik interpreta a un Mime con la voz ya un poco avejentada (pese a que sólo tenía 50 años, pero llevaba casi 20 interpretando en Bayreuth al enano) pero con todas las tablas suficientes para sacar al personaje adelante, y hacerlo creíble.

Matti Salminen y Jan Hendrik Rootering son un excelente dúo de gigantes, así como Alan Held y Mark Baker como Donner y Froh respectivamente son más que dignos. Mari Anne Haggänder, que acababa de triunfar como Eva en los Maestros Cantores de Bayreuth, es una dulce y frágil Freia.

Las hijas del Rin también son excelentes cantantes, destacando la bella voz de Meredith Parsons como Flosshilde.

Birgitta Svendén es una impresionante Erda, con un sobrecogedor registro grave.

Esta magnifica produccion me hace pensar que pese a que una forma y otra de representar una ópera, y sobretodo una ópera wagneriana, pueden tanto ganar fuerza en un aspecto como perderlo por otro, no puedo más que reafirmarme en mi teoría de que una puesta en escena ltradicional y otra moderna deben de ser complementarias y no anular una dogmáticamente a la otra. En nombre de la diversidad del arte, el bienestar del público y la variedad de lecturas que el maestro habría explorado en busca de la representación modélica. Seguiremos buceando en otras versiones del Oro.

Primera audición del año este Cold Sassy Tree (2000), de Carlisle Floyd, compositor que camina a sua 93 años y que es el autor de la mucho más conocida Susanah . Esta ópera es un ejemplo de la muy típica ópera estadounidense que mira al lenguaje más clásico y autóctono por su temática y melodía. Como es habitual en Carlisle Floyd la sociedad sureña queda retratada en la dramaturgia de este título. Interesante.

Ópera (2003) muy interesante esta de Cristobal Halffter y que, supongo, no veremos nunca más escenificada. A mí me gusta escucharla de vez en cuando.

En general, coincido con tus apreciaciones, salvo en la dirección de Levine, que me parece en general bastante plomiza.

Ha sido coincidencia, pero sigo en la línea:


Wagner – Das Rheingold (Bayreuth, 1980)

Donald McIntyre (Wotan), Martin Egel (Donner), Siegfried Jerusalem (Froh), Heinz Zednik (Loge), Hermann Becht (Alberich), Helmut Pampuch (Mime), Matti Salminen (Fasolt), Fritz Hübner (Fafner), Hanna Schwarz (Fricka), Carmen Reppel (Freia), Ortrun Wenkel (Erda), Norma Sharp (Woglinde), Ilse Gramatzki (Wellgunde), Marga Schiml (Flosshilde).

Orquesta y coro del Festival de Bayreuth. Dir.: Pierre Boulez.

Dir. Art.: Patrick Chéreau.


Como todo buen wagnerita / joven intemperante, yo también “aborrecí” el Anillo del Centenario en aquellos años de culto monoteísta a Knappertsbusch y a Mayo, su profeta. Pero el caso es que cada vez suena y se ve mejor. No solo me pasa a mí. También hay que advertir que una reproducción de calidad, como la que he manejado estos días, aumenta el disfrute (todo lo contrario de lo que ocurre con Kna, me atrevo a añadir).

Lo que más gana con el tiempo es, no obstante, la dirección artística de Patrick Chéreau. Hasta tal punto que hoy parece mentira que provocara semejante escándalo. Como suele ocurrir, lo que viene después convierte el escándalo en referencia y la ruptura en norma. Hoy ya casi nadie echa de menos los cascos de las valquirias, pero los disparates escénicos que hemos padecido nos han abierto los ojos a una puesta que estaba profundamente enraizada en una determinada tradición interpretativa (la de Bernard Shaw, entre otros) y que ha servido de punto de partida para todo lo que se ha hecho después (lo bueno y lo malo). Por supuesto que hay momentos discutibles, como los que propician algunos de los movimientos de los gigantes o las transformaciones de Alberich (¡precisamente por las dificultades técnicas de recurrir a soluciones más bien tradicionales!). El final es anticlimático y los dioses marchando de la mano me recuerdan inevitablemente la despedida de los payasos de la tele. En cualquier caso, hay dos cualidades del trabajo de Chéreau que resultan difíciles de discutir: su gran sentido teatral (que va más allá de la simple escenografía, pues siempre gira en torno de la definición de los personajes y sus relaciones) y su respeto por el libreto y, sobre todo, por la partitura de Wagner.

No he llegado al extremo de convertirme a los planteamientos musicales de Pierre Boulez, pero cada nueva escucha confirma la coherencia y el equilibrio de una lectura en la que nada de lo que (a mí me) falta es descuido o incapacidad. En este Oro del Rin no hay momentos vibrantes, ni transiciones sensacionales: la entrada de los gigantes es más fastidiosa que sobrecogedora, como la de esos dos avaros proveedores a los que se pretende describir, el descenso al Nibelheim es sórdido antes que infernal. Todo fluye con la lógica implacable del sistema. A Boulez le interesa más destacar la complejidad de las escenas estáticas y toda la riqueza armónica de la escritura wagneriana. Eso lo hace francamente bien. Y la firmeza de la dirección y la disciplina del foso son indiscutibles.

El capítulo más problemático es el de los cantantes. Pero también en esto soy cada vez más flexible. Hay algunas interpretaciones sobresalientes en todos los sentidos: Hermann Becht, Hanna Schwartz y Matti Salminen, por ejemplo. McIntyre es un Wotan bastante deficiente, pero en este Oro priman más sus tablas escénicas y no las carencias se notan tanto como en las tres jornadas de la Tetralogía. Con el Loge de Heinz Zednik no merece la pena entrar en las cualidades del timbre, la limpieza de emisión o la precisión de las notas; su presencia es apabullante y domina la acción cante o no, hasta en segundo plano. Luego hay algunas voces que sencillamente no están a la altura, como las de Martin Engel (Donner), Carmen Reppel (Freia), Ortrun Wenkel (Erda) o Helmut Pampuch (Mime), pero ninguna de ellas llega al desastre sin paliativos que se escucha en otros momentos del Anillo bouleziano.

Sea como sea, empiezo el año como wagneriano, aunque ya no sea un wagneriano como Dios manda.

Frente a la sensación que tuve tras la primera escucha, The Tempest, de Thomas Ádes (2004) me ha resultado bastante más cantabile de lo que transmitió la primera audición. Eso sí, el papel de Ariel y su tesitura sopranil extrema, tiene la "virtud" de acabar exasperando.

Pues he estado oyendo el disco Offenbach Colorature de la jovencísima soprano belga Jodie Devos y debo decirles que ha pasado el filtro. A ver, es una soprano ligerísima en la tradición grillo (le criquet) francesa, con el tercio agudo ligeramente abierto y un centro esile. Pero sin llegar a los fastos técnicos de Mady Mesplé o de la joven Dessay, tiene la agilidad suficiente como para no convertir el título del disco en un oxímoron y oh sorpresa!, cuenta con una musicalidad muy afin al repertorio. Además, la joven Devos canta con cierta gracia y picardía unos textos que así lo necesitan. En resumen, muy agradable disco, que no se acaba en la primera escucha.