Una de las muestras más perfectas, acabadas y deslumbrantes del arte canoro de Joan Sutherland (y de la curiosidad musicológica de su marido, el director Richard Bonynge), y sin embargo, álbum muy poco reconocido, sea por la relativa rareza del repertorio abordado (de las 19 piezas recogidas, solo el aria de Louise, el aria de la muñeca de los Cuentos de Hoffmann, el
Comme autrefois de los Pescadores, el vals de Mireille y, a lo sumo, la salida de la Duquesa de Gerolstein podían tenerse en 1969 por piezas de repertorio) sea por el ostracismo al que la discográfica condenó el álbum durante años, para reeditarlo únicamente en 2005 inserto en una caja titulada
The art of Joan Sutherland, y finalmente, en el cofre íntegro de los recitales de la soprano en 2011.
Dos aspectos resultan, en mi opinión, totalmente reveladores en el recital. En primer lugar (contradiciendo palmariamente los lugares comunes sobre la supuesta indiferencia de Joan Sutherland sobre lo que cantaba) lo maravillosamente bien que se adaptan el color vocal y los modos lánguidos y melancólicos de la soprano a las piezas lentas del romanticismo francés, que alcanzan así una verdadera y genuina expresividad. Y en segundo lugar, la intimísima filiación que une el canto florido aristocrático francés con las exigencias del bel canto italiano (notorio en especial en las piezas de Meyerbeer), donde Sutherland da pruebas de su inquebrantable maestría.
Tenemos así un aria de la muñeca de rapidez enloquecida o una
Légère hirondelle brillantísima, por no hablar de la fulgurante apertura del disco con el vals de Edwige del final del acto II de
Robinson Crusoé o la impresionante acrobacia de la messa di voce sobre un trino de Sol4 y La4 de la barcarola de
L’étoile du Nord con que lo concluye, pero también un emotivo momento de
Cendrillon junto al fuego, una nana de salida de
Le pardon de Ploërmel de gran ternura (el aria de la sombra de Dinorah ya la había grabado en
Command performance, otro sensacional disco olvidado durante mucho tiempo), unas coplas de Siebel de honestidad desarmadora o un aria del ruiseñor de
Les noces de Jeanette que, pese a la delicadeza de los arabescos vocales (impagable también, en ese sentido, la cadencia de Los pescadores de perlas) nunca pierde la idea de un discurso musical sostenido sobre un hilo, y que, en ese sentido, no puede dejar de ser fiel a su expresividad ni por un instante. Se produce así, una y otra vez, el milagro de cuanto tenga de "acontecimiento" (decimonónico y decadente si se quiere, pero absoluta e irrenunciablemente francés) la interpretación de una gran aria de ópera por una gran
prima donna.
Dentro de que, en un disco de estas características, la mayor parte del trabajo se ha hecho previamente, con la búsqueda, selección y preparación de las piezas, Richard Bonynge firma un validísimo acompañamiento al frente de la Suisse Romande (con quienes también grabó Coppélia, Los cuentos de Hoffmann y el disco de arias olvidadas de Huguette Tourangeau), no solo favoreciendo en todo momento el canto que es la razón de ser del disco, sino también creando los climas musicales necesarios, tanto la brillante jovialidad de las piezas más refulgentes como el verdadero aliento y la calma de las más reflexivas.
En suma, un disco obligado no solo para conocer y comprender plenamente el arte de Joan Sutherland, sino, sobre todo, para entender en qué consisten los dorados fastos de la ópera romántica francesa y su enorme cercanía estética con un repertorio, el italiano, mucho más popular para el aficionado medio.
(25 años después, el prolongado idilio de Richard Bonynge con este repertorio dio de sí
Carnaval!, un recital de piezas olvidadas de coloratura francesa que, personalmente, considero lo mejor que grabó jamás la coreana Sumi Jo).