A mí esa Aida me parece la cosa más falsa, o al menos, más de cartón piedra desde Jane Powell cantando Wonderful, wonderful day en las, ehem, Montañas Rocosas de Oregón. Porque si hay una ópera que corre el riesgo de morir de grandilocuencia y que se vaya todo al garete, es esta ópera (los resabidos diez minutos de elefantes que hacen que se tomen dos horas de música íntima, de la más bella que existe, por lo que no es) y esta manera de hacerla (ya saben. Maazel. Ese adalid de la sinceridad. Sí sí. Claro claro.), salvada solo in extremis, como dice el forero Ghiaurov, porque Pavarotti es una estrella y Chiara canta bien.
Bien, pero ya. Además de estar las dos bastante piradas, Ricciarelli y Chiara fueron dos grandiosas voces que no hicieron toda la carrera que tenían que hacer (bueno Ricciarelli sí, pero para cuando cosechó el fruto del nombre que se labró, su instrumento ya no aguantaba). Pero allá donde Katia estaba un punto pasada de "creativa", a Chiara le pasa lo contrario. Todo muy bien, muy afinadito y lo que quiera, pero todo tan igual, tan mireseñoyomelosé, que añora uno a la Margaret Price del vídeo de San Francisco, en no muy buena noche y con apuros que Chiara no pasa, pero mucho más abundante de fraseos, claroscuros y esas cosas que hacen los músicos. El vídeo, además, no ayuda al moderadísimo juego escénico de Chiara y salir vestida de Concha Velasco al tercer acto y de David Bowie al cuarto casi que tampoco.
Pavarotti vale, sí, es la estrella. Y en una función en que todo el mundo se cree lo que no es, está insólitamente bien; carismático, entregado, musical y bien de voz. Pero Juan Pons (ese señor de voz anfibia, que siempre está pero no está, y aquí CLARAMENTE no está) es el Amonasro de los duros de Popeye y Nicolai Ghiaurov, aparentemente sustituyendo a Tutankamon por indisposición, el Ramfis de la peseta que corre en la canción de Falla.
Lo de Dimitrova es tal fiasco que ha de ir aparte. No es solo que su voz no graba bien (que no lo hace), sino que su voz no está donde están las notas de Amneris. Y ello genera un personaje matronil, cabreado, ronco, monótono y aburrido, musicalmente cero interesante. Y da verdadero apuro encontrarse a la gran soprano búlgara metida en estos menesteres que no le aportan nada.
Vamos, que sí, que es la Scala, que es Pavarotti, que los escenarios son muy grandes y que todo el mundo aplaude mucho. Pero que no.
_________________ Die Wahrheit ist bei mir, Mandryka.
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