Turandot en el MET, 1966. Quizá si tuviera que inventar una versión de una ópera para llevarme a una isla desierta, escogería exactamente este reparto. La calidad del audio no es brillante, porque las voces estaban muy enterradas por la orquesta y al nivelarlo el sonido perdió algo de nitidez, pero diría que es muy poco inferior a la Tosca que subí hace poco y bastante superior al Otello, por comparar. Falta toda la secuencia compuesta por Alfano, es decir, acaba con la muerte de Liù.
Turandot: Nilsson es Turandot, dicción aparte. Hace suyo el personaje; su voz es literalmente acero, sus graves terroríficos, sus agudos imperiales. Lejos de desbordar con su caudal, que rara vez desata, ofrece mil matices: el odio gélido y contenido ("la sua fresca voce") en los primeros minutos de In questa reggia, en contraste con la altanería después de "Quel grido" son sólo el principio. En la escena de los enigmas parece deleitarse con la idea de descabezar al pobre Corelli ("ti sbianca la paura"), y trata de demolerlo emocionalmente narrando los enigmas como una sentencia de muerte para pasar inmediatamente a presionarle, podemos casi verlo, con una sonrisa triunfal en los labios. Sin embargo, Calaf descubre el último enigma y ella se desmorona ("padre augusto"), acto seguido se enrabieta ("non puoi donarme a lui"), luego saca orgullo ("non guardarmi così") y finalmente, con toda su dignidad, eleva un "No, no, non sarò tua!" que es a la vez una súplica y un desafío, prolongando la última sílaba hasta la desesperación. Una maravilla. En el siguiente acto, pese a mostrarse totalmente implacable con la tortura de Liù, da una pequeña muestra de la lucha interior que está librando a espaldas de todos cuando le hace eco a Liù en la frase “principessa, l’amore!”. Ese pequeño detalle es una verdadera joya.
Calaf: No es la mejor Turandot de Corelli en cuanto a poderío vocal, vemos en más de un momento ataques inestables (“che non sorride più”, por ejemplo, palidece si se compara con lo que hace en “la vita, padre, è qui; Turandot, Turandot, Turandot!”) y aspirados (en la escena de los enigmas) a los agudos y un atropello que perjudica el legato más de lo que acostumbra (en el Acto I sobre todo, por ejemplo en “a me il trionfo, a me l’amore”, otra de las frases que me encantan). Además, aunque quizá es porque se movía por el escenario, para mi gusto le falta presencia en las secuencias con Ping, Pang y Pong (pienso que se debe al movimiento porque, si nos damos cuenta, es lo mismo que le ocurre antes de tocar el gong en el Acto I, que el “Turandot” se achica porque el caballero mientras canta se da la vuelta y se dirige a aporrearlo). En resumen, si lo comparamos con el que cantó en La Scala dos años antes, echamos en falta todo esto. Dicho esto, es en mi opinión su mejor retrato del Principe Ignoto, por varias razones. El abandono romántico del que hace gala en varias ocasiones, como en “o divina bellezza, o meraviglia” (una preciosidad de diminuendo larguísimo), “quando la luce splenderà” o en la frase “il mio nome non sai, dimmi il mio nome” (otro de mis fetiches puccinianos, y seguramente la frase que más me pone de toda la Ópera, al final de la cual se marca una messa di voce marca de la casa) se suma a un personaje que, pese a sus debilidades (no por Corelli), se muestra humano más de lo que se lo suele retratar (en la secuencia de la muerte de Liù sobre todo, pasando de la exigencia a la súplica y al dolor con un tinte de remordimiento). Además, pese a los detalles que he expuesto antes, tiene momentos de verdadero vigor y heroísmo que ponen el vello de punta, como el espectacular Do de “ti voglio ardente d’amor” o el tremendo “il mio fuoco ti sgela”, además del ataque a “gli enigmi sono tre” cuando parecía que iba a enterrarlo Nilsson. Otro detalle que a mí personalmente me enamora es cómo cincela la frase "il tuo sgomento vede il pallor dell'alba sul mio volto". En Nessun dorma alterna momentos de absoluta belleza con ciertos abusos (por otra parte típicamente corellianos) como los portamenti de “dilegua o notte, tramontate stelle”, culminando con un gigantesco Si que deja al público sin aliento durante unos segundos antes de arrancarse a aplaudir.
Liù: frente a la belleza y candor que Caballé le imprimía a este personaje, tenemos a una Mirella Freni que conquista las cotas más altas de dramatismo. Ya empieza marcando su interpretación en ese desgarrado final del Signore, ascolta, nada que ver con los pianissimi y la dulzura a las que yo mismo estaba acostumbrado. Esta Liù, enamorada y entregada, no es sin embargo sumisa. Es una Liù peleona, de las que a mí me gustan, una auténtica heroína pucciniana. Su amor por Calaf no es melifluo, es ardiente (cuánta pasión oculta hay en ese “perché un dì, nella reggia, m’hai sorriso). Pero donde verdaderamente Freni se inmortaliza es en el Acto III. Además del buen gusto y el impecable legato, es impresionante la forma en que inserta todas las emociones del personaje sin hacer ni mínimamente áspera la melodía. La dulzura desesperada de esta Liù es, digámoslo, es épica. Empecemos por cómo acentúa en “il nome che cercate, io sola so”, como si a medida que lo dice fuese tomando conciencia de que esas palabras son su sentencia de muerte. Inmediatamente, responde a la bordería de Calaf (que yo personalmente pienso, aunque no sé cómo un intérprete podría conseguirlo, que se debe decir como si fuese un desprecio fingido para protegerla, dando la sensación de que es una mindundi que no sabe nada. En fin, no es lo que hace Corelli) casi con una de esas sonrisas terminales, de resignación en el triunfo. A partir de “Piuttosto morrò” y hasta el aria viene la que, lo digo, es mi secuencia favorita en toda la Ópera a día de hoy. Y Freni hace un monumento. Poco puedo decir, porque tendría que comentar sílaba a sílaba, acento a acento, el descomunal crescendo dramático (y el libreto ayuda como pocas veces) hasta llegar al “ah, come offerta suprema del mio amore.” Luego se enjuaga las lágrimas y canta un “Tu, che di gel sei cinta” al estilo Favero, a punto de entregarse de nuevo a la emoción un par de veces (el segundo “egli vinca ancora” o “io chiudo stanca gli occhi”) pero conteniéndose para sentenciar el destino de Turandot, y de paso el propio. Ojalá alguien más se emocione tanto con este pasaje.
Timur: Giaiotti saca petróleo cantando su personaje a la perfección. Es un bajo-bajo, de voz enorme y cavernosa, viejo y agotado que sin embargo sabe elegir el momento en el que saca su vena de rey tártaro cuando descubre que Liù ha muerto. Además se impone a un coro en trance, una orquesta en celo, un Corelli y una Freni en algunos momentos de la última secuencia del acto I (“su tutti la spada piombò”).
Ping, Pang y Pong: pese a los alardes de Nagy (Pang), un comprimario que cantaba el Tambor Mayor y Florestán por esa época, el conjunto queda perfectamente equilibrado, con una progresión de la ironía a la nostalgia y finalmente al remordimiento que es, exactamente, lo que se espera de este personaje con tres voces.
El coro: el coro es, para mí, el auténtico descubrimiento en esta versión. Lo demás me lo podía esperar, aunque fuera como la idea (en el sentido platónico) de lo que debía ser. Esto no. Las sopranos, colosales “è la bella Turandot! Ah!”, los bajos melancólicos y los tenores terroríficos (en el buen sentido). Inmejorable el final del segundo acto, “alla Caballé” alargando su nota hasta el fin de la era cuaternaria, y marcándose algunos añadidos que no sé de dónde habrán salido (“il nome, il nome, il nome!”).
La dirección: Mehta dirige Turandot exactamente como la tengo en la cabeza, quizá le falte un poco de abandono en los últimos compases tras la muerte de Liù, antes de “principessa di morte”, pero es cuestión de gustos. Impecable, con un buen gusto tremendo, dejando que la orquesta cree ambiente y los cantantes protagonicen (el final del primer acto es de libro, con un crescendo-accelerando con el que Gavazzeni debió tener pesadillas).
El pero: no haber estado allí, y que no se grabara en vídeo y con los medios de hoy.
https://www.youtube.com/watch?v=4Bd8arUnCtQ