Picado por nuestra estimada Despinetta, me hice con una versión de
La clemenza comparable a la que comenté de
Idomeneo, en concreto esta:
Ya lo siento, Despi, pero me sigo quedando con
La Clemenza. Es cierto que, desde un punto de vista –digamos- estructural, es un paso atrás respecto Idomeneo: continuidad del discurso musical, utilización del coro, etc. Sin embargo, en el arte se puede caer fácilmente en la “falacia del progreso”: creer que una creación es superior por el solo hecho de apuntar a una determinada línea de desarrollo histórico. Con una estructura más convencional,
La clemenza me parece más inspirada al menos en tres aspectos fundamentales en la ópera mozartiana: el tratamiento de los personajes, el sentido dramático en la utilización de la armonía y el diálogo entre la voz humana y los instrumentos. En el cuarto pilar, la inspiración melódica, cualquier opera seria de Mozart está lejos de sus títulos más populares. De todas formas, prometo volver a
Idomeneo, Despi: con lo poco que la conozco, no debería haberme atrevido a escribir sobre ella, pero la cosa ya no tiene remedio.
En cuanto a la versión citada, querría leer opiniones autorizadas. A mí me ha gustado a pesar de algunos pesares, siendo como es una lectura muy distinta del “así me lo aprendí yo”. Harnoncourt trabaja sobre todo la belleza tímbrica, pero también consigue, a mi juicio, mantener la tensión con tempi bastante lentos, quizás al precio de algunos “arreones” incomprensibles y de descompensar a veces las distintas secciones orquestales. La estrella, Vesselina Kassarova, domina completamente la escena con seguridad y una amplia variedad de recursos expresivos, aunque tiene para mí un par de pegas: una extraña bipolaridad que le hace alternar la frialdad con la sobreactuación sin pasar por la casilla de salida y una voz inadecuada para los momentos dramáticos, que suele resolver con artificiosidad (y buena dosis de gola). Como Sesto habría preferido a Elina Garanca, que aquí hace un Annio sobresaliente. Claro que a mí la Garanca me parece extraordinaria en casi todo. Dorotea Roschmann estaría sobresaliente si no fuera porque la terrible tesitura de Vitelia la desborda en algún momento (especialmente en los graves). Michael Schade y Barbara Bonney se defienden, con algunos apuros: sus voces son de una belleza que compensa los problemas de fiato del primero y ciertas tiranteces de la segunda. En cambio, Luca Pisaroni parece fuera de lugar; confunde la opera seria con canto monótono.
De la puesta en escena de Kusej, mejor no hablo porque volvería la burra al trigo.