No se si estaba ya enlazada:
Gioachino Rossini - Guillaume Tell (ROH, 2015)De entrada y hablando de rankings, listas y mundiales, nunca he entendido la escasa presencia en ellos de esta ópera, que es uno de los títulos más importantes del siglo XIX, o sea, de la historia del género. Busquen, busquen. En el hilo de las veinte aún no ha sido ni mencionada. Se ve que “los italianos” la consideran demasiado larga y “los alemanes” demasiado ligera. A mí me parece un operón.
En cuanto a esta versión, habrá que empezar por lo que la hizo conocida en su momento: la puesta en escena de Damiano Michieletto. Y aquí viene mi segundo motivo de estupefacción, porque el escándalo con que fue recibida se debió, por lo visto, a uno de las escenas más pertinentes de la obra: la violación de una aldeana suiza por los secuaces de Gessler con la música del ballet del tercer acto de fondo. A mi juicio, el contexto bélico da lugar a algunos de los momentos más conseguidos de la dirección escénica, como el encuentro de los soldados y los niños al comienzo del segundo acto o el posterior rito de los juramentados. En cambio, el socorrido recurso de hacer pasar una parte del libreto por la fantasía de uno de los personajes, que en este caso es el hijo de Tell, crea una trama paralela que no hace más que desviar la atención y dar lugar a la permanente i(nte)rrupción escénica de un Arquero de tebeo bastante irritante. La escenografía tampoco es demasiado imaginativa y, a partir del segundo acto, aparece dominada por un enorme tronco tan invasivo como el susodicho personaje y por una sombría iluminación sin apenas matices.
De la parte musical se habló poco en su día o al menos yo no me enteré. En conjunto, me parece más que digna. El trío protagonista se acerca bastante a la vocalidad exigida y su rendimiento pasa la prueba, lo cual ya es un mérito con esta terrible partitura. John Osborn no es Camarena ni Flórez, pero tiene más anchura y carne que ellos, además de valentía, lo que le permite hacer tres actos notables; al
Amis, amis ya llega dando bandazos sobre la bici, pero a ver quién es el guapo. La sueca Malyn Brystöm aguanta un acto menos; tiene su mejor prestación en un precioso
Sombre fôret, pero la segunda mitad de la ópera la canta con abundantes sonidos descontrolados y más de uno afónico o desafinado. El más listo de la clase es Gerald Finley, que mide mucho mejor y se reserva para su momento de gloria; se nota que tiene muy cogido el estilo y maneja con maestría las distintas dinámicas y los reguladores sin hacer ventriloquía, aunque su tendencia al fraseo escupido afee un poco el resultado. Del resto, destacan Sofia Famina como Jemmy (a pesar de las chuminadas que le obliga a hacer Michieletto) y Enkelejda Shkosa como Edwige; ambas desconocidas para mí. Llama la atención la presencia de Eric Halfvarsson en el papel de Melchtal; a este hombre lo di por muerto canoramente hace años, tras un Gran Inquisidor en el MET y ahí (y así) sigue.
Dejo para el final lo que necesita menos justificación, que son los elogios para la dirección musical de Pappano. En este foro los admiradores de don Antonio somos legión y nuestros argumentos, conocidos. Sencillamente, no creo que haya ahora mismo ningún responsable de cualquiera de los grandes teatros de ópera del mundo que sea capaz de un balance tan satisfactorio entre intensidad y lirismo, entre análisis de las partituras y exigencias dramáticas, entre visión de conjunto y matices expresivos, entre instrumentación y cuidado de las voces (con una especialísima mención al trabajo con el coro), entre… Vamos, una gozada.