R. Wagner - Götterdämmeung (Múnich, 1989)Brünnhilde - Hildegard Behrens; Siegfried - René Kollo; Hagen - Matti Salminen; Alberich - Ekkehard Wlaschiha; Gunther - Hans Günter Nöcker; Gutrune- Lisbeth Balslev; Waltraute - Waltraud Meier; Woglinde - Julie Kaufmann; Wellgunde - Angela Maria Blasi; Flosshilde - Birgit Calm; Erste Norne - Marjana Lipovsek; Zweite Norne - Ingrid Karrasch; Dritte Norne - Penelope Thorn
Coro y orquesta de la Bayerische Staatsoper
Dir.: Wolfgang SawallischEn
Götterdämmerung está lo mejor y lo peor de
El anillo wagneriano. Es una jornada que puede resultar estomagante y de la que no conviene abusar, pero tiene la mejor virtud de las obras geniales: cada nueva escucha permite descubrir hallazgos de una mina que parece inagotable y a ello me he dedicado los últimos días. En esta versión de 1989, la Orquesta Opera Estatal Bávara nos transmite toda la riqueza musical y variedad de registros de esta extraordinaria pieza con segura ejecución (algún metal que queda en evidencia, como parece inevitable). Sawallisch la conduce con sentido narrativo y claridad de texturas, sin buscar ningún momento mágico de esos que pasan la historia de la interpretación wagneriana, pero evitando caídas de tensión que son el gran peligro de la obra.
La puesta en escena no aporta nada a la obra. Juega con distintas caracterizaciones de los personajes y con muy diferentes escenarios, deudores de tradiciones escenográficas diversas que –supongo- pretenden subrayar la diversidad de planos en los que se mueven los protagonistas, pero que finalmente resultan una amalgama incongruente. Momentos como el
Viaje de Sigfrido se resuelven con paupérrimas proyecciones sobre las que se ve a un Kollo de expresión más bien pánfila. Imágenes que recuerdan a
La guerra de las galaxias (el palacio de los guibichungos) y a
Encuentros en la tercera fase (el regreso de Gunther con Brünhilde) se alternan en la función con decorados expresionistas (las orillas del Rin) hasta un final sin cataclismo en el que irrumpe Hagen con una bola del mundo. Wotan se pasea con esmoquin observándolo todo y arroja un disco en el escenario. Así todo.
El reparto es muy notable. Un
Crepúsculo abierto por Marjana Lipovsek no es cualquier cosa y si en el trío de nornas hay una cantante como Penelope Thorn capaz de darle la réplica, el oyente se las promete muy felices.
No son a mi juicio Brünhilde y Siegfried lo mejor de la función. Ni René Kollo ni Hildegard Behrens son cantantes que me entusiasmen y en el caso del tenor ya le quedaba poco combustible a finales de los ochenta. Aun así se le escuchan aquí y allí algunas frases memorables. La Behrens recurre a sus conocidas armas, que no dudo sean eficacísimas en directo, pero acusa un vibrato excesivo, sus graves son poco convincentes y cuando se la escucha junto a la gran Waltraud Meier –que por aquellas fechas debía de ser casi una debutante- queda claro quién es e iba a seguir siendo por mucho tiempo la hermana mayor. Con todo, hay que reconocer que en el final está conmovedora.
Salminen impresiona como Hagen por la amplitud y oscuridad del vozarrón; se le pasan por alto sus cavernosidades y alguna pifia en las llamadas del segundo acto. En el último acto pasa sus dificultades. Los guibichungos son interpretados por el para mi desconocido Hans Günter Nöcker, bastante más entonado en la primera parte de su papel, y por Lisbeth Balslev (la Elsa de
El Holandés de Sawallisch), que sale airosa del envite. Wlaschiha pasa sin pena ni gloria, pero las Hijas del Rin dejan un buen sabor de boca.
No desalojará del podio a ninguna de mis versiones favoritas, pero me he quedado con ganas de seguir con las otras entregas de esta Tetralogía.