Extraordinario intercambio, Gino e Idi
Estoy de acuerdo en que lo más preciado en la ópera (casi diría que el ideal) es un cantante con un concepto y con la capacidad técnica suficiente (luego están todos los grados de excelencia) para llevarlo acabo.
No creo que la expresividad micro y macro sean excluyentes. Hay cantantes muy buenos en una o en otra, y en las dos. Para mí el ideal es que el concepto general de un personaje se exprese en cada frase, en cada
epigrama. Que haya un aliento del personaje en cada sílaba (y ahí está Vickers, Bergonzi, Callas, por ejemplo). Aunque es verdad que a veces una interpretación más distanciada, menos detallista tal vez,
comunica en global, como dice Idi (y ahí están los cantantes más épicos que epigramáticos, como Melchior o Flagstad). En todo caso, esa visión macro, al final es una sucesión de detalles, aunque no seamos siempre conscientes.
Totalmente de acuerdo en que el recurso por el recurso, sobre todo en el repertorio Romántico, es contraproducente y no sirve a la obra. El ejemplo de Corelli es evidente, más allá de que se pueda disfrutar desde el estricto punto de vista del canto, pero no hablamos de eso. (Edito, lo ha dicho inmejorablemente PQ:
Porque el hedonismo vocal será música, pero no es arte.)
Gino escribió:
- En ese caso estamos hablando de la percepción por parte del oyente, no de la forma en que se consigue ese resultado.
- Muchas veces en esa percepción tienen más importancia determinados rasgos esperables o reconocibles del intérprete - llámese carisma - que automáticamente el oyente identifica, ya sea con su propia concepción de la obra, del personaje o simplemente del propio cantante. Esto, qué duda cabe, funciona muy bien y muchas veces - en casos de especial afinidad cantante-personaje.
Tienes razón en que si aceptamos ese
concepto abstracto (dejémoslo en eso) corremos el riesgo de abandonar la discusión seria sobre ópera y reducir todo a una simple cuestión de percepción.
-A mí el Don José de Vickers me habla de la atracción del ser humano por el abismo, de la seducción y de la decadencia y me da igual por qué y cómo lo consigue; -Pues a mí no, a mí me recuerda a mi tía Soraya haciendo gárgaras. Pero hay que aceptar que la ópera, como arte y como espectáculo escénico,
también es percepción y hay mucho de metamusical. Y una gran parte de su razón de ser viene de ahí.
Un buen ejemplo es el
Tannhäuser de Kollo que ha salido en el hilo de qué estás escuchando. Un canto destrozado, sin línea, lleno de sonidos abiertos, de graves escupidos, en el que difícilmente se adivina el gran tenor que hay (o hubo) debajo. Y sin embargo, es
mi Tannhäuser. Cuando lo vi por primera vez me costó recuperarme del golpe, me retorcí. Vi cosas que nunca había visto en la ópera, todo lo que sé de Tannhäuser, todo lo que he pensado después (es una ópera que me apasiona) ha sido gracias a esa interpretación.
No es un modelo de canto, es más, es un ejemplo de canto casi acabado. No diría a nadie que siguiera ese camino. Y sin embargo, para mí, justifica la ópera como forma de arte. Es su esencia, porque es comunicación. Y para comunicarse, el receptor no puede ser ni pasivo ni merker.