Lehar. Obertura de ”El país de las sonrisas”¿Una opereta con final triste? No me lo podía creer. Aún recuerdo la extraña sensación que me causó “El país de las sonrisas” cuando la vi por primera vez. Por entonces, yo creía en un Lehar adalid del festivo desenfado que había mostrado en su obra más famosa, “La viuda alegre”, y no sabía que la segunda parte de su carrera como compositor la dedicó a crear obras con finales trágicos, donde los protagonistas tienen que acabar renunciando a sus sueños en pro de algo superior. Ejemplos son “Paganini”, “El zarevitch” o “Friederike”.
“El país de las sonrisas”, que sigue la línea de fascinación por lo oriental que con diferentes enfoques habían emprendido anteriormente “El Mikkado”, “Ba-ta-clan”, “Madama Butterfly”, “Turandot”, o “La princesse jeune”, expone al espectador las consecuencias de un choque de culturas que acaba con todos los personajes destrozados emocionalmente. En mi opinión, aquí estamos hablando de “opereta abyecta”.
El fragmento más conocido es el aria de Sou-Chong “Dein ist mein ganzes Hertz” (“Tuyo es todo mi corazón”). Se trata de una Tauberlied. En realidad, la más famosa Tauberlied que escribió Lehar. El tenor Richard Tauber fue buen amigo de Lehar, y éste escribió para él, en cada una de sus últimas operetas, una tonada que explotaba las cualidades de su voz. Esta de “El país de las sonrisas” es una verdadera monada.
La historia empieza en Viena, hacia 1900. Se celebra la Exposición de Comercio e Industria, y una delegación destaca por encima del resto: la de China. Encabezan la misma el príncipe Sou-Chong y su hermana Mi. Los refinados modales de ambos cautivan a todo el mundo, y la apostura del príncipe cautiva a Lisa, la hija del Consejero del Ministerio de Comercio . Un oficial austríaco, Gustl, también la ama, pero ella le rechaza con eso tan lamentable de “Sólo podemos ser amigos”. Llega un mensaje desde China: ha estallado una guerra civil, los rebeldes han asesinado al hermano de Sou, que era quien dirigía el país, y por tanto el príncipe tiene que volver a su patria a coger las riendas. Lisa decide ir con él, pese a las advertencias de su padre y de Gustl, de que se trata de un lugar con costumbres muy distintas.
En el segundo acto, Sou-Chong acaba con las revueltas y se casa en China con Lisa. Aparentemente, todo va muy bien: son muy felices, se aman un montón y no paran de decírselo del uno al otro. Pero en realidad, las cosas se están torciendo. Por un lado, Lisa no le da un heredero a Sou (cosa que le mortifica más a ella que a él). Por otro, empieza a añorar el sol de Viena y las costumbres patrias. El detonante del drama es que Sou, para sellar la paz con la única tribu que aún está en armas, tiene que casarse con la hija del jefe. Para Sou sólo se trata de una concesión diplomática, pero Lisa no puede aceptarlo. La discusión sube de tono. Fuera de sí, Sou acaba imponiéndose por la fuerza: “¡Soy tu amo! Aquí, una mujer, sea amante o esposa, para el hombre no es más que una cosa”
Lisa no se lo puede creer. ¿Dónde está aquel romántico príncipe que la enamoró en Viena? Desde ese momento, y aunque Sou comprende el error que ha cometido, no piensa más que en fugarse. Le ayuda en la empresa Gustl, que ha ido allí en viaje oficial. El teniente austriaco y Mi, la hermana del rey, se enamoran. Pero cuando llega la hora de escapar, su lealtad está con Lisa. Sou descubre el plan, pero les deja ir. Lisa, que había reconocido anteriormente que se le había terminado el amor, parte no diré que feliz, pero sí aliviada. Gustl, con ella, también. Los orientales se quedan desolados y llenos de amargura. Más aún teniendo en cuenta que, como dice Sou para concluir la obra, “Nuestro eterno destino es sonreír siempre, aunque el corazón llore”