Quién diría que una pulga pudiera ser otra cosa que un molesto y desagradable insecto, un “bicho” en toda la extensión despreciativa de la palabra, que ya ni siquiera los civilizados perros domésticos del primer mundo aceptan llevar a cuestas. Y sin embargo, dentro de la sociedad pulguil, como en cualquier otra sociedad que podamos imaginar, existen categorías. Hay pulgas y pulgas. La protagonista de este lied consigue medrar gracias al afecto de un Rey; y no sólo eso: en un acto de nepotismo al estilo del casto José también deja espléndidamente colocados a sus hermanos y hermanas. Una pulga tal mereció la atención nada menos que de Goethe, que le dedicó un poema, y también de Beethoven, quien, basándose en el texto del anterior, compuso este simpático lied:
Beethoven
Flohlied des Mephisto, Op 75, nº 3
Texto de Goethe
Hermann Prey, Leonard Hokanson (piano)http://www.youtube.com/watch?v=LNvM5r1A5_8Es war einmal ein König,
Der hatt' einen großen Floh,
Den liebt' er gar nicht wenig,
Als wie seinen eig'nen Sohn.
Da rief er seinen Schneider,
Der Schneider kam heran;
"Da, miß dem Junker Kleider
Und miß ihm Hosen an!"
In Sammet und in Seide
War er nun angetan,
Hatte Bänder auf dem Kleide,
Hatt' auch ein Kreuz daran,
Und war sogleich Minister,
Und hatt einen großen Stern.
Da wurden seine Geschwister
Bei Hof auch große Herrn.
Und Herrn und Frau'n am Hofe,
Die waren sehr geplagt,
Die Königin und die Zofe
Gestochen und genagt,
Und durften sie nicht knicken,
Und weg sie jucken nicht.
Wir knicken und ersticken
Doch gleich, wenn einer sticht.
Erase una vez un Rey
que tenía una gran pulga,
a la que amaba tanto
como a su propio hijo.
Un día, llamó a un sastre:
“Hágale ropa a este caballero,
y tómele medidas
también para un pantalón”
De seda y satén
se encontró vestida la pulga,
y llevaba cintas en sus vestidos,
e incluso una cruz.
Pronto llegó a ministro
y su estrella iba en aumento.
Sus hermanos se convirtieron
en grandes señores y damas.
Los cortesanos y cortesanas
se vieron infestados.
Picaron y mordieron
a la Reina y a sus damas de honor
pero no se atrevieron a rascarse
ni a quitárselas de encima,
pese a que solemos chafarlas
en cuanto nos pican.