Uno de los propósitos de estas vacaciones es ir dedicándole tiempo a varios ciclos o integrales sinfónicas del siglo XX que hasta ahora conocía poco y mal. He empezado por las seis sinfonías del checo
Bohuslav Martinů, un compositor que cuenta con cada vez más admiradores. La idea, por si alguien quisiera compartirla, es ir escuchando al menos un par de versiones de cada pieza y comentar impresiones, sin mayor pretensión.
Martinu compuso sus sinfonías –las “oficiales”, puesto que hay alguna obra sinfónica anterior que no recibió tal nombre- en un periodo relativamente breve de tiempo y ya en su etapa de madurez. Concretamente de entre 1942 y 1947 son las cinco primeras, siendo terminada la última –que algunos se resisten a calificar de “sinfonía”- en 1953. La
Primera, en cambio, responde más a las expectativas tradicionales: es la más larga y sus cuatro movimientos siguen un diseño más o menos “clásico”: moderato – scherzo – largo – allegro ma non troppo. Los dos primeros son los que más me gustan, porque en ellos se despliegan las mejores cualidades del compositor (variedad rítmica, instrumentación original) y porque establecen una curiosa dialéctica entre tradición y modernidad, carácter europeo y americano, trascendencia y ligereza. El tiempo moderato envuelve una célula melódica tomada del
Dies Irae con un pulso sincopado en 6/8 que parece apuntar a la tradición folclórica y acaba desembocando en un coral. En el scherzo, contrasta el vigor del tema al piano con el lirismo del enunciado por el oboe, resolviéndose todo en una filigrana contrapuntística. Menos convincente me resulta el Largo, un himno fúnebre que suele vincularse con la dedicataria (la esposa recientemente fallecida de Serguei Kussevitzki) o con el recuerdo de los sucesos de Lidice y que lo fía todo a la emotiva pero previsible efusión de las cuerdas. El movimiento final se desprende de solemnidad y adopta un giro alegre y optimista con una serie de variaciones sobre motivos de aroma tradicional.
Las dos versiones que he escuchado contrastan bastante entre sí. La dirigida por Neeme Jarvi con la Sinfónica de Bamberg es fluida y bastante transparente, sin perder por ello vigor ni colorido. La de Bĕlohlávek con los chicos de la BBC pasa por ser la lectura referencial hoy por hoy, pero en esta primera sinfonía me quedo con el estonio: aparte de ser una toma más opaca, la articulación de la orquesta británica es para mi gusto demasiado borrosa y los ataques, de un nerviosismo excesivo. Compárese, por ejemplo, cómo, en el comienzo, Jarvi hace que la melodía brote del acorde inicial para juguetear después con las síncopas durante todo el movimiento, mientras que Bĕlohlávek provoca una ráfaga que anuncia lo que después se convierte en una especie de drama entre las distintas secciones de la orquesta.