El pasado Lunes 26 de Noviembre asistimos a la representación de L’elisir D’amore en Covent. Pues bien, algo que nunca había visto ocurrió, y la verdad es que al menos en mi caso, la anécdota en cuestión me ofreció la ocasión de constatar la exquisita precisión con la que los cantantes son capaces de representar sus papales a la misma vez que proyectan sus voces, todo ello sin la mas mínima falta de sincronización.
Tras el primer acto y ya acomodados de nuevo en nuestras butacas, parece que el director (Mikko Franck) tarda en volver a ocupar su lugar al frente de la orquesta, por lo que después de casi 10 minutos, los rumores empiezan a hacerse patentes entre el público. Parece que la ausencia del señor Villazón, no va a ser lo único que acontezca esta noche.
De inmediato un representante de la Casa hace su aparición en el escenario y anuncia la baja de Ludovic Tézier (Belcore), y su sustitución por Alessandro Corbelli (supongo en Londres preparando La Cenerentola, ya os contaré). Al mismo tiempo un operario coloca un atril en una de las esquinas de la caja.
El segundo acto da comienzo con Alessandro apostado en el atril, y cual es nuestra sorpresa cuando al inicio del segundo acto, Tézier aparece de nuevo en escena, como si nada hubiera ocurrido.
Es realmente curioso ver como el “actor” representa su papel a la perfección sobre el escenario, gesticula y actúa, mientras su voz queda superpuesta por el “cantante” en una esquina del escenario. Las dos primeras notas suenan algo desplazadas en el espacio, pero enseguida nuestra cabeza adecua la acción al origen de la voz y aquí no ha pasado nada. El resto de la representación transcurrió con total normalidad, incluido un sutil guiño del sólido Gavanelli (Dulcamara) en uno de sus mutis al pasar al lado de Corbelli.
Por cierto, una par de opiniones (las mías obviamente):
Aleksandra Kurzak fantástica, una Adina de altura, deliciosa.
Gavanelli, para que hacer más mención, este hombre inunda el teatro cada vez que abre la boca, que poderío.
Stefano Secco sustituyendo a Villazón, ahí es nada, parece arrancar algo agarrotado (presentación en la Royal), pero aún sin ser una gran voz, va abriéndose y acaba haciendo un Nemorino dulce y con un fraseo muy elegante que se demuestra en su “lagrima” muy valorada por el público.
Mikko Franck, al frente de la orquesta, me dejó bastante frío y desde luego no trasmitió más allá de una correcta interpretación.
La escenografía (Laurent Pelly, Chantal Thomas, Joël Adam) , nos sitúa en cualquier pueblo italiano, en un medio rural muy bien conseguido y con un ritmo en escena muy divertido y con detalles muy simpáticos, muy bien.
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