Clitemnestra…….…Michaela Schuster
Electra………………..Nina Stemme
Crisótemis……..……Elza van den Heever
Orestes……………. Johan Reuter
Egisto……………….. Wolfang Ablinger-Sperrhacke

Director de orquesta………Kiril Petrenko
Berliner Philharmoniker
(Versión de concierto)



Con permiso de Petrenko, que se supera en cada nuevo concierto y parece no tener ya ningún límite en su afán de perfeccionismo, hoy ha sido la noche de gloria de Nina Stemme. No tengo adjetivos para calificar lo que hemos podido escuchar.

Salió la intendente a anunciar que hoy cantaría Stemme, recién salida de un enfriamiento, ( el 4 tuvo que ser sustituida por Riccarda Merbeth), y que Michaela Schuster pedía disculpas por anticipado por haberse enfriado en el vuelo y no poder utilizar todo su volumen.

La colocación de una botella de agua y un inhalador de Ventolín debajo de la silla de Stemme no auguraban nada bueno. Empezó cuidadosísima y como pidiendo permiso con sus “Allein…”, pero ya a mitad de monólogo, y tras intercambiar miradas cómplices con Petrenko para hacerle saber que aquello iba bien, la voz calentó enseguida y se lanzó a una interpretación antológica del personaje, basada sobre todo en su poderío vocal. El timbre , en su zona central y grave, es lleno, esmaltado y saturado de color, capaz de unos pepinazos como si llevase un megáfono incorporado en la garganta. La emisión homogénea en toda la mitad inferior, acusa apenas un vibrato —60 años!!!— en la zona aguda que no llega a molestar jamás.

Ha habido un momento angustioso, pero enormemente teatral. Después del reconocimiento de Orestes, se ha tenido que sentar jadeando fuertemente; ha querido coger la botella de agua, pero ni llegaba y Reuter se ha agachado y se la ha dado. Después de beber unos sorbos, ha buscado el ventolín con manos un poco temblorosas y se ha metido 3 ó 4 chutazos; a continuación ha agachado la cabeza escondiéndola entre las manos, y así han pasado unos pocos interminables segundos, mientras Petrenko ralentaba mínimamente la orquesta para darle tiempo a recuperarse. Poco a poco se ha levantado con una sonrisa que se iba haciendo más luminosa a medida que se incorporaba, definitivamente abierta al llegar a la altura de Petrenko y mirarle, quien ha vuelto al tempo y a continuación, se ha producido magia pura: las medias voces emitidas con un control perfecto, los graves llenos, el volumen ensordecedor y la colocación de la voz dónde a ella le daba la gana. Nadie respiraba con aquello, sobrecogedor. Si no estaba ensayado, esta pequeña ópera dentro de la ópera no hubiera podido salir mejor.

Espléndida Michaela Schuster en su Clitemnestra; bastante bien de voz en esta ocasión, y aún con sus conocidos problemitas en la zona aguda, no se arredra y convierte todo en beneficio suyo, con una prestación escénica tan buena, tan llena de gestos, de miradas, de movimientos de sus manos, que no solo no se molestan en ocultar , sino que realzan los defectos de la voz para darle más vida y realidad a su personaje, con un punto de sobrepaso actoral absolutamente conveniente y certero que muestra a una mujer desquiciada en busca de un remedio que sabe que no va a encontrar.

Elza van den Heever tiene una magnífica voz, pero esta noche ha estado un poco por debajo de sus posibilidades, especialmente las interpretativas. Le ha faltado algo de entrega a su personaje, no había pasión en su primera salida, y en general, ha dejado una sensación de una Crisótemis un poco plana. La voz, como digo, es excelente, y lo ha demostrado en su última escena, con una emisión bellísima y un fiato de extensión espectacular.

Muy bien Reuter en un papel menos exigente que Hans Sachs, con un timbre que conserva aún grandes momentos, pero que empieza a declinar. Algo más de implicación interpretativa no le hubiera ido mal.

Todo lo contrario Wolfgang Ablinger-Sperrhacke. Este excelente tenor está escenificando su papel desde el momento en que sale por la puerta, tintando a Egisto con todos esos matices relamidos, grotescos y un poco repugnantes que dibuja la música de Strauss.

De Petrenko y de la orquesta me es imposible señalar la cantidad de momentos que han dejado en mi cabeza. Su lectura sí que no se ha dejado ni un ángulo por medir, su imbricación con la orquesta es tal que a veces cierra los ojos, y todavía pareciera que se afina más la precisión de los ataques.

Electra es una ópera que por razones estrictamente personales tiene mucho significado para mí , y ver cómo a Petrenko se le saltaban las lágrimas ante el estruendo del público cuando ha saludado , ha añadido a mi experiencia un punto de emoción que me tiene aún vagabundeando en esta estupenda noche primaveral.

Yo creo que sí el Cielo existe, debe de ser algo parecido a que te pongan enfrente de esta orquesta ( o el Concertgebouw en su de defecto), ponerte en una silla, y tenerte ahí sentado escuchándolas por toda la eternidad.

Muy emocionante lo que cuentas sobre Stemme. Cómo me hubiera gustado disfrutar de su Elektra en Berlín. ¡Gracias por la crónica!