Magnífico día primaveral de invierno en Valencia para disfrutar de Rusalka. La luna estaba en cuarto menguante, o sea, con la cuesta de enero. Teatro prácticamente lleno y a pocos metros de mi asiento estaba Siegfried, el más implacable de los moderadores, de hecho le llamamos Átropo. No muy lejos estaba Amolaopera, en lugar distinguido, como corresponde a una de las fuerzas vivas de Les Arts.
La orquesta tiene una partitura para lucirse y lo hizo, aunque empezó un poco floja, como cansada. Me temí lo peor pero enseguida se ajustó. Fabuloso, como siempre, el viento-metal, que en esta ópera destaca bastante.
La puesta en escena parece que es la que vimos en Madrid y digo "parece" porque nulo recuerdo dejó en mí. De hecho, si me dicen que hubo otra, me lo creo. Muy estática, con un chiscón dentro de una sala que lo mismo es el pretendido cine, que un reformatorio, que un monumento nacional, que la sala oculta del VAR. En los actos impares aparecen unas rocas para situarnos mejor en el ambiente escocés en el que se desarrolla la ópera. Mucha gente en el escenario, bailarinas y sus dobles cantantes, Charlot por duplicado, o sea, Hernández y Fernández, y todos corriendo, como si estuvieran entrenando para los próximos JJ.OO. Y luego, la genialidad de turno: Rusalka, en vez de moverse como pez (o sirena) en el agua, lleva muletas; y cuando le proporcionan unas piernas que nunca ha usado, baila como Alicia Alonso pero luego renuncia al baile de la fiesta.
Los cantantes estuvieron en un nivel discreto aunque aceptable: Olesya Golovneva fue Rusalka (estuvo en el segundo reparto de Madrid pero no la vi), voz un poco dura, oscura, perfectamente audible y con buenos agudos pero sin emocionar, sin alma, como su personaje. El príncipe fue el apuesto Adam Smith, que como ya había terminado La riqueza de las naciones se metió a tenor. Voz bonita y expresiva, aunque de volumen un poco justo. Metió un semifalsete en el final de la obra. Si dedica tanto tiempo al estudio del canto como al cuidado de su cuerpo, llegará lejos. La bruja la encarnó Enkelejda Shkoza, con voz muy parecida a la soprano, pero más grave. Un poco áspera, si bien casa perfectamente con su personaje. Su “Abracadabra” tuvo menos magia que Pepe Higueras jugando al tenis pero sacó el papel. La Princesa extranjera de Sinéad Campbell-Wallace completó el terceto de voces guturales, típicamente eslavas, solventes pero no sugerentes. De más a menos el Vodnik de Maxim Kuzmin-Karavaev, que forzó mucho para que se le escuchara en ciertos momentos y acabó con menos presencia que el programa de mano. Bastante mejor los personajes secundarios, las Hadas (Cristina Toledo mejor en los agudos), el Pinche (Laura Orueta) y el guardabosques Manel Esteve, que cumplieron sobradamente con sus papeles.
En el descanso pude ver a Mandryka, abrumado por la responsabilidad de ser el Cronista Mayor del Foro, y después se acercó Dufol para conocer un restaurante cercano al teatro.
No es que haya sido una Rusalka espectacular pero la prefiero a un Lear antológico. La próxima será Un baile de máscaras, allá por mayo, era por mayo, cuando hace la calor. A ver qué tal lo hacen la calandria y el ruiseñor.
_________________ Gran Duque de Seychelles.
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