Función del 18.2.24
Nada más llegar al teatro, me llevé una agradable sorpresa cuando comprobé que Sara Blanch sustituía a Jodie Devos. Es buenísima esta cantante, con un timbre luminoso de lírico ligera pero con cierto peso, unos agudos tersos, delicados y penetrantes a la vez, expresividad, presencia y frescura escénicas apabullantes. Da gusto escuchar sus agilidades certeras y precisas en tempo, y a la vez ejecutadas con una flexibilidad musicalísima, en las que incluso se permite añadir algún que otro adorno de muy buen gusto. De una musicalidad exquisita, el concertante del primer acto estuvo casi más sostenido por ella que por el director. No entiendo muy bien por qué no está haciendo ya roles de más sustancia.
Bastante bueno Piero Petti en su cometido, con un bello timbre más aterciopelado que squillante, una emisión muy homogénea, aunque un poco parca en la zona más grave, y una expresividad limitada, aunque suficiente; es joven, y sin duda tiene condiciones para ir a más.
No se puede decir que Okka no dé todas las notas, que incluso en algunos momentos no cante con cierta intención, pero yo no vi el personaje de Ulrica; al menos como yo lo entiendo, tremenda como es, entre lo trágico de una sibila y lo bufo de una cuentista. La voz es buena también, pero le falta fuerza, caracterización, ese pelín de exageración que a mi modo de ver, requieren este tipo de roles, y que, en mis entendederas, está en la música que Verdi le asigna. Me dejó exactamente con la misma impresión su Azucena de hace algunos años en este mismo teatro. Además tampoco le ayudó la casi nula dirección actoral de su personaje.
Muy bien Arturo Chacón-Cruz en cuanto a interpretación. Sin embargo, su registro central suena como si le hubieran quitado el jugo y cantase con la cáscara de la voz, que, sin llegar a resultar dura, pierde corporeidad, no consigue llenar el sonido; hubo bastantes momentos en que, o los decibelios de la orquesta o la voz de Saioa me impidieron escucharle, y eso que estaba en la fila 2. Sin embargo su registro alto produce unos agudos timbrados, amplísimos y muy bien proyectados, que se habrán escuchado en La Rambla. Por contra, su fraseo buenísimo y su perfecta dicción compensaron la falta de un material más noble. Claro que todo tiene dos caras, y si en “Oh, qual soave brivido” la voz adolecía de una total falta de seducción para un momento así, esa misma voz un poco rauca hizo maravillas en su escena final, donde, ya lejos de cualquier galanteo, ha de mostrar la tristeza y melancolía que le produce perder a Amelia. Su recitativo y aria finales, regulados, matizados, interpretados a flor de piel, fueron de lo mejor de la noche.
A Saioa la vi en este mismo papel en el TR en su debut no oficial en Madrid hace 4 años. Como la excelente cantante que es, la interpretación no podía ser igual. Mucho más madura escénicamente, compone una Amelia regia, llena de dignidad hasta en los momentos más comprometidos para su personaje. Su voz cada vez más homogénea y controlada, ese maravilloso registro “di petto” tan timbrado que le da tanta expresividad y personalidad. El mucho mayor dominio de las dinámicas que debe de ser dificilísimo con una voz así, se va trasladando al registro central y agudo, mucho más equilibrados ahora. Sus agudos en forte han ganado muchísimo en redondez sin perder rotundidad, pero sí ese ocasional sonido como abocinado que tenían al principio; el centro es más mórbido, y su capacidad para apianar y hacer medias voces es muy superior actualmente. Igualmente la elocuencia de su canto y la apropiación del papel se encuentran en plena madurez, como demostró en la emotiva interpretación de sus dos arias. Lo que no ha cambiado es el encanto del timbre, y consiguió grandísimos momentos: su segundo “Si, t’amo” del dúo fue de una potencia y penetración que impidieron que se escuchase la réplica de Riccardo, y fue impresionante el mezzopiano flotante, delicado pero firme, sin vacilación, que consiguió sostener en toda la frase “spenta per man del padre, la man ei stenderà”, de belleza absolutamente caballesca. Sentí no poder darle al rewind….
No puedo dejar de hacer mención especial de Valeriano Lanchas, que estuvo magnífico en su papel de Samuel; nunca se me hubiera ocurrido que se le pudiera sacar tanto jugo ni dotar de tanta expresividad a esa parte.
El montaje me pareció bastante banal y un poco sin pies ni cabeza. Un fondo semicircular verde-moco con la muy vista abertura horizontal a tres cuartos de su altura para que cante el coro (mejor dicho, sus cabezas), y una especie de catafalco negro con un siniestro ángel exterminador que presiden toda la ópera, una troupe circense que habita la “magion” de Ulrica….para mi gusto, lo más conseguido fue el propio ballo y la muerte de Riccardo, donde la cosa pareció adquirir algo de significado. Irregular dirección de actores, en la que todos los puntos se los llevó el Oscar de Blanch (aunque no sé si más bien por méritos propios) y la sobria Amelia de Saioa.
La orquesta sonó muchísimo mejor que de costumbre, con una cuerda empastadísima como creo no haber escuchado nunca antes en el Liceu. Una pena que Frizza se empeñase en deslucirlo, especialmente en los concertantes y los coros, con un exceso de decibelios, de percusión y metalazos machacones y marcadísimos, que hicieron que el magnífico primer concertante terminase un poco chunda; ese otro pasaje que a mi me encanta del momento en que se extraen los nombres de la urna, en el que los metales, la percusión y la cuerda dibujan una atmósfera absolutamente wagneriana, quedó ofuscado por los golpes inmisericordes que el director propinó a la orquesta. Hubo también momentos muy buenos, como el recitativo y aria finales de Riccardo, y el crescendo del último concertante donde, esta vez sí, coro y orquesta, dirigidos con más contención y con la gravitas que el momento requiere. Y a los que por una vez se une la escena cuando Riccardo, de manera muy oportuna, cae muerto sobre su propio catafalco, con la sombra funérea del fúnebre ángel proyectándose sobre el verde lívido del fondo semicircular del foro.
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