Enrico VIII. Riccardo Fassi
Anna Bolena Federica Lombardi
Giovanna Seymour Vasilisa Berzhanskaya
Lord Rochefort. Padraic Rowan
Lord Riccardo Percy René Barbera
Smeton. Karis Tucker
Sir Hervey Chance Jonas-O’Toole


Director de orquesta. Enrique Mazzola
Director de escena. David Alden


A mi este montaje me ha parecido un poco batiburrillo que no ha llegado a cumplir las expectativas que yo tenía. La escena es una pared o muro curvo de fondo de escenario hecho como con piezas gigantes de Exin castillos, que bien puede figurar el cerramiento de un palacio, de la Torre de Londres, etc…Cuando conviene, se le superpone otro muro paralelo de paneles de madera, con un aspecto un poco más Tudor, que funciona como interior de los espacios antedichos, en el que de vez en cuando se abren unos escotillones desde donde los cortesanos observan, comentan, juzgan…..

Enrico, Anna, sirvientes y guardia van vestidos de su época, Seymour con un traje tipo años 40, lo mismo que las cortesanas, trajes sastre hay que decir que de impecable factura, aunque fuera de todo contexto. Los cortesanos (figurantes y coro), llevan unas levitas s.XIX y chistera y bombín al 50 por ciento, en una alusión un poco simple a la “britanidad” de la obra. A mi más bien me parecían una multiplicación de clones de Tip y Coll. Enrico hace y deshace, dispara su arco sin apuntar y los criados colocan cada vez sus flechazos en el centro de la diana, o bien fustiga a sus hombres, con máscaras de perro y vestidos de cuero (nueva idea que alude a un fetichismo que no se sabe a cuento de qué viene), Seymour resulta convincente en sus pocas ganas de que condenen a Anna, Percy se presenta como viniendo de viaje mientras se ven al fondo unas proyecciones de cielos nubosos, Smeton va componiendo sus canciones con papel y pluma vestido de Donizetti…., en fin , una cantidad de ideas deslavazadas que al final lo que producen es más una sensación de monotonía y cansancio que de sorpresa o asombro, suponiendo que eso fuera lo que Alden pretendía conseguir.

Vocalmente las cosas fueron mejor, pero……..esperaba mucho más de Federica Lombardi, que empezó gélida y con leves problemas de entonación en su pequeña cantilena inicial. Es italiana y el fraseo es correcto, pero la expresividad está muy lejos de dar vida y emoción al personaje. La voz es de lírica pura, con suficiente volumen, pero con algunas inseguridades aquí y allá; por supuesto no hay “re” al final del primer acto y también elimina el sobreagudo final. Tiene muy buena presencia, es aceptable como actriz, consiguió una interpretación suficientemente emotiva de “Al dolce guidami”, pero esas casi vocalizaciones tan aéreas del final se quedaron muy pegadas a tierra. Mi impresión es que es una cantante que promete, pero que está bastante verde todavía.

Mucho más rotunda la prestación de Vasilisa Berzhanskaya, a quien había escuchado en un Barbero y no me había entusiasmado. Pero he de decir que su imponente registro — yo diría que mezzo falcon— con graves poderosos y agudos penetrantes y firmes, y sobre todo, su delicadeza en la emisión del canto spianato, lleno de matices dinámicos, me alegraron la velada. Un timbre cálido y caudaloso, lleno en todo el registro, volumen a raudales, hicieron que en el famoso dúo, destacara más ella que la propia Anna. Sus defectos: un cierto embarullamiento lingüístico que impide a veces entender lo que canta y puntualmente, un modo de oscurecer la voz algo artificial en la zona grave, como la Netrebko de nuestros días, cosa que no se entiende porque además no le hace ninguna falta. Y el peor (y creo que por eso no me había impactado en el Rossini) es que en las agilidades siempre hay alguna nota que falta, un tresillo mal hecho o algún titubeo que queda al descubierto. No le ayudó tener que subirse y bajarse de una silla (otra tontería) para cantar la cabaletta.

Riccardo Fassi en un bajo más bien justo, y aunque el timbre tiene cierta resonancia, le faltan volumen y carne. El color es agradable e incluso ofrece algunos momentos líricos de bella emisión, pero aquellos en los que el personaje debe mostrar su lado más venal y fiero, se quedan en un mero mal humor. En general, el papel le viene algo grande.

René Barbera se anunció antes de empezar la función que había pasado una fuerte gripe y que esa noche era la primera “que se encontraba un poco bien”. Pues a pesar de que se pasó toda la función tosiendo cuando no cantaba, disimulándolo como podía, cantó maravillosamente con su timbre de tenore di grazia con cierta densidad. Cierto que eliminó cualquier sobreagudo o notas altas que pudieran suponer un riesgo, pero su conocimiento del estilo belcantista, su fraseo melancólico y lleno de intención, la belleza de sus medias voces y la inteligente dosificación de los fortes, que a pesar de los riesgos, no eludió, lo hicieron , junto con Berzhanskaya, y a pesar de todo, el triunfador de la noche.

Correcto, sin más, aunque con un timbre demasiado oscuro para dar el papel de un joven paje, el Smeton de Karis Tucker.

Enrique Mazzola fue como mucho eficiente dirigiendo la excelente orquesta de la Deutsche Oper, pero hubo bastantes momentos de caída de tensión y de desajustes con el coro. Sin embargo, el dúo de las dos rivales fue tocado con un juego de tempi bien contrastados y vibrantes y con una pasión que sin duda influyó en que fuera el mejor número de la noche y recibiese estruendosos aplausos por parte del público que llenaba el teatro.