El añorado maestro Kraus gustaba repetir que el bel canto es precisamente eso, cantar bonito. Pues eso, nada más y nada menos que eso, es lo que hemos disfrutado esta noche en Les Arts con esta María Stuarda, segunda entrega de la prometida trilogía Tudor.
La emoción de la elegancia es lo que yo resumiría de esta función, porque si bien es cierto que no hay momentos arrebatadores, que no hay sobreagudos de los que ponen los pelos de punta (que normalmente no están en la partitura), que no hay momentos de emoción sobrecogedora escritos a sangre y fuego, sin embargo, sale uno con la emoción de haber contemplado una joya, una rara avis, unas gotas de esencia de canto y una puesta en escena sobria pero suficiente, de esos momentos que cada día son más difíciles de encontrar. Bravi tutti.
Por partes, ambas reinas, María y Elisabetta, interpretadas por Eleonara Buratto y Silvia Tro Santafé son sin lugar a dudas las triunfadoras. Enormes en todo, en acción dramática, en elegancia y en calidad de canto. Me encanta esa distinción a la hora de saludar a telón ya caido, y separándolas del resto del elenco.
La Buratto enorme. Sus fiatos maravillosos, sus forti bien valientes pero embridados al servicio de la partitura, elegancia justa, con momentos sublimes. Coloratura ejemplar…El aria de la plegaria final, simplemente de antología, bien es cierto que, acompañada en este caso, por el grandísimo coro de la casa. El dúo con Elisabetta resultó de muchos quilates, donde pese a la tensión (casquivana podríamos afirmar) del momento no empaña la calidad y belleza del canto.
La valenciana Silvia Tro, idem de ídem. Sólida, convincente, con gran voz capaz de cualquier cosa, voz con color, con volumen, y con más que solvencia escénica. Anduvo en el complejo personaje, mezcla de celos y de inquina, sobrada, con empaque y solvencia y, sobre todo, con gran belleza en el canto. Ay.
Y ambas sin estridencias, sin excesos, con sublime esplendor en todo, con comedimiento y armonía. Precisamente ahora que vamos a exportar la mascletá a la villa y corte (preparaos madrileños) va y resulta que nos mordemos los labios y esas tracas de gorgoritos y sobreagudos se quedaron, afortunadamente esta vez en las bambalinas del teatro, porque a escena salió sólo lo excelso.
En cuanto a Ismael Jordi, siendo un cantante al que le tengo simpatía personal, no siempre lo he visto tan bien como en esta función y es por ello justo decirlo. Magnífico en dicción, en emisión de voz, en presencia escénica y en distinción, gusto y estilo de canto.
Los comprimarios bien. Muy bien. Destaco al Talbot de Manuel Fuentes.
Mención aparte merecen el coro y la orquesta de la casa. Y, sobre todo, el maestro Maurizio Benini. Ya me gustó mucho el año pasado con Anna Bolena. Es un director de los de siempre, me repito, de los de frac y zapatos de charol. Un gran director belcantista, atento a los cantantes y a la orquesta con la que se le ve disfrutar, como la propia sesión de ayer, sin estridencias, sin otra cosa que no esté al servicio maravilloso de este gran Donizetti. Bravo.
Cabe hablar por último del montaje. Dudo que la directora finlandesa Jetske Mijnssen haya tenido presente escenas de una de las obras cumbre de Berlanga, me refiero al El Verdugo; o quizá sí, al fin y al cabo en ambas historias está latente la atrocidad de una ejecución. Pues bien, fue alzarse el telón y recordar la última escena de la película, con unos ángulos muertos, con una escena fría en la que las personas son contrapunto del vacío, con un punto de fuga dominante… y en eso básicamente se basa la escena: estancias cerradas, con una proyección hacia el fondo y con una movilidad inteligente de los cantantes que son suficiente para recrear la trama. El segundo acto, introduce un remedo de los tapices de la época, parecido a los que se encuentran en el parisino museo de Cluny, que es el único alivio que se permite la escena, pese a lo cual, no sólo no molesta sino que, por lo menos a mí personalmente, me resultó sugerente y atractiva.
Eso sin más, sin necesidad de recurrir al heteropatriarcado dominante, ni al yin y el yan, ni a darle una reinterpretación novedosa, ni a reflexionar acerca de “lo que verdaderamente Donizetti quiso decir””, ni nada de nada. Ni siquiera una ligera mención al cambio climático. Chico, se ve que allí no tienen subvenciones.
Un tirón de orejas último al público valenciano. Lo de siempre, sota, caballo y rey. Si viene Traviata hay que tener influencias para conseguir una entrada, hoy, con esta joya, con esta maravilla, tan sólo tres cuartos de entrada, siendo generosos. ¿Qué falla? ¿La difusión, la formación de la gente?... Decía Unamuno que el problema de España era un problema de cultura. Será.
Lo que yo sí estoy convencido es que la forma de enseñar música a los jóvenes no es la más adecuada. Uno de mis hijos, con once años, después de estudiar unos meses en un colegio del sur de Inglaterra me preguntó emocionado si sabía quién era un tal Chopin. La razón es que un profesor suyo, Mr. Robertson, les ponía los nocturnos mientras hacían manualidades. Un par de años después, ya en España, en clase de música no sólo no escuchaban a Chopin sino que todo se reducía a fechas, periodos, nombres… un desastre de datos y un cero en cultivar emociones. Sí va a ser lo de Unamuno.
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