Ante todo, me extraña que ocho días después del estreno no se haya abierto hilo de este Rigoletto controvertido. Yo puedo contar lo que me pareció la función del día de la Purísima, como se decía antaño, con el “primer reparto”, el que encabeza Camarena, vaya.
Hacía varios años que no volvía al Real y de entrada la orquesta me pareció que estaba en uno de sus mejores momentos. Bien dirigida por Nicola Luisotti que estuvo atento a todo y en todo momento, cuidando a los cantantes, atemperando los forti, matizando detalles y, al final, saludando uno a uno a los diferentes solistas de cuerdas, metales, percusión… haciéndoles partícipes del éxito del que, sin duda, les corresponde parte importante; muy bien, como diría nuestro recordado José Luis, al año justo de que nos dejara, sobresaliente. También a gran altura rayó el coro masculino del Real.
Confieso que tenía interés en ver a Camarena en el rol del Duque de Mantua. Cómo recordamos a Kraus, con su inteligencia para ajustarse sólo a sus papeles de referencia. A mi juicio, y al de muchos, esta ópera no es para Camarena, lo mismo que le pasó a JDF y que ha sabido rectificar a tiempo. Actuó, es un decir, con soltura según lo que le marcó el pésimo regista pero ya desde el primer momento se le notó incómodo. En Questa o quella, podía haber faltado calentar la voz es cierto, pero mosqueaba que incluso por las notas más agudas se notase cierta aspereza vocal. Vamos a ver más adelante, pensé, pero no. Por los graves la cosa fue peor, e incluso en su archiconocida donna è mobile se apreció dificultad en los últimos agudos. Preocupante si es síntoma de su realidad, corregible si todo se debe a una mala opción, para mi el día 8, simplemente decepcionante.
El francés Ludovic Tézier dio vida a un buen Rigoletto. Sin joroba, pese a que lo dice el texto, pero rotundo, llenando el escenario. No aprecié matices de su sórdido papel en los momentos en que rinde pleitesía al capo por el tradicional método de arrastrarse riéndole las gracias y zahiriendo a quienes le rodean. Ese aspecto de ser rastrero y repugnante, no se lo vi. Nucci, lo hacía como nadie, pero las comparaciones son odiosas. A nivel cánoro y en momentos clave, Cortigiani o Vendetta, me gustó. Voz limpia, clara, potente que corría por toda la sala, elegante a la vez. Dramáticamente le faltó, ya lo he anticipado, meterse en la complejidad de ese papel, servil pero con una dignidad íntima que se rebela ante el poder, eso sí con las únicas bazas que tiene a manos: el enredo, la calumnia, la insidida… Notable alto para el sr. Tézier pese a la aparente lejanía con el personaje ya comentada.
Adela Zaharia fue para mi la triunfadora de la noche, voz preciosa y precisa, un centro vocal excelente y unos agudos muy bien emitidos, tal y como se espera. Quizá faltó la candidez que se espera de esta joven, pero en conjunto dio a Gilda el protagonismo que sin duda tiene en esta ópera. Como digo, parecía más madura de lo que el personaje exige, o quizá fue una excesiva frialdad que reinó en general en el trio protagonista. A mi modo de ver, influyó y mucho la nula dirección de actores por lo que todo quedó a emisión de notas y a no tropezar con las decenas de figurantes que hacían cosas por allí.
Sparafucile fue resulto de forma brillante por el antiguo alumno del Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo, el surcoreano Simon Lim, con unas notas bajas memorables. Los comprimarios bien en general y cumplieron en su conjunto.
Pero una ópera no es sólo canto y música, es también escena y acción. Dicen, y dicen bien, los Sres. Matabosch y Del Arco en el programa de mano, que Verdi tomó la acción de Victor Hugo y que ambos buscaron escandalizar por la vía simple de contar lo que sucedía en realidad en la sociedad que vivieron. Los progenitores uno y dos del montaje (uno por acción, otro por cooperación necesaria) resolvieron la ecuación de la puesta en escena con una lógica aplastante: si Verdi y Hugo quisieron escandalizar, nosotros también.
El problema está en que a estas alturas de la vida ver cuatro desnudos, cuatro pantomimas emulando masturbaciones, guiños a la “manada pamplonesa”, etc. no funciona; sí son violencias que las tenemos aquí mismo, pero tal y como nos la metieron con calzador en la escena de Rigoletto, no sólo no escandalizaban, ni sirven de reflexión, sino que -y este es el problema- perturban, distraen, molestan la acción de la escena.
Hugo y Verdi plasmaban y contaban una realidad que en esencia era escandalosa Si quería escandalizar, muy fácil métase Vd. sr. Del Arco con todo aquello que hoy día es “políticamente correcto”; como en los tiempos de Verdi, eso está ahí, eso lo vemos todo, y si lo metemos en escena escandaliza casi seguro. Y escandaliza a los que tienen la sartén por el mango, donde más pica. Eso sí sería escandaloso, claro que se le cerrarían puertas y perdería subvenciones. Esa es la diferencia, claro está, entre ser Hugo y Verdi, o el Sr. Del Arco, con todos mis respetos.
En definitiva, se ha dicho prácticamente en todas las críticas que he leído, el montaje malo de solemnidad, nada aporta, nada escandaliza, y sí molesta y mucho. Incluso el efectista momento inicial de caída del telón, al repetirse posteriormente queda devaluado.
Y no siempre son los sempiternos desnudos gratuitos. En Caro Nome, creo recordar, salen ocho mozas moviéndose con el virtuosismo propio de una función de las ursulinas, que no pegan ni con cola. Como tampoco las caretas de conejo, los desnudos en el trágico final… En fin, una patata vulgar, por no decir otra cosa, a la que tenemos que abstraernos cada vez más los sufridos amantes de la ópera.
Ya es una lástima que casi todas las crónicas y críticas hayan comenzando dando pábulo a esta porquería de escena y no dando juego a múltiples debates que podrían surgir, por ejemplo entre las diferencias entre Camarena, Anduaga y Osborn (que me dicen estuvo fantástico), u otros debates a los que da juego esta magnífica página de la lírica, pero claro, toca hablar de masturbaciones compulsivas.
Como en aquella época y frente a elementos que buscan su protagonismo por encima de ponerse al servicio de la música, siempre nos queda decir aquello eterno que nunca falla: ¡¡¡Viva Verdi!!!.
|