Es curioso ver cómo este debate solo lo aplicamos a la ópera y dentro de ella, únicamente a las puestas en escena que se alejan ( o así lo creemos ) de la esencia de la obra. Puestos a ser puristas, ¿por qué aceptar la iluminación de la escena con las técnicas de hoy día para ver una ópera de Monteverdi, de Mozart e incluso de Verdi?
Desde que el gran arquitecto Serlio comenzó a preocuparse por la iluminación de la escena, la ópera ha sido un continuo campo de investigación donde se iban superponiendo técnicas e innovaciones que mejoraban y hacían más real y cercana la experiencia del público. Salvo excepciones muy concretas, preferimos la ópera tocada por una orquesta moderna y no por una del s.XVII; ampliando un poco el campo, ¿por qué tocar los conciertos de Bach o de Mozart con un piano y no reducirlos al clavicordio o al clavicémbalo, a quien una conocida mia llamaba “el alambre”?
Por tanto, si aceptamos sin problemas avances técnicos y tecnológicos que mejoran nuestra experiencia musical, ¿por qué no aceptar también cambios o puntos de vista que amplíen y enriquezcan la comprensión de lo que hasta ahora veíamos como una historia concreta en un lugar y en un tiempo concretos?
Mi opinión es que una ópera, como una obra de teatro, es tanto más satisfactoria cuando podemos hacerla nuestra de alguna manera, cuando las emociones o los sucesos que vemos en el escenario los podemos experimentar en nosotros mismos o verlos reflejados en el tiempo en que vivimos.
Y esto es casi siempre posible con las grandes óperas, que, por supuesto, para hablarnos de grandes temas, utilizan, naturalmente, contextos que pueden ser contemporáneos al autor o no. (Pocos compositores han ambientado sus óperas en un tiempo futuro, que ahora es el nuestro), no dejando por ello de transmitir su mensaje.
Lo que es cierto es que, para que la ópera siga viva, y las generaciones más jóvenes aprendan a comprender su grandeza, cualquier intento que se haga de acercar, de actualizar la esencia del argumento, por supuesto sin traicionarlo, aún a costa de que el lenguaje, el modo de trasladarlo, no sea exactamente igual al original, me parece un camino que vale la pena explorar. Y desde luego, asumir que a veces el resultado, como tal vez en el caso que nos ocupa, no será exitoso al ciento por ciento. Pero es que sin movimiento y sin riesgo, solo hay parálisis.
El tiempo no se para nunca (“Ah, sì, il tempo che mai non s’arresta”, que canta Lucrezia Contarini),ese tiempo que la Mariscala hubiera querido detener (y supongo que cualquiera de nosotros en un momento dado), y de vez en cuando, es necesario limpiar un poco el polvo que se va acumulando para que jóvenes y no tan jóvenes nos agitemos un poco en nuestras cómodas butacas y veamos lo mismo de siempre con un brillo nuevo.
“Para que todo siga siendo como es, es necesario que todo cambie”.
(Lampedusa dixit).
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