Médée - Marina Rebeka Jason - Stanislas de Barbeyrac Créon - Peter Schöne Dircé - Maria Kokareva Neris - Alisa Kolosova
Dirección de orquesta - Christophe Rousset Dirección de escena - Andrea Breth
Este montaje de 2018 que vi en 2020 protagonizado por Sonya Yoncheva y dirigido por Oksana Lyniv, directora que me impresionó y que al año siguiente tuve la suerte de ver en el debut de una mujer al frente de la orquesta de Bayreuth, sitúa la acción en una especie de almacén/garaje donde se guardan los trofeos de guerra de Jasón, con el uso ya visto mil veces de una palataforma giratoria que, con tres muros de separación y algunas puertas y aberturas , será sucesivamente, con la ayuda de cambios en la iluminación, el lugar donde se celebran los esponsales entre Jasón y Dirce, y el dormitorio de los niños donde Medea lleva a cabo su atroz venganza.
Christophe Rousset, clavecinista y director experto en música barroca, dirigió la de Academia de Música Antigua de Berlín, afamada orquesta de cámara especializada en este tipo de música, procedente de la antigua República Democrática, que ha recibido un sinfín de premios y que, hasta donde yo sé, graba en exclusiva para Harmonia Mundi.
La orquesta, que suele tocar sin director, se sometió esta vez a la implacable dirección del francés, percutiente, frenética, llena de ángulos , predisponiendo a la audiencia al dramático fin donde, especialmente en la obertura y los preludios del segundo y tercer acto, los ritmos velocísimos dan fe de la enorme calidad de los instrumentistas. A destacar una percusión espectacular que la acústica un poco pétrea de la sala no hacía más que resaltar, creando un ambiente realmente terrorífico en la escena final; asimismo excelentes los solos de flauta en el aria de Dirce y el de fagot en la de Neris. Lo que sí falló en bastantes momentos fue la coordinación entre coro y orquesta.
Muy buena la interpretación de la mezzo rusa Alisa Kolosova de voz oscura y grano aterciopelado y homogéneo con ese color un poco cupo tan característico de algunas mezzos del Este. Justificadamente se llevó uno de los mayores aplausos de la noche.
Stanislass de Berbeyrac, tenor lírico en ascenso, se anunció como enfermo, cosa creíble dadas las bajas temperaturas de estos días en Berlín. A pesar de ello, cumplió con bastante pulcritud su cometido, y, si bien su bello color de tenor mozartiano sufrió en algunos momentos en la zona aguda y el fiato se resintió esporádicamente, llegó al final sin mayores contratiempos. De agradecer.
Correcta sin más la Dirce de Maria Kokareva, cantante del estudio de la Staatsoper, con un timbre poco diferenciado, aunque cristalino y con buena coloratura.
Muy flojo el Creón de Petersen Schöne, de timbre apagado y pobre, y un volumen poco menos que justito.
Marina Rebeka es una cantante que siempre me provoca contradicción. Es evidente que tiene un bellísimo y gran instrumento, pero me da siempre la impresión de que se queda un poco en la superficie del personaje. Es cierto que la pésima o casi nula dirección de actores de este montaje no ayudaba mucho; después del aria de Neris y en la posterior escena y ese recitativo y dúo tan dramáticos con Jasón, se pasa todo el tiempo sentada mirando al suelo sin hacer apenas un movimiento. Me fijé especialmente porque Rousset tiene la manía de dirigir con la cabeza a la altura de la de los cantantes , y , cómo lo tenia justo delante de mi, tenía que moverme a los lados para ver qué pasaba, hasta que decliné hacer más esfuerzos al darme cuenta de que no pasaba nada ni en la escena, ni en la voz, que me dijese que estábamos viviendo un dramón tal.
Totalmente diferente fue en su dia con Yoncheva , que mordía las palabras y con quien ni siquiera me di cuenta de que el montaje era tan malo, tal era el magnetismo que la cantante ejercía en la escena.
Tampoco es un prodigio de recitación y en su fiero monólogo “Eh quoi! Je suis Médée”, tirada por el suelo y con un gesto de apretar los dientes como de función de colegio y un maquillaje de henna que le hacía como un hociquillo, me parecía estar viendo más bien la encarnación de una gatita de “Cats” que la tigresa que se supone en Medea.
Hay que ser justos y reconocer que se redimió en la escena final, donde, ya dependiendo sólo de su gran voz, sacó toda la tralla y nos deleitó con su emisión homogénea, agudos destelleantes y coloreados (alguno pelín estridente), y potencia vocal fuera de duda.
Dadas las veces que ya han “echado” esta versión de Medea en la Staatsoper, pienso que la mayoría del público íbamos a ver a Rebeka en este debut. A quienes les haya bastado esa voz como de “aquí estoy yo”, habrán disfrutado mucho.
A mi se me venía Yoncheva a la cabeza en muchísimos momentos. Y si el montaje hubiera sido el reciente del Teatro Real, hubiera sido sin duda Saioa quien se me apareciese.
Otra cosa, después de esta versión flamígera de Rousset, resulta imposible escuchar sin bostezar cualquier versión antigua (me refiero por supuesto, a la parte orquestal, excluyendo, naturalmente , la interpretación de la indomable Callas).
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