Siempre recompensa el ser omnívoro. Hace que se pueda degustar y disfrutar de todo. De todo lo bueno, claro. Y si además eres glotón, como lo soy yo, pues miel sobre hojuelas. Me he zampado en cuatro días una Grand ópera francesa con una puesta en escena tradicional, y una ópera desgarrada y verista checa, con el sello personal e intransferible de Janacek, con una puesta en escena actualizada y rupturista (o eso intenta, que cada vez rompen menos). Y aún me quedan otras dos o tres, completamente distintas, en los próximos días. Espero que el resultado también sea satisfactorio.
Jenufa es una obra maestra absoluta de la civilización occidental. El genio de Janacek es incuestionable y su estilo, único e inconfundible. Desarrolla la música en función de la prosa de forma dura y sin concesiones, pero bellísima y emocionantísima. Aborrece el romanticismo. La acción se sucede con esas frases repetidas, asfixiantes, impactantes. En Jenufa, el argumento nos introduce en un mundo rural, sórdido, cargado de orgullos, envidias, recelos, presión social, incultura, reputaciones mal entendidas, etc… y dónde hay que sobrevivir.
Es espléndido y nada anacrónico. Seguro que ha sucedido algo parecido, en Moravia y en España, y que volverá a suceder, si no de forma literal, de forma equivalente. Porque los tiempos cambian, pero el ser humano no. Y la ira, la envidia, el orgullo, la codicia, la presión social, la reputación y la incultura, permanecen. En el mundo rural o cosmopolita. Y hay que sobrevivir.
Psicológicamente es de un realismo inquietante. Todos tienen sus motivos para actuar como actúan, aunque sea de forma perversa. Nadie es totalmente bueno, salvo Jenufa. Nadie es totalmente malo, salvo Steva, aunque más bien es tonto.
¡Y qué decir de esos dos finales! La obra cuenta con dos finales magníficos y escalofriantes. Esta ópera, bien servida, te deja saciado y sin aliento.
En Valencia se ha servido una Jenufa al punto-poco hecha (medium-rare) y faltando algún ingrediente. Tres detalles más en cocina, la hubieran convertido en un banquete.
Para empezar la puesta en escena de Katie Mitchell. Tiene cosas buenas, pero algún fallo de importancia. Mitchell nos transpone la historia a la actualidad, vale, como casi todos. Sucede todo en una caja escénica muy pequeña, con techo muy bajo dentro del enorme escenario del Palau, y además muy alejada del borde del escenario.
Empieza en una oficina de una fábrica de harina, para pasar a una casa rodante de esas que abundan en los Estados Unidos y termina en un apartamento que debe ser la casa de Kostelnicka. La idea es crear un ambiente asfixiante, pero no hay que saber mucho de acústica y del comportamiento de las ondas sonoras para saber que dicha escenografía no beneficia en nada a su propagación.
Funciona, muy mal en el primer acto y mejora mucho en el segundo y tercero, por lo que hay un desequilibrio evidente entre antes y después del descanso. Si a eso añadimos que Gustavo Gimeno en el primer acto se desboca y tapa a las no muy grandes voces, pues eso, un primer acto mejorable.
En el primer y segundo acto, todo sucede en la parte izquierda del escenario, por lo que los que tengan asientos pares, a estirar el cuello.
Lo del váter permanente, lo de dejo para que lo comente el siguiente. Simplemente innecesario.
La orquesta está soberbia. Y, además, Janacek es propicio para el lucimiento. Gustavo Gimeno, que se dio cuenta de que tenía un Ferrari y no un Twingo entre las manos, amante como debe de ser de las mascletaes, pisó el acelerador demasiado a menudo, hasta un volumen que, en conjunción con algunas voces no muy grandes y el dislate acústico de la regista, taparon en demasía a las voces, dejando todo en el disfrute de lo orquestal. ¡Pero que disfrute! Apabullante la prestación de nuestra querida orquesta.
Mejor también en los dos últimos actos, donde además Janacek está más contenido y Gustavo le acompañó dejándonos momentos bellísimos, como la Salve. Lo del postre, con los dos finales, es pieza separada que merece juicio propio. Barbaridad de disfrute. Lujo de interpretación.
El coro, otro fijo en la quiniela. Sensacional.
Las voces, mejores las féminas que las masculinas, fiel reflejo del panorama vocal actual.
Corinne Winters es una Jenufa muy lírica, bien timbrada, que interpreta con entrega y entusiasmo. Es delgadita y bien parecida. Poca cosa, que diría mi padre, y a mí, que me hace ya falta una revisión oftalmológica, con su aspecto, me recordaba a Aitana. Mi mujer me dijo que estaba tonto cuando así se lo indiqué. Tengo hora en el oculista el 14 del mes que viene. Bien, pero no es Asmik ni de lejos.
Petra Lang fue una buena Kostelnicka, dando miedo, como toca, cantando a gritos, como toca. Ni sé si en un papel más lírico será capaz de gustarme, pero aquí se trata de otra cosa y lo hace muy bien. Su entrega, también encomiable.
Laca fue Brandon Jovanovich. Bueno, que quieren que les diga, actuó bien (algo sobreactuado), pero su voz me sigue pareciendo agria y destemplada. Claro que Jenufa no es Il Tabarro, y se nota menos. En cualquier caso, correcto.
Steva fue Norman Reinhardt. Voz escasa, falto de la proyección necesaria.
La abuela Buryja fue la gran Elena Zaremba, que, aunque ha perdido volumen, no ha perdido musicalidad y la calidad tímbrica.
El capataz Starek fue un buen Sam Carl. El alcalde fue un mal Scott Wilde. A la Karolka de Laura Orueta, apenas la oí, aunque no sé si por culpa de ella o de Gimeno.
El resto cantan poco y no desentonó ninguno.
El teatro estaba completamente lleno, debido a las rebajas de última hora. Da mucha pena ver el teatro con poco más de media entrada, como en el estreno, pero cabrea un poco que tu vecino haya pagado 50 euros en vez de los 145 de los que compramos cuando salieron a la venta. No sé, llenar con rebajas está bien, pero es una burla a los fieles paganos.
En cualquier caso. Maravillosa y tremenda ópera. Maravillosa y tremenda orquesta. Maravilloso y tremendo coro. Y cantantes apañaos.
¡¡Viva Janacek!!
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