ZELLE, esa cosa.
Si Leire Pajín, aquella insigne estadista poco dada a la hipérbole, hubiera sido valenciana podría haber dicho que ayer se produjo una indudable conjunción cósmica en nuestra ciudad, ya que en pocas horas y en unos cuatro kilómetros en línea recta, uno podía -por este orden- bañarse en las templadas aguas de la Malvarrosa, comer una excelente paella, solazarse con los mandobles de Carlitos Alcaraz, ir a la ópera, asistir a un concierto del Raphael eterno y luego (“¿qué pasará? Puede ser mi gran noche”) tomar una copa en la terraza del Barceló. U otro sitio.
Un servidor sólo alcanzó a uno de esos episodios y opté por asistir a la función de ZELLE una cosa, que no ópera que nos ofreció Les Arts y aún no sé por qué. Mis amigos de La Panderola, mucho más listos que yo, me dejaron solito.
Se agradecen dos cosas, que sólo hubiera una función y que la cosa durase sólo una hora.
¿Música? Hombre como tal no hubo nada parecido. Les doy una serie de inputs:
a) Ruido de una guitarra eléctrica enchufada cuando la arrastras por el escenario. b) Ruido de un micrófono cuando se desajusta. c) Ruido de patatas fritas cuando un disco, de los de antes, está estropeado. d) Cadencia, por cambiar, de una locomotora diésel, vieja y ruidosa (no como las que construye Mandryka). e) Un compresor. f) Un camión parado con el motor encendido, a media noche bajo tu ventana. g) El sonido de una radio de bujías cuando nuestros padres buscaban la BBC en tiempos de la dictadura y no acababa de ajustarse. O La Pirenaica. h) Ecos agudos y graves. Como si fueran de una película de miedo que tuviera lugar en un manicomio. i) Unos textos, ora en alemán, ora en chino, totalmente ininteligibles por la densidad de conceptos contradictorios, absurdos, sin sentido que trataba de traducir los sobre títulos escritos sólo en valenciano normalitzat (es decir, el que no hablamos la gente del pueblo sino aquéllos que viven de la cosa política). Muchas palabras precisaban de diccionario. j) Al final, creo recordar tres (pongamos cuatro) notas (sí cuatro) que salían de un clave o similar y dos (pongamos tres) acordes brevísimos de guitarra. k) Ah y una cancioncilla muy breve, parecida a una nana, interpretados por el contratenor Steve Katona y que nos llegaba (como las alocuciones alemana y china) enlatada con el soporte electrónico de los correspondientes altavoces.
Agiten todo esto y el resultado musical es la “ópera”, o la cosa Zelle.
Si vamos a la parte escénica, poco puedo decir porque, intencionadamente, la escena está prácticamente a oscuras (a lo mejor es por lo de la crisis energética). Y se quiere adivinar como unas figuras en la penumbra, parecía en un momento dado que caía como polvo o arena (eso nunca se supo) sobre una de las figuras (tampoco se supo si era hombre, mujer, o indeterminado). Lo de polvo lo sé porque se llenó toda la sala de una espesa “niebla”.
Del público mucha gente no habitual, invitados, modernos de todo tipo, despistados, señoras que era la primera vez, etc. Me juego la mano derecha a que fui de los poquísimos que habían pagado la entrada.
Al final, claro, la gente aplaude cuando la escena se queda a oscuras, ayer hubo sus dudas porque la oscuridad era continua, hasta que algún bien intencionado de lo que antaño se llamaba “clac” inició un aplauso que duró sus buenos cuatro o cinco segundos, eso sí, con el público puesto en pie (para marcharse cuanto antes). Hubo uno por la zona del que inició el aplauso que gritó uhhhh, pero esto hoy día no se sabe si es crítica acerva o loa. Lo que sí sé es que un cachondo que tenía dos asientos a mi derecha, gritaba: “BIS, BIS”.
En fin, que ¿por qué nos toman el pelo con estas cosas?. Podría ser que fuera una maravilla, una genialidad desde un punto de vista del happening, de lo teatral alternativo, de lo onírico post post post moderno… pero ¿ópera?. ¡¡Hombre por Dios!!. ¿Qué oscuros (por lo de la escenografía) intereses hay detrás de estos intercambios o coproducciones de Les Arts con la LOD muziektheater, la Asko Schönberg, etc.?.
Al final me pareció ver al señor Culla, Director General de Les Arts que este año, “pensando siempre en mi bien” (qué propio de los paternalismos), me ha negado el abono donde yo quería porque los abonos tienen que ser donde él diga para que, lo veamos mejor. Estuve a punto de preguntarle dentro de su ilógico argumento, por qué programan una cosa que no se puede ver.
Por extraer algo positivo, aprendí algo; he de decir que pensaba que lo había oído todo: el agujero de ozono, el cambio climático, el amor Q, el poliamor, el heteropatriarcado… pero hay un término (aparece en el programa de mano) que no lo conocía: el oculocentrismo. Copio literalmente: “La oscuridad es como una invitación a ir más allá de nuestras tendencias oculoncentristas para que nos impliquemos con los oídos de nuestra piel en el mundo preverbal”.
Y pensándolo bien, la verdad es que aquello tan antiguo de ir al teatro a “VER” una obra, una ópera por ejemplo, resulta bastante facha, la verdad.
La próxima vez, me voy a Raphael o a algo de Lope de Vega, al menos: “Su majestad habla, en fin,//como quien tanto ha acertado.// Y aquí, discreto senado, // Fuenteovejuna, da fin.”, uno sabe cuando toca aplaudir.
Ahora, a esperar Anna Bolena.
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