Cuarta comparecencia en la escena del Teatro de la Maestranza de esta historia siempre viva, siempre actual, siempre conmovedora, siempre tan cercana a nuestra sensibilidad. Porque Dumas y Verdi supieron encubrir la denuncia de la hipocresía y de la doble moral burguesa con los ropajes de los sentimientos más descarnados. Por eso, porque la historia que se nos narra nos llega desde el primer momento, su puesta en escena no necesita de excentricidades. David McVicar lo ha sabido ver así y sitúa su propuesta (coproducción de la Scottish Opera, la Welsh national Opera, Gran Teatre del Liceu y Teatro Real de Madrid) en los momentos del estreno de la ópera, a mitad del siglo XIX, con riqueza de vestuario (creación de John Liddell), buena iluminación (Nicolas Fischtel) y un interesante juego con los actores y lo que ocurre tras el muro traslúcido. La resolución del final del segundo acto fue puro teatro, con Violeta abandonando una escena en la penumbra e iluminada por una luz celestial. Pedro Halffter estableció desde el foso una buena comunicación con las voces, sin ahogarlas ni forzarlas, salvo en el final del segundo acto, muy acelerado y demasiado enérgico. Pero en los momentos más sensibles sostuvo el pulso justo y cuando Violeta canta “Amami Alfredo” de sus manos salió, tras un bien sujetado ritardando, una efusión orquestal rápidamente contenida y de gran fuerza expresiva. Subrayó con gran sentido del momento dramático los acordes en staccato de la orquesta en la escena final, justo cuando ya asoma por el horizonte el destino implacable de Violeta. Nino Machaidze cantó con gusto en el primer acto, sorteando la escritura demasiado ligera para una voz plenamente lírica como la suya. A la vista de lo forzados que sonaron algunos Do/Do sostenido5 previos, fue acertada su decisión de no arriesgar con el Mi bemol5 del final de “Sempre libera” y cerrar la escena con un buen Sol4, que es lo que está escrito en la partitura. Pero en los otros dos actos fraseó con gran fuerza expresiva, plegó la voz en un discurso muy cuidado, con reguladores y ataques en pianissimo de muchos quilates, como los de “Dite alla giovine”, más un llanto que un canto. Su escena final llegó al corazón del público, tras un “Addio del passato” cantado a flor de labios con canto spianato de la mejor escuela. Bella voz, también lírica, la de un Arturo Chacón-Cruz lanzado a un fraseo exaltado y lleno de pasión y calor, pero sin obviar el cuidado en los recitativos, como el de “Lunge da lei”, con acentos muy expresivos. Estupendo canto de bravura en “O mio rimorso!”. A Dalibor Jenis (Germont) le sobró vozarrón (de timbre leñoso y nasal) y le faltó delicadeza en el fraseo, que fue siempre rudo. El resto de los personajes vino servido por una estupenda selección de voces, con magníficos Anna Tobella (Flora), Manuel de Diego (Gastone) y Andrés Merino (Marqués d’Obigny). Como brillante, empastado y suelto en escena estuvo el coro, muy bien dirigido por Íñigo Sampil.
_________________ Io non sono che un critico (Jago en "Otello")
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