A finales de 2009 (¡ya han pasado 12 años!), yo era un aficionado normal a la ópera, con mi abono a la temporada valenciana, alguna visita al Liceo, Real, Met, etc... esporádica, pero ya tenía el virus inoculado y dicen que se veía venir.
El 30 de diciembre de dicho año, y para asistir al Trovatore de los airgamboys, me desplacé al Liceo con mi madre y mis hermanas. El cielo y las estrellas se alinearon, las mareas oceánicas estallaron, las placas tectónicas rugieron y todos ellos, al unísono, quisieron que un hecho histórico aconteciera ante el desconocimiento de las máximas autoridades y sus medios de opinión y adoctrinamiento, sin la más remota idea de cómo ello iba a afectar a la situación geopolítica y geoestratégica mundial.
Conocí a Tucker y a Yago (el del otro rincón de tertulia) y a partir de entonces nada fue igual, pero esa es otra historia. Ellos, aparte de demostrarme que se puede conocer cada giro y cada acento de una obra, aparte de descubrir que se puede controlar cada rincón de un teatro de ópera, nos comentaron, con profusión y generosidad, sus impresiones de las varias sesiones de Il Trovatore a las que habían asistido e iban a asistir. Recuerdo que comenté con mis familiares: “¡varias veces a la misma ópera y en el mismo sitio!, ¡estos están muy mal, están muy enfermos!”, cuando, en realidad, la admiración y la envidia eran mis sentimientos ocultos predominantes.
Desde entonces yo también me he caído con gozo en esta enfermedad, en esta maravillosa locura a la que conduce el frikismo máximo y que te da grandes momentos de felicidad. Y he asistido a varias funciones de la misma ópera en el mismo sitio y en un corto espacio de tiempo. Hasta la semana pasada, había visto varias veces óperas distintas en días consecutivos, la misma ópera tres veces en una semana, e incluso a la Netrebko de Tatiana un martes en el Met y el sábado siguiente en los cines Yelmo de Valencia. Pero nunca había visto la misma ópera, con exactamente los mismos intérpretes, dos días consecutivos y eso sucedió el pasado jueves y el pasado viernes. Creo que me haré una placa conmemorativa.
Sirvan también estas palabras de homenaje a quienes he ido conociendo estos años, amantes de la ópera y que me han aportado su sabiduría, y me han transmitido su pasión y, generosamente, me han hecho más sabio y más feliz. Sirvan estas palabras, sobre todo, de homenaje a José Luis, quien me dio todo eso y además su amistad. Se ha ido a un sitio mejor, y ahí enseñará con paciencia que son los armónicos a los afortunados que le escuchen, pero nosotros, huérfanos de su sabiduría, ya no podremos nunca más disfrutar de sus impresiones. D.E.P.
La cosa fue hasta cierto punto casual, ya que la del viernes era la función de mi turno de abono, y era la única anunciada en la que no cantaba Marina Rebeka, sino María Teresa Leva, y, obviamente, yo tenía que ver a la Rebeka, así que el jueves me fui a ver a Marina. Cuando entré en la sala para comenzar la obra, se anunció por megafonía que Rebeka estaba indispuesta y cantaría la Leva y me cisqué en todo, pero disfruté.
He de confesar que me encantó la experiencia, que podía haber vuelto al día siguiente, pero no había función. La hay hoy, dos días, más tarde, y por supuesto la seguiré en streaming.
El jueves la vi desde el primer piso central derecho y el viernes desde mí localidad de abono, en platea, segunda fila centrada. Y cambia bastante.
La puesta en escena es la de Emilio López que ya vimos hace 4 años. Intenta innovar pero es clásica, clásica, clásica. Y eso está bien. Es muy agradable y se ve con gusto, pero adolece, en mi opinión de dos defectos: Es muy oscura, y desde mi ubicación del jueves, en la galería, no se veía ni un pijo, y, se empeña en ese recurso tan utilizado y tan molesto que se debería de prohibir por decreto ley. El segundo acto sucede por completo con el telón/velo desplegado y bajado. Quiere simbolizar la ceguera de Cio Cio San frente e Pinkerton, y lo único que consigue es molestar y que aún se vea menos. Yo estoy convencido de que él, ciego, no está, y se ha dado cuenta de su error, y si rectificar es de sabios, López andar un poco justo de sabiduría. Por lo demás, buena dirección de actores, que además, se entregaron en una gran representación, emocionante y creíble.
Mención especial al niño, muy pequeñin y pedaso de actoraso, oigan. Un crack el rapaz.
La orquesta, aparentemente dirigida por Antonino Fogliani, empieza con un tempo atropellado y apresurado, tapa a los cantantes en el primer acto, más desde mi ubicación de platea que desde la del primer piso, pero en el segundo y tercer acto luce en su esplendor sabiamente dirigida por el concertino, como chivaron a Radamés. Gran preludio al tercer acto.
El coro, como siempre, excelso. Enorme bocca chiusa, pero, como parece ser que se está convirtiendo en costumbre, inexplicablemente no salió a saludar en ninguna de las dos funciones.
María Teresa Leva fue una muy buena Madama Butterfly. Tiene una voz bella, con una estupenda línea de canto, sabe lo que hace y tiene italianidad. Acentúa con gusto, regula y matiza. Maneja estupendamente la transición psicológica del personaje, desde la candidez del primer acto a la ilusión del segundo, siendo ya una mujer fuerte y a la desesperación y tristeza del tercero. Consigue emoción en un papel muy exigente. Brava.
Por poner algún pero, no es una fuera de clase que te atonte y te venza y te entregues, y se oye poco, con volumen justo, cuando no canta en forte, sobre todo desde la localidad de platea.
Piero Pretti me destrozó, junto a Valentina Nafornita, el peor Rigoletto que he visto en mi vida, en Viena, y eso es difícil de perdonar. Además había engañado a un amigo neófito para que me acompañara y salió completamente decepcionado y yo avergonzado. Pues bien, sigue siendo un tenorino del montón. Timbre freo, voz agria, inestable, mal apoyada y excesivamente abierta. El menos aplaudido, porque, raras veces, el público es sabio.
Ángel Ódena es un Sharpless noble, como el personaje, con elegancia y sabiduría, usa su voz baritonal plena, con proyección más que suficiente aunque cierto desgaste y acusado vibrato. Como actor, excelente. Fenomenal.
Cristina Faus es maravillosa. Me encanta. Su Suzuki es actoralmente impecable y vocalmente irreprochable. El dúo de las flores nos permite disfrutar de una gran cantante.
El Goro de Mikeldi Atxalandabaso, grandioso. ¡Qué bien interpreta! Mucha mejor voz que la de Pretti. Repetiré lo ya comentado, sería un gran protagonista. Curiosamente le oí más y mejor desde platea que desde el anfiteatro. Cosas de las ondas.
Bien el rico Yamadori de Tomeu Bibiloni, gran profesional que además tiene un precioso apellido, más común de lo que sería imaginable en Mallorca y del que me siento muy orgulloso, porque por ahí anda.
El jueves coincidí con Radamés, otro enfermo que también repetía. El viernes con nadie, pero sé que Dufol también ha ido un par de veces. Por favor, Barón, cuéntenos sus impresiones con su afilado estilete.
Saludos
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