Después de un aplazamiento in extremis por entrar el bicho en el reparto programado, y mientras en otros lugares dan lecciones de violencia, teóricas y prácticas, musicales y callejeras, por fin Falstaff ha llegado a Valencia. Se ha llevado por delante a Wagner y su Tristán, prolongando el barbecho wagneriano, y es que mucho ha llovido desde que las mandamases PPras locales se cargasen a Zubin como preámbulo y ensayo general para la demolición posterior de Rita, en una traición inaudita y nauseabunda. Por eso, entre otras cosas, quien asistió al Fastaff dominical como regidor en el cargo, fue el ínclito Ribó, con quien no comparto absolutamente nada, pero que venció, contra todo pronóstico, a la responsable de tales desacatos, y es que donde las dan las toman y algunos aún tienen memoria.
Falstaff encanta y desencanta por partes iguales, ya que es un Verdi no verdiano, que cuenta con la mayor sabiduría y la mejor orquestación del genio de Busseto, pero sin La donna e mobile, cosa, por otro lado, conocida para casi todo el que a verlo acude. Toda la experiencia de un genio de 80 años que hizo lo que quiso cuando quiso y que cerró su maravillosa obra operística con una genialidad y testamento de una vida, una fuga que es historia, con mayúsculas, de la música.
Yo soy de los que me encanta, la disfruto y saboreo sin esperar una cabaletta que no ha de llegar o un coro que no ha de venir, y que me dejo llevar por el parlato inacabable del orondo genial.
En este viaje, Sir John fue, como no, Ambrogio Maestri. Con nombre de Santo milanés, altura de gigante, cuerpo de vividor y alma de pícaro, Ambrosio es Falstaff. Poco que decir de a quién, como Drácula a Bela Lugosi, el personaje se ha comido al intérprete. Por trayectoria, por saber hacer, por experiencia y hasta por rutina. O quizás porque el personaje es más interesante, con más profundidad, con más aristas, con más claroscuros, con más alma y la simbiosis es tal, que el espíritu se apodera del cuerpo para así tener vida propia. No sé qué opinará Iker al respecto.
La buena de Alicia Ford fue una inmensa Ainhoa Arteta. Me encantó. Voz rotunda y sabia, presencia escénica imponente, gracia y salero por arrobas, magnetismo irresistible. Figura rutilante en el universo shakespiriano de Verdi, en el que templa y manda. Y además de buen ver, siendo una miaja mayor que yo!. Que decir, estupenda. Masterchefa en guisos y salsas.
Ford fue el joven recién desnoviado Davide Luciano. Llamarse como el soberbio (en el sentido pecadocapitalino) Livermore, a quien no echo de menos su intención educadora (que uno se educa cuando y con quien quiere), y que se fue de Valencia para andar inaugurando temporadas en Milán lo mismo que destrozando Luisafernandas, es un minipunto. Llamarse como el maravilloso Pavarotti, a quien lloramos los amantes de las voces excelsas y luminosas, es otro minipunto. Con ese nombre ya tiene algo ganado: un punto. Además, es un barítono de voz limpia que no engola, y eso hoy en día, es mucho. El problema es que es demasiado joven para entender a un personaje como Ford, ya que la vida aun no le ha curtido, no tiene cicatrices en el cuerpo y en el alma para entender que a Ford no hay que interpretarlo como hizo con el Guglielmo de Cosi. Lo hace de forma desenfadada, casi alegre, todo claro, nada oscuro. Bien, pero no nos dice mucho sobre un hombre celoso, que no es feliz y que sufre, aunque sea en vano. Le faltan matices e intención.
Nanetta fue una maravillosa Sara Blanch, que no es un diamante en bruto, sino un diamante bien tallado y bien pulido, sólo a falta de engastar. Tremendo futuro y tremendas alegrías que ha de darnos Sara. Voz preciosa, interpretación soberbia. Bien apoyada, proyección impecable, filados con buen gusto, gracia interpretativa, alegría para la vista, el oído y el olfato. Me hizo olvidar a otra diosa, Nadine Sierra, que era la que se echaba a la piscina en bikini en la Staatsoper de Berlin, cuando la vi en Streaming.
Fenton fue un correcto Juan Francisco Gatell, de voz ligera, agradable, pero de poco peso.
Miss Quickley fue Violeta Urmana, quien nunca tuvo mucha gracia, y a quién el papel se le queda fuera de rango y de estilo. Fría y sosa para el papel y la comedia y con tesitura demasiado alta para la zona grave requerida.
Meg fue una cumplidora Chiara Amarû, aunque es un papel en el que lo que es cantar, tampoco hay que cantar mucho.
El Dr. Cajus fue un buen Jesús Rodríguez-Norton, bien cantado pero me pareció algo inane quizás por las altas expectativas que tenía en nuestro bayreuthiano patrio.
Pistola fue Antonio di Matteo, un bajo profundo muy alto para medirse en estatura al gigante Maestri. Engolador de forma persistente.
Bardolfo, un flojo, comparado con el resto de un consistente elenco, Joel Williams, chaval del Centro de perfeccionamiento de volumen escaso.
Y para terminar dejo a la maravillosa orquesta que tenemos. ¡Cogno, que bien suena en la extraordinaria música tardo-verdiana!. Esta vez fue dirigida por el joven, sonriente y saltarín Daniele Rustioni. Preciso y detallista, pero algo plana en acentos. Curioso el maestro, que en las numerosas pausas por cambios de cuadro y/o de acto se giraba para comentar con el público de primera fila, y yo me hallaba por ahí, buscando la aprobación de lo que acababa de acontecer. La aprobación la tuvo en todas las ocasiones, ya que amabilidad obliga y la orquesta sonó lujosa, como es ella. Además, por su acierto, por educación o por respeto, no le íbamos a decir lo contrario.
La compañía y la escasa tertulia pertinente y permitida en tiempos de Covid, fue extraordinaria, ya que sólo así se puede definir al departir, entre otros, con el inigualable Amolaopera, con Dufol, educación y socarronería encerradas en una gran persona, y nuestro ilustre visitante, el gran Tunner, oráculo de Delfos del que sólo cabe oír, callar y aprender. Un lujo.
Y como no, un enorme Viva Verdi!!!
PD. Si, ya sé que no he dicho nada de la puesta en escena de Mario Martone. Fea a conciencia, buscando ser fea y la sublimación del feísmo, con consecución absoluta de objetivos propuestos.
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