Un virusín chino de gran fama y predicamento, donado generosamente por parte de un cuñado estúpido e imprudente, me tuvo encerrado y aislado durante un par de semanas, cosa que transcurrió placenteramente pero interfirió de forma dispar en mis compromisos operísticos.
Me dio, a pesar de que seguí trabajando en remoto, que yo no desconecto ni mientras duermo, el placer de oír mucha música. Me dio el tiempo y la quietud de leer mucho. Me impidió acudir al concierto de Lise Davidsen, a pesar de tenerlo en mi abono, cosa que me causo un hondo pesar. Me impidió acudir a La fin de Parti, a pesar de tenerla en mi abono, cosa que me causó tremenda algarabía. Bueno exagero, me fue indiferente, ya que, aunque hubiera estado disponible no hubiera o hubiese acudido. No oculto lo retrógrado de mis gustos, pero son los míos. La vi entera en YouTube, con los mismos mimbres y me pareció un coñazo, una castaña, un suplicio. A quien le guste, me alegro por ellos. Llamamos ópera a muchas cosas, a muchos géneros, a muchas razas, pero a veces, no se tratan del mismo animal, y a mí, este, no me gusta nada.
Para acabar, me dio un carro de anticuerpos (testado en sangre), de esos que no se sabe si duran más o menos, porque en el asunto pandémico la experiencia demuestra que nadie tiene ni puta idea. Además, al ser herramienta política importante, la desinformación es sideral. Por lo tanto, no puedo asegurar si pertenezco a esa nueva élite mundial, la de los inmunes, pero creo que sí, y para aseverarlo tengo tanto conocimiento como el que más, ninguno. No sé porque se considera poco ético (¿?) y que atenta a la protección de la intimidad (¿?) el que se haga un carnet de inmunidad a los que nos sobran los anticuerpos (para investigar con nuestro suero, en cambio, no hay reparos) que permita el acceso a comercios, bares, cines, teatros, restaurantes y otros lugares para inmunes, así reactivar paulatinamente la economía. Los que hemos pasado el bicho ya somos millones y creciendo, y esperemos que pronto, también se nos unan los vacunados. En cualquier caso, me considero un privilegiado gracias a un cuñado torpe que viajó mil kilómetros para contagiar a la familia. Generoso fue como lo es el vino de su pueblo.
Tras mi liberación tutelada, ya me he podido acercar a lo primero que ha caído en mi región de reclusión perimetral, que es la primera ópera del Valenciano Anastasio Martín Ignacio Vicente Tadeo Francisco Pellegrín Martín y Soler. El más internacional de los compositores operísticos valencianos y diría que españoles, escribió a los 21 años esta maravilla clasicista (que no barroca), un joya entretenida, divertida y plagada de música memorable.
La representación de esta ópera de cámara, en un alarde de localismo bien entendido, que no de aldeanismo excluyente para diferenciarme del vecino, fue en el pequeño teatro que lleva su nombre en la ciudad en la que nació. Y todo salió bien, fue una magnífica tarde.
La puesta en escena, colorista, alegre, con unos biombos y los cantantes con marionetas de ellos mismos y de su tamaño, con un vestuario exagerado, casi grotesco, se distinguió por un trabajazo actoral impresionante. Deben de haber ensayado mucho para conseguir el magnífico trabajo resultante, perfectamente integrado con la música y el texto, muy dinámico y que hacen que la hora y cuarenta minutos sin descanso, que dura esta obra en Valencia (como un acto de unas bodas), se pase como una exhalación. El director de escena, que hace un trabajo soberbio, es Jaume Policarpo, de Albaida, a unos pocos kilómetros de aquí.
La orquesta, no muy numerosa, se apuntó al éxito con claridad, ritmo y belleza. La dirigió con acierto Cristóbal Soler, de Alcasser, a un tiro de piedra de dónde nació Martín y Soler. Quiero resaltar al joven Maestro repetidor y pianista Carlos Sanchís, nacido en el mismo pueblo que Martín y Sóler, que no sólo toca el clave en el escenario, marcando y haciendo fluir los recitativos y añadiendo morcillas graciosas como la marcha nupcial de Wagner, sino que, además, disfrazado de personaje, es un intérprete más de la función.
Il cavaliere Lelio fue el también valenciano David Ferri Durá, tenor que con una voz ligera, de bello timbre y luminosa, nos hizo sufrir en su primera aria con excesivo esfuerzo para sacarla, pero que nos encantó en la segunda con buen gusto, pianos preciosos y agudos refulgentes. El resto de la noche se movió correctamente en un papel centrado en los medios y con poca exigencia en agudos. Actoralmente, como el resto, fenomenal.
Violante fue Aida Gimeno. Maravillosa. La soprano segoviana, que sí que necesita salvoconducto para llegar a su tierra, fue lo mejor de la noche. Voz rotunda, elegante, con agudos contundentes, pianos exquisitos y gracia y desparpajo.
Pippo fue el mexicano Omar Lara, que ya necesita PCR para llegar a Valencia, aunque como la mayoría, es alumno de perfeccionamiento Plácido Domingo (me da pereza quitarle el apellido al centro) y vive aquí. Es un barítono, que aunque engola menos que el resto de los barítonos actuales, tiene que trabajar aún bastante. Sobre todo el fiato y la dolcessa.
Il tutore Don Fabrizio fue el barítono Oleh Lebedyev, también del centro. Tosco y brutote donde tiene que trabajar mucho el fiato, el timbre, la intención, la interpretación, etc... bueno, no sigo que no quiero ser cruel. Es ucraniano, con lo que no sé si el PCR le salvará de la cuarentena cuando vuelva a casa por Navidad.
Menica fue la soprano Ezgi Alhuda, que muy de aquí no parece. Es turca, PCR fijo. Lo mejor que tiene es una esbelta figura y unas larguísimas piernas. Me pareció estridente y descontrolada, aunque a Radamés le gustó (quizás por las piernas). Actoralmente impecable y llena de energía.
Y finalmente, Anselmo fue Gonzalo Manglano, un tenor que cuando sale del teatro puede ir andando a la casa donde se crio. El papel es pequeño, pero sus intervenciones las resolvió perfectamente. Bonita voz.
En fin, un conjunto de chavales, casi todos del Centro Plácido Domingo, que se lo han currado de lo lindo, ya que conseguir lo que consiguieron, actoralmente, no se consigue sólo, sino trabajando un huevo, y con varias voces muy interesantes.
Y la noche, perdón, la tarde, que hay toque de queda, un lujo, una delicia, además acompañado del impagable Radamés, a quien le debo unos vinos.
Saludos
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