FIN DE LA PARTIE: ópera en la pandemia.
Salgo de la última sesión de Fin de la Partie, tremendamente despierto, con cierto desasosiego, con ganas de leer más de esta obra, con interrogantes y preguntas en el aire… buena señal. Y eso que, como les decía a los amigos de la Panderola lo malo que tenemos los que nos lo creemos es que tenemos prohibido pecar, y mira que me ha costado, en una noche de perros como esta, vencer la pereza propia de estos casos, para dirigirme a Les Arts. Estas son mis impresiones que las cuento a borbotones. I De manera muy reduccionista, para un niño pequeño por ejemplo, se podría decir que la ópera es música cantada que gusta y, en ocasiones, emociona. Fin de la Partie más que música es texto, un gran texto de Becket, pero texto orquestado. La importancia aquí, a mi juicio, está más en el texto, en su tensión, en su misterio, en su desasosegante trama, antes que en la música. Y es un texto sobre la soledad y el vacío de unos personajes que no se soportan pero que a la vez se necesitan en el vacío de una atmósfera cerrada ante una realidad exterior que, se supone, trágica. Algo así como una hecatombe, como una guerra, como una pandemia quizá. En ese contexto, y en las actuales circunstancias, programar esta ópera (¿?) es un acierto teatral que no siempre gusta al aficionado medio pero que, a mi juicio, es un contrapunto necesario en los sota, caballo y rey habituales. Me ha recordado en algún momento a Wielopole, Wielopole, una obra de teatro de Tadeus Kantor, que tuvimos ocasión de ver en el Teatro Principal de Valencia allá por los 80. Creo que en el 82. El teatro de la muerte, le llamaban, y como en este, era toda una invitación al pensamiento y al sobrecogimiento.
II La representación es escueta, algo así como un bunker pero bien llevada y sugerente. Magnífico el juego de luces y sombras que me ha recordado a dos grandes: el Bergman de “El Séptimo sello” (por cierto, situada en tiempos de otra pandemia, la peste) y el Orson Welles de casi siempre, por ejemplo, Sed de mal, Campanadas a media noche o El Tercer Hombre (por cierto, donde traficaban con penicilina, casi como ahora buscando la vacuna). Los cantantes, más que cantar recitan o dicen su texto. Eso sí, hace falta saber cantar para estar ahí con esas frases, gritos y susurros. Los cuatro están muy bien. Los dos protagonistas, Hamm, interpretado por el noruego Frode Olsen llena la escena. También su contrapeso Clov: Leig Melrose. Menores son los roles de los padres de Hamm, Neil y Nagg, de quien destaco el hermoso timbre de este último, el tenor Leonardo Cortellazzi. Correcta la mezzo Hilary Summers. Magnífica la escena del último cuadro, cuando ya se han desprendido de los padres y Hamm pretende despedir a Clov; se odian mutuamente, pero, cosas de la soledad y la penumbra, se necesitan. Les cuesta, sobre todo a Clov, “liberarse”. Para cuántos cine fórums daría esta escena, y qué curioso también, la representación de quien ejerce el “mando” representado por un bichero al que se aferra Hamm (¿nos suena el bastón de mando tan propio del protocolo español?). La orquesta es difícil de medir con obras de este porte. En todo caso el director Markus Stenz muy atento en las dos horas que dura la trama. Magnífica, amplia y diversa en todo tiempo la percusión. El poco público que fue quedando, poca entrada (en parte por las medidas sanitarias) y además después de cada uno de los seis o siete cuadros iban abandonando la sala diez o doce personas cada vez. Debo de ser muy listo porque también los entiendo, aunque no lo comparto. Deberían informarse antes de abandonar, y molestar al personal.
III Tercera reflexión sobre las óperas y, en general, la música contemporánea. ¿Por qué cuesta tanto en entrar?. Esta ópera es muy reciente, pero suena a otras escritas hace cien años. El dodecafonismo, Schönberg, era más viejo que mis abuelos y sin embargo sigue sin cautivar. Siempre los innovadores tuvieron sus rechazos al principio pero nunca el rechazo ha tardado tanto. Es cierto que una grabación de Fin de la Partie sería lo último que eligiría para ir en coche a Córdoba para ver a Finito. Pero como hecho teatral, caray tampoco es fácil. Algo pasa ahí, que merecería una reflexión más sosegada. El caso es que el montaje es innegablemente de campanillas. Mismo montaje, mismos cantantes, mismo director que los de su estreno en Milán hace menos de dos años (15 de noviembre de 2018), y repetido tan sólo en Amsterdam. En unas semanas se irán a Nueva York y luego a Paris. Creo que es un acontecimiento a ser tenido en cuenta y a poner en valor el trabajo sordo y callado de los grandes profesionales con que cuenta Les Arts.
IV Por último, el escaso poder mediático que me cabrea. Cada vez que Chulin, el oso panda del zoo de Madrid se apareaba, o cada vez que Copito de Nieve, de zoo de Barcelona, cubría a una gorilona, eran motivo de unos minutos en algún telediario. Cuando yo vivía en Madrid y estaba abonado al Real pusieron O corvo blanco, de Wilson. Creo que fue en 1998. Un amigo progre vino a verla porque en un periódico idem, le dieron mucho bombo, campana y campanario. Este amigo que vive aquí en Valencia ni se ha enterado de que representaban esta obra en su ciudad. Claro que el susodicho periódico, ni ningún otro, le ha dado ni bombo, ni campana, ni campanario. Sinceramente, creo que este ha sido un acontecimiento para tener más cobertura del que ha tenido. Expaña es algo más que lo que pasa sólo en Madrid y Barcelona. Para nota un tal Uribes que parece que en reparto le tocó ser ministro de cultura, al pobre. Pues bien este señor, que estaba en Valencia el día del estreno y que dijo que iría, finalmente declinó por “problemas de agenda”. Se conoce que ese día coincidía con la Isla de las tentaciones o con Cita a ciegas. Carambas qué contrariedad. Se comprende, cuestión de prioridades. Es lo que hay. En fin … (de partie).
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