Con media entrada, dos pianos y un grupo de chavales cantando, el teatro de la ópera de Valencia tuvo la osadía de programar 6 funciones de esta locura de ópera/vodevil que parió Francis Poulenc gracias a Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary de Kostrowicki, (Wikipedia dixit), vamos, el cachondo de Apollinaire, a quién llegaron a acusar de robar la Gioconda y él le cargó el mochuelo a Picasso. Surrealismo puro.
Y hay que ser osado para programar 6 funciones de una obra poco conocida, con título que ahuyenta a determinado público, cantadas por estudiantes y en la versión que Britten escribió, con el permiso de Poulenc, para dos pianos, ya que no le cabía la orquesta en su festival de Aldeburgh. Y la osadía fue un gran acierto, pura delicia, pura algarabía.
La ópera es un divertimento, mucho más rupturista y atrevida en lo argumental que en lo musical, con un ritmo trepidante y una música que transita entre la locura de forma inteligente. El delirante argumento donde ellas quieren ser ellos, ellos son ellas, los unos se matan en duelos no se sabe muy bien porqué, los niños nacen por millares, la alimentación escasea en consecuencia y Francia necesita más niños, está acompañado de una música cargada de ritmo, de intención y no exenta de melodía.
El director musical y pianista primero es el gran Roger Vignoles, que acompañado por el pianista segundo Jorge Giménez, ponen la parte instrumental de la obra con un resultado redondo, expresivo, vivaz y lleno de matices. No puedo pasar por alto el uso de la pandereta por Vignoles para los momentos en los que necesita percusión, sea para un redoble, para un golpe de timbal o para un cierre. Simplemente magistral. Además, dadas las pequeñas dimensiones del recinto, los pianos llenaban completamente de música la sala.
La puesta en escena de Ted Huffman es sencilla, de esas en las que un par de elementos son los que, cambiado de posición, rotando, y sirviendo para todo, componen la escenografía y que el trabajo principal está en un vestuario adecuado para el mensaje que se quiere dar y en una elaborada dirección de actores. Bien.
Los cantantes, todos del centro de perfeccionamiento del gran Plácido Domingo, en general muy bien. Con muy buena interpretación teatral y voces equilibradas, aunque en el pequeño teatro Martin y Soler y sin orquesta, sólo con dos pianos, no se pueda apreciar mucho el volumen.
El que más trabaja es Joel Williams interpretando al Marido. A mí me gustó. Se lo curró, teniendo además que arrancar sonrisas del respetable, en ropa interior femenina de los años 20, sin perder la compostura ni el hilo. Bien.
Thérèse fue una correcta Larisa Stefan, en alguna ocasión un poco chillona.
También mencionar a Omar Lara como Director de teatro/Presto, a Elías Ongay como Lacouf, a João Pedro Cabral como Periodista y a Gonzalo Manglano como hijo, ya que el resultado fue bastante bueno y ellos también tienen parte de culpa.
El resto de co primarios cuentan con mucha menos participación o ya me he olvidado de ellos.
En fin, una delicia compartida con Radamés y un par de cientos más, en un acierto de una tarde de domingo.
Saludos
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