Luego de haber retomado el trajín habitual, finalmente un espacio para iniciar los comentarios de lo visto en el MET en la última visita a ese teatro que está de fiesta con el aniversario del teatro inaugurado en 1966.
Ahora me refiero a lo presenciado el pasado 21 de octubre con el Guillaume Tell.
Antes señalar, que la primera vez que se representó la grandiosa obra de Rossini en el MET, fue primero en el antiguo teatro y curiosamente en idioma alemán. La fecha un lejano 28 de noviembre de 1884.
Estos fueron los intérpretes, quizás hoy desconocidos:
Guillaume Tell.............Adolf Robinson Mathilde................Marie Schröder-Hanfstängl Arnold..................Anton Udvardy Walter..................Joseph Kögel Gesler..................Josef Staudigl Melcthal................Joseph Miller Hedwige.................Marianne Brandt Jemmy...................Anna Slach Pescador...............Emil Tiferro Leuthold................Ludwig Wolf Rodolphe................Otto Kemlitz Director: ............Leopold Damrosch
Luego y en idioma italiano, la última representación hasta nuestros días en el Metropolitan Opera House, tuvo lugar el 4 de abril de 1931, con un elenco de campanillas:
Guillaume Tell............Giuseppe Danise Mathilde................Editha Fleischer Arnold..................Giacomo Lauri-Volpi Walter..................Léon Rothier Gesler..................Alfredo Gandolfi Melcthal................Louis D'Angelo Hedwige.................Faina Petrova Jemmy...................Aida Doninelli Pescador...............Alfio Tedesco Leuthold................George Cehanovsky Rodolphe................Angelo Badà
La dirección a cargo de Tullio Serafin.
No es sino hasta este año 2016 y cantado en francés, que en el teatro newyorkino se ha podido mirar esta ópera.
Antes en el Carnegie Hall alguna presencia ha tenido el título, pero en forma de concierto.
El elenco ciertamente jamás podría alcanzar las glorias del pasado en la Gran Manzana.
La puesta en escena, que es una coproducción con la Ópera Nacional Holandesa, no molesta y es más bien agradable y funcional, contribuyendo a que la acción fluya.
Se pueden poner algunos peros sobre todo cuando abunda el personal en escena, donde quizás hay alguna discordancia de épocas en la vestimenta, pero es pecata minuta.
La dirección de Fabio Luisi, quien conoce la ópera pues ya la ha dirigido en otros teatros, empezó en el primer acto algo soporífera, pero luego levantó.
Estuvo atento a los detalles y cuidó a los cantantes, con sus bondades y limitaciones.
Hay que recordar que esa función era apenas la segunda en el teatro y los músicos de la orquesta no estaban familiarizados con la misma, como tampoco el coro.
Vibrante la obertura y en el famoso galop, se oyeron expresiones de algunos gringos ya maduros, que recordaron su serie televisiva The Lone Ranger que se transmitió entre 1947 y 1957 y cuyo tema era precisamente la parte final de la obertura.
Esos mismos gringos, me resultaron molestos en la fila que me precedía, ya que me estorbaron el disfrute del cierre apoteósico de la obra, por su manía de prepararse por salir a toda velocidad con el último acorde.
Señalar que tampoco el teatro estaba lleno.
La partitura se tocó casi que completa, con las repeticiones de rigor, pero de forma imperdonable se omitieron los cerca de 10 minutos por los que se extiende el hermoso trío entre Mathilde, Jemmy y Hedwige del acto quinto. La función concluía a las 11:10 p.m. , así que se hubiese finalizado a las 11:20, suficiente quizás para perder el tren o el autobús.
Uno que otro pequeño corte interno en algún ballet o coro, pero sin importancia.
El señor Michele Angelini, del que había leído buenas cosas, pasó desapercibido en su difícil momento como el pescador, cuando más bien debe ser todo lo contrario, si logra impactar. Voz pequeña y sin brillo en los agudos o por lo menos se pierde en un teatro grande.
Estuvo mejor el otro tenor, a cargo de Sean Panikkar como Rodolphe, de mayor espesor vocal y buen desenvolvimiento escénico.
El MET contrata algunos cantantes en paquete. Tal es el caso de Kwangchul Youn, el bajo surcoreano que hizo el Melchtal, pero a quien también miré como el Commentadore en Don Giovanni y antes había hecho el Rey Marke en el Tristán.
Voz que corre muy bien el teatro y que dio el tipo al personaje del padre de Arnold.
El malo de Gesler fue muy bien servido por la voz robusta e impactante de John Relyea y me impresionó gratamente el debutante Marco Spotti, que fácilmente se comía en volumen al Tell y Arnold de turno, cuando cantaron juntos y él en su papel de Walter Furst.
La morenita Janai Brugger, cantó muy bien el papel de Jemmy, con timbre agradable y de fácil emisión, aunque en la puesta en escena no me quedó claro si se respetaba el que era un muchacho o una muchacha, por la vestimenta.
María Zifchak fue promovida a Hedwige al pasar la mezzo original a cantar la Isabella en La Italiana. Es una cantante cumplidora y del staff del MET, de voz redonda y agradable.
El señor Gerald Finley, tiene rodado el papel del Guillaume, pero hasta avanzada la ópera, mostró carácter, pues antes resultó un héroe muy blandito en lo vocal. Su voz no es nada especial, pero cumple.
Gran experiencia el escuchar in situ a Marina Rebeka, que vocalmente fue la más solvente, con agudos como saetas que se imponían incluso a las masas corales y orquestales y voz hermosa. Además recreó el personaje, que demuestra que Mathilde no es solo la enamorada de Arnold, sino una mujer de armas tomar.
Y dejo para lo último a Bryan Hymel.
Su voz no es bonita. Por ahí más bien leí a alguien que escribió que es fea. El compatriota con el que alterna una función: John Osborn, tiene una voz de timbre más agradable, pero no tan seguro y firme arriba como él.
Pero salvo puntuales excepciones, los que cantan este papel, la tienen tan comprometida, que el sacar adelante el mismo es secundario frente a un timbre que acaricie el oído.
Dio todas las notas exigidas y debió batirse con una partitura completísima y llegó vivo al final, lo que es mucho decir, además de matizar el canto e implicarse en el papel. Cantó los dos versos de la cabaletta y el agudo final quizás pudo estar mejor.
Al cantar siempre en la cuerda floja, producía emoción y tensión y eso agrada.
Al final de la función, me comentó que el director de escena se la pone difícil en su momento solista, pues lo hace desplegar recorridos, que quitan concentración y aire. Él sabrá por qué lo dice.
Pero en el conjunto queda la maestría de Rossini, en una obra para quienes la conocemos se nos hace rápida y de disfrute de los sentidos con el coro y la orquesta del MET; y cantantes que si bien no son de campanillas, resultaron muy satisfactorios.
Por ahí la conclusión fue el disfrute completo.
En los dos intermedios pude compartir con el amigo Kandaules, esperando que no sea la única ocasión.
Como dato anecdótico, la función del día 29 llegó hasta el acto IV, pues alguien lanzó una sustancia a la orquesta desde un piso superior y por seguridad suspendieron lo que restaba.
También la función de la Italiana del mismo día, fue suspendida en su totalidad.
Algunos han hecho mofa, escribiendo que era chop suey y que no debieron hacer tanto escándalo.
Luego comentaré La Italiana y el Don Giovanni.
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