De excelente se puede calificar la Khovantchina que este mes de noviembre ha presentado la opera flamenca, primero en Amberes y ahora en Gante. Asistimos a la función del viernes 28 de noviembre. Me temí lo peor cuando al subir el telón, me encontré con anti disturbios vestidos de rojo. Ya está Tcherniakov por aquí, pero afortunadamente me equivoqué. David Alden traslada la opera a la Rusia del SXX, y te encuentras a Rasputin y a los nuevos ricos del petróleo. Pero salvando algún momento puntual, la puesta en escena respeta el texto y realza la maravillosa música de Mussorgsky.
Musicalmente la interpretación fue excelente. Dmitri Jurowsky no es su hermano Vladimir, pero en días como el viernes pasado, lo parece. Su lectura fue dramática y seductora a la vez, y la interpretación cuasi perfecta. La orquesta de la Opera de Flandes ya he comentado en otras ocasiones que se encuentra como pez en el agua en el repertorio del 1850 al 1930, y en esta ocasión no fue menos. Y el Coro, excelente, parecía ruso. Solo un pero que ponerle. Se utilizó la ya habitual orquestación de Shostakovich, pero no el acto final de Stravinsky que es el que hizo Abbado en su famosa versión de Viena, y que creo recordar fue la que se puso en el Liceo en 2007. Como además este teatro tiene la “manía” de publicar sus folletos exclusivamente en flamenco salvo una mini sinopsis en inglés y francés, no pude saber cuál es el final que hicieron, pero acaba en clímax, y no en silencio como el de Stravinsky. Y con esta obra me pasa como con Boris, que una vez oída la versión original, me sobra la escena del bosque de Kromy. En fin, salvo ese detalle, el resto excelente.
Vocalmente sobresalieron el Ivan Khovanski de Gleb Nikolsky, la Marfa de Elena Manistina, y el boyardo Xhakloviti de Oleg Bryjak, quien se marcó el aria del tercer acto de muchos quilates. También a muy alto nivel los secundarios Michael J. Scott como escribiente, y Liene Kinca como Susana. A resaltar también el Dosifei de Alexey Antonov, aunque en su caso, no me acabó de gustar su emisión algo “gangosa”.
A un nivel inferior el Andrei de Dmitry Golovnin quien empezó bastante apagado para remontar en el último acto en los dos dúos con Marfa, donde con una exquisita línea de canto, sumó una dulzura apreciable a su canto más bien duro y monótono anterior. El lunar del reparto fue el Golitsin de Vsevolod Grivnov, un papel que le excedía por los cuatro costados.
Así pues un nuevo éxito para la Vlaamse Opera en repertorio ruso de la mano del menor de los Jurowskis.
Una semana después, el domingo 7 de diciembre nos fuimos a Lieja, para ver el debut en Gregory Kunde en el Rodolfo de Luisa Miller. Traigo aquí la excelente disección musical con la que nos ha obsequiado D. Rupert en otro hilo tras oír la grabación de la función anterior del jueves 4.
Rupert de Hentzau escribió:
Ayer estuve viendo la reciente
Luisa Miller, de Lieja, que contaba con el interés añadido de los debuts de Patrizia Ciofi y de Gregory Kunde en sus respectivos papeles. En conjunto se trata de una función bastante disfrutable.
Patrizia Ciofi, con la voz más llena de lo habitual (sin tanto aire quiero decir), afronta el personaje con sus armas de costumbre: buen canto, entrega absoluta y con esa inevitable sensación de sobreesfuerzo continuo. El papel, obviamente, le sobrepasa, lo cual resulta muy evidente en su gran escena solista del segundo acto, que pide una anchura y una complexión vocal para sostener esas frases amplias e incisivas, que ella no tiene ni por asomo. En cambio, en los momentos de canto más depurado, sale a relucir su buen hacer belcantista, como se pone de manifiesto en las primeras escenas, en el cuarteto del segundo acto o en el dúo con su padre del final.
Lo de Kunde empieza a ser asombroso. Debe de tener siete vidas como los gatos. No se me ocurre ahora mismo un tenor que tenga la facundia canora del americano para venirse arriba en los momentos verdianos de fraseo impetuoso y rotundo, como el final del primer acto o toda la escena final. El acento tiene una incisividad y una potencia extraordinaria, y el registro agudo se mantiene con un brillo bastante apreciable, como demuestra en el contundente Si natural del final del primer acto, o en la puntatura al Do en la frase final de la cabaletta. Como era de esperar, el momento menos logrado es la maravillosa aria del segundo acto (¿cómo era quella frase de Arrigo Boito con respecto a este fragmento?... Algo así como que todos los italianos habían aprendido a caminar al son de esta melodía, o algo parecido… Nunca la recuerdo bien...
). La voz está demasiado acerada a estas alturas, y lo que le suma para la rotundidad de otros momentos, le resta en flexibilidad y dulzura para las vaporosidades de una cantilena como ésta.
Nicola Alaimo como Miller es el habitual cacho de carne con ojos, que supuestamente canta. Parece mentira que de un cuerpo tan grande pueda salir una voz tan esmirriada. Hay que reconocer que el hombre intenta hacer sus cositas, pero con los recursos técnicos tan pedestres que maneja es difícil que esos intentos consigan hacerse realidad. Voz interesante y pastosa la del bajo húngaro Balint Szabo (Wurm), quien a pesar de hacer de malo, malísimo, no canta como un desalmado. Todo lo contrario que el otro bajo, Luciano Montanaro (Walter), que se muestra como un representante de la peor especie canina. Y en una media incógnita se me ha quedado la prestación de la mezzo Cristina Melis. En su primera aparición en el dúo con el tenor, me dio la impresión de una emisión bastante competente, sin los desgarros ni los desparrames habituales en otras intérpretes de este papel, pero en intervenciones posteriores parecía que el encanto se iba desvaneciendo. Habría que escucharla en directo para salir de dudas.
Me ha gustado mucho la dirección orquestal de Massimo Zanetti, quien por cierto dirige sin partitura. Con mucha personalidad y con buenas capacidades para recrear atmósferas a través de ir destacando pequeños detalles (las sonoridades del viento/madera en la primera escena; los trémolos de la cuerda grave en el aria del bajo; el pulso rítmico en el canto de conversación que antecede al cuarteto del segundo acto; el juego melódico que desarrolla el clarinete y el fagot en el dúo soprano-tenor del último acto…). Al mismo tiempo le infunde una gran tensión y una gran vibración a los momentos de mayor vigor (estupendo el empuje de las cabalettas, por ejemplo). Un nombre a tener en cuenta.
La puesta en escena es ágil, funcional y evocadora, con un plano inclinado que se eleva o desciende para pasar de un cuadro a otro, y que también sirve para diferenciar el mundo bucólico y exterior de la campiña y de los personajes populares, de los espacios interiores y lúgubres de los grandes señores. A mí me vale, pero ya es sabido que yo soy muy prosaico en estos aspectos
.
En conjunto, me lo he pasado bien, sin demasiados padecimientos auditivos ni anímicos. A ver si Herr Kandaules, que estuvo
in situ viendo una de las funciones, se estira y nos cuenta algo al respecto. Claro que con el interrogatorio en primer grado al que está siendo sometido, no sé yo si le quedará tiempo y ganas
.
La función del día 7 perteneció de principio a fin a ese portento que es Gregory Kunde. A mi también se me acaban los adjetivos. La pegada es total de principio a fin, y si podemos ponerle una pega es precisamente en el aria que comenta el Sr. de Hentzau, cuando tuvo algún cambio de color en la zona de paso. Pero en la cabaletta posterior tiró el teatro al suelo.
Patrizia Ciofi nunca ha sido santo de mi devoción, pero esta vez he de decir que me convenció casi de principio a fin. La voz ya no existe, no es que esté estropajosa, es que le cuesta incluso emitir correctamente. Pero dicho esto, canta con gusto de principio a fin, acentúa donde debe, y sobre todo, te pone los pelos de punta como se come el escenario, se agarra a él de principio a fin, arriesga como pocas, y te pone (a ti) al borde del abismo. Era de autentica coña ver en el duo con su padre Miller, como con lo pequeña que es, su voz parecia la de Birgit Nilsson comparada con la de Nicolas Alaimo, personaje de 2 metros de altura y mas de 120 kg de peso que hacía (es un decir) de su padre.
Solventes tanto la mezzo Cristina Melis como el Wurm de Balint Szabo quien parecía mas italiano que Luciano Montanaro quien de la peninsula trasalpina solo tiene el nombre. Un horror se mire por donde se mire, casi al nivel del inefable Nicolas Alaimo, señor de quien voy a huir desde ya.
Ni Zanetti ni la orquesta estuvieron el domingo al nivel que comenta D. Rupert del día 4. El primer acto fue ramplon a mas no poder, y la orquesta que normalmente es bastante mas solvente en el repertorio belcantista de lo que demostró el domingo, parecía una banda de pueblo. Debe ser que estaban haciendo la digestión de algún copioso chucrut. Tras el intermedio, alguien debió llamar a rebato, porque tanto la orquesta como Zanetti parecieron otros, con una pujanza y un ritmo verdaderamente verdianos. Poco que decir de la puesta en escena, ya que fue inexistente.
En cualquier caso, la prestación de Kunde, Ciofi y la segunda parte de orquesta y director nos dieron una tarde para el recuerdo