No sé si formo parte de los inteligentes o del pelotón de los torpes (mi abuela me asegura que a los primeros
), pero he estado esta tarde en el Real, y aquí dejo algunas opiniones, por si a alguien le interesa.
Violeta Urmana estuvo despendoladísima por arriba y destempladísima en conjunto. El papel le puede por todos sitios (apúntese también una coloratura borrosa) porque tampoco tiene el talento suficiente como actriz vocal para acentuar y caracterizar adecuadamente el personaje. Creo que le conviene una reflexión profunda sobre su carrera.
No es para nada despreciable el Macbeth de Dimitri Tiliakos. La voz es muy vulgar y no posee grandes virtudes naturales; tampoco la técnica es perfecta, con el paso atragantado (le costó un mundo la frase
A la corona che m’offre il fato, con la voz todavía fría), pero el cantante se esfuerza en matizar y en contrastar las dinámicas, consiguiendo incluso algunas medias voces bastante aceptables. En ese sentido se agradece una interpretación con cierta complejidad y que vaya más allá del mezzoforte habitual. Lo menos bueno viene en los momentos más dramáticos (final del segundo acto y escena de las apariciones) y en las grandes frases verdianas (dúo con la soprano y el aria), donde la voz no tiene la consistencia suficiente y el fiato queda demasiado corto. Bueno el Banquo de Ulyanov, un cantante que no conviene perder de vista en Madrid, y enfático y provinciano el Macduff de Stefano Secco.
Interesante, aunque no redonda, la versión ofrecida por Currentzis, que fue el más ovacionado en los saludos finales. Interpretación muy vigorosa, incluso agresiva en algunos momentos (el final del primer acto rozó peligrosamente el estruendo), muy pendiente de resaltar los aspectos rítmicos de la partitura, y los giros melódicos que Verdi concede a la orquesta (en especial a los vientos) y que en otras ocasiones pasan más desapercibidos. Pero la inexperiencia (es muy joven) le pasa factura en la incapacidad para sostener la tensión en los grandes momentos verdianos. Como reza el dicho,
lo difícil no es llegar sino mantenerse. Por eso el final del primer acto, tras un estallido inicial poderosísimo, se fue desinflando poco a poco. O la escena de las apariciones, donde hay picos de gran efecto, pero a la parte sustantiva le cuesta sostenerse. O también el coro de refugiados, muy matizado por parte del coro y la orquesta en cuanto a colores y dinámicas, pero que quedó demasiado académico, sin verdadera emoción. Tampoco el acompañamiento de
La luce langue consiguió del todo esa atmósfera turbia y enrarecida que el momento pide. En cualquier caso, parece que se trata de un director con personalidad y con ideas, por lo que puede ser muy positivo verlo madurar. Por cierto, eligió la segunda versión de la obra, sin el ballet, pero con el añadido del aria
Mal per me, perteneciente a la primera versión. Sé que se hace muy a menudo este batiburrillo, pero que conste que no me gusta
.
La puesta en escena del supuesto lumbrera Tcherniakov ya la conocía por haberla visto en video. Vista en directo, ni gana ni pierde. Sigue siendo igual de aburrida e insulsa. Huye como de la peste del elemento sobrenatural, que, por otra parte, es consustancial a la obra, y así le va. Sin embargo, sí que hay un momento “sobrenatural”, cuando al final del segundo acto los señores Macbeth quedan solos en el escenario, mientras se sigue escuchando el coro al completo, que está situado en el foso, como si las voces vinieran del más allá. Lo que no me queda claro es si es otra genialidad del susodicho lumbrera, o simplemente es un recurso de última hora, porque al diseñar la producción se dio cuenta de que el coro no cabía en el minúsculo decorado. Me inclino más por la segunda opción, dado que el mismo recurso se repite cada vez que hay un concertante.
Todo el conjunto es plano, estático, mediocre, de andar por casa. Y, por tanto, desaprovecha todo el vigor, los contrastes, el ritmo, el vértigo, la atmósfera y el componente telúrico de la partitura. En definitiva, un despropósito. Pero menos es nada: por lo menos no es el habitual espanto estético; se puede mirar el escenario sin que le sangren a uno los ojos.