Volviendo al tema de la Clemenza. Estuve el martes pasado 14/02/2012
Con absoluto respeto al resto de opiniones os participo mis impresiones. Si traer una antigua y casposilla producción con un reparto mediocre es colocar el Teatro Real en el centro del mundo operístico... y el público en pie aplaudiendo. No se... esperaba más del público de Madrid.
En mi opinión, la Clemenza di Tito del Teatro Real presenta un encefalograma plano. A diferencia de la exquisita y matizada dirección de Hengelbrock en Ifigenia en Táuride, enero de 2011, en el mismo Teatro Real, la mostrada en la Clemenza queriendo ser equilibrada y neoclásica ha sido rutinaria y anodina. Si bien las intervenciones del clarinetista, quizá con instrumento antiguo en el aria de Sesto “parto, parto”, alcanzaron la excelencia.
Las facultades de Yann Beuron para el papel de Tito son claramente insuficientes. Su registro medio engolado lo eleva hacia los agudos desafinados, en ocasiones en falsete, para acabar perdiendo el aliento, mientras que las medias voces apenas las recitaba. Un desastre total. Amanda Majeski como Vitellia le fue a la zaga con un vibrato inacabable y grandes dificultades en la coloratura. En mi opinión la mejor actuación fue la de Kate Aldrich en el papel de Sesto, presentó una voz homogénea en todo su registro, muy bien proyectada, que desplegaba una bella línea de canto. Serena Malfi, que interpretaba a Annio, fue correcta en su ejecución si bien dispone de una voz más pequeña y menos versátil. María Savastano, como Servilia, y Guido Consolo, como Publio, cumplieron sus papeles con dignidad.
Todos ellos, y seguramente instigados por el director de escena que, según declaró prefería demostrar las emociones de alguna manera intemporales a presentar una ópera seria de tema histórico, sobreactuaron en exceso provocando una interpretación algo histriónica y revolucionada.
La producción es obra del escenógrafo (que exigió, para hacerse cargo del proyecto, la dirección de escena, lo que explica seguramente las carencias de la misma) Karl-Erst Herrmann, asistido de su mujer Ursel. En mi opinión, la puesta en escena es desafortunada y kitsch. Un espacio en blanco delimitado por las tres paredes en las que se abren puertas a modo de “valva regia” central y “valvae hospitalia” laterales, que muestran perspectivas aceleradas inspiradas en el teatro olímpico palladiano de Vicenza, pero ejecutadas sin la genialidad de Borromini en la columnata del Palazzo Spada de Roma o Bernini en la Scala Regia del Vaticano y que fueron pensadas para un teatro clásico semicircular y no para un teatro de herradura de concepción barroca como es el Teatro Real, lo que da como resultado una percepción deformada desde muchas localidades del mismo. Los elementos escenográficos y de atrezzo son una fusión entre el siglo XVIII y un clasicismo mal entendido cuya utilización en escena resulta confusa y desordenada. A modo de ejemplo: trajes (obra asimismo de Herrmann) dieciochescos falsamente minimalistas, coronas de laurel, trono inspirado en arquitectura clásica, esclavina de lentejuelas, columna toscana de orden gigante de basa anticanónica, sin renunciar incluso a los papelitos de purpurina que caen desde el techo en un momento determinado. En fin, algo de gusto muy dudoso.
De todas maneras Mozart puede con todo y su maravillosa música sobrevive de manera prodigiosa a tamaño desvarío.
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