La propuesta me parecía muy apetecible de entrada. Una buena idea: recrear la costumbre del
pasticcio barroco, con un hilo argumental al que se acoplaban las arias conocidas y favoritas del público, desgranadas por las
prime donne y
primi uomini que hacían furor en la época. Eso ocurría en los teatros del XVIII. Y fue lo que quiso hacer el Met, con una historia basada en una mezcla de
La Tempestad de Shakespeare y
El sueño de una noche de verano, y con reparto
all star, incluso con el cebo de la aparición de Plácido Domingo. Contando con todos los ingredientes para el éxito, el espectáculo no fue ni mucho menos redondo. Pero vayamos por partes.
El reparto fue muy, muy irregular. Tuvo de todo: voces en decadencia, voces que se empeñan en meterse en repertorio barroco y no deberían ni tocarlo, voces de Manolita Chen, voces cumplidoras y dignas, y una gran excepción a este panorama de pifias canoras, ya diré cuál. Ahora, en detalle, vamos a dar a cada uno lo que merece:
–Es muy preocupante el estado vocal del contratenor
David Daniels. Su Próspero, estupendo en lo escénico, sonó muy forzado desde el principio, casi al borde del grito, con finales de frases áfonos y cortados, escaso manejo de las dinámicas… Muy, pero que muy cascado y lo siento.
–Tampoco sonó lozana la voz de
Plácido Domingo, que salió vestido de fuente de Neptuno del madrileño Paseo del Prado (es la pura verdad, y basta con ver la foto). Plácido hizo vocalmente de sí mismo, para variar: sonaba a todo menos a barroco, de repente salía Puccini de su boca, o Verdi, o a saber qué… Completamente fuera de estilo, que nadie me diga que su presencia es lo único que puede atraer al público a las óperas barrocas, porque a estas alturas el señor Domingo ya no tiene nada que demostrar sobre un escenario, y estos cameos no le hacen justicia alguna. Pero él sabrá…
–
Danielle De Niese no sabe cantar Barroco por más que se empeñe en ello. Su Ariel fue un repertorio de carreritas, saltos, gestos y monadas varias sobre el escenario, pero la línea de canto es todo menos limpia, y las agilidades son por aproximación. "Vale, soy poco cuidadosa como cantante, pero como soy tan mona y tan graciosa lo disimulo todo…". Pues no
, no das el pego.
–Aunque pone las mejores intenciones –y es mejor cantante que la pseudodiva De Niese– tampoco
Luca Pisaroni (Caliban) está hecho para este repertorio. Fueron bastante peores
Paul Appleby (Demetrio) y sobre todo el barítono
Elliot Madore (Lisandro), que encima debutaba en el Met. Qué gritos, qué ordinariez canora la de este último, qué espanto de cantante.
–De verdadera risa el contratenor
Anthony Roth Costanzo (Fernando), grandísima estrella para el Chen. Los que acusan a Jaroussky de minivoz es que no han escuchado a este señor…
–No todo iba a ser tan pavoroso como sugieren las líneas anteriores. También en el elenco hubo voces afinadas, timbradas y correctas, con una línea de canto cuidada y trabajada, como las de
Layla Claire (Helena),
Elisabeth De Shong (Hermia), y sobre todo
Lisette Oropesa (Miranda), a la que ya pudimos ver como una de las Hijas del Rhin en el pasado
Rheingold.
–Lo mejor del reparto, con gran diferencia, fue
Joyce Di Donato (Sycorax), a años luz por encima del resto. A pesar de unos ocasionales graves falsos y entubados hasta lo caricaturesco –como hacía de bruja tuvo que echar mano del "momento Ulrica"–, cantó mejor que nadie, con cuidado, con limpieza… Brava!
–El libreto fue escrito por
Jeremy Sams, y la idea de partida no era mala: a la isla donde se encuentran el mago Próspero, exiliado duque de Milán, y su hija Miranda, llegan Demetrio, Helena, Lisandro y Hermia, los cuatro enamorados del
Sueño de una noche de verano. Los encantamientos de Ariel, que asume en parte el papel de Puck, desencadenarán una serie de equívocos y confusiones. Al final, la hechicera Sycorax, madre del monstruo Calibán, recupera el dominio de la isla de manos de Próspero, las parejas se reconcilian y Miranda se unirá a su prometido Fernando. Todo ello está muy bien, sí. Pero el problema es que a veces la calidad literaria del texto es mala, rozando peligrosamente el ridículo. La escena en que Neptuno se lamenta por el mal estado de los mares sonaba casi a proclama ecologista, y chirriaba mucho con un argumento shakespeariano que servía de fondo a un falso pastiche operístico dieciochesco. En fin…
–La
música reunía
highlights de Haendel, Vivaldi, Rameau y otros, a cual más hermoso y complicado. Resultó particularmente insuficiente De Niese en su versión de la dificilísima "Agitata da due venti". Claro que tampoco hubiese estado mal la Kermes zarandeando su poderío por el inmenso escenario del Met… Y fue demasiado reiterativa la utilización del bello duo de
Ariodante "Prendi, prendi da questa mano", de manera casi cómica.
–La
producción de
Phelim McDermott, que ya había firmado la exitosa
Satyagraha, resultó muy bonita visualmente, con los preciosos decorados dieciochescos de
Julian Crouch.
Ahora viene lo más incomprensible: la dirección de
William Christie. Un músico serio, respetable y respetado, conocedor como pocos del estilo y la época, toda una garantía para este repertorio. Pues en el foso del Met estuvo dirigiendo una falsa, falsísima orquesta barroca, que no sonaba a barroca porque era parte de la orquesta habitual del Met. Demasiado numerosa, el sonido era sucio, muy emborronado y nada barroco, la articulación y fraseo correctos brillaban por su ausencia, etc, etc. Había clave y órgano, que apenas se oyeron. El caso es que cuando Christie se pone exquisito, bien que sabe serlo; su
Atys en la Opéra Comique fue todo un hito en el revival barroco, de la misma manera que su labor al frente de Les Arts Florissants, y todo el que haya estado en la trilogía monteverdiana del Real puede dar fe de lo cuidadísimo de la sonoridad del continuo y de todo lo que salía del foso. En el Met ofreció un producto adulterado, un falso Barroco, una mixtificación ¿Cómo se prestó Christie a ponerse al frente de este Barroco de pandereta, más o menos agradable, pero que por momentos sonaba casi a musical de Broadway? ¿El Barroco "de verdad" sonaría demasiado sobrio para los gustos del Met? Sólo puedo suponer que el acicate no fue otro que el que insufla al Tío Gilito la razón de su existir.