Recién llegado a casa tras la escapada dominical a Oviedo, pote incluido con los amigos. Y en resumen, esta "Norma" ha sido una función altamente disfrutable, con muchísimas desigualdades, y con dos estrellas como la Radavanovsky y la Zajick, no exentas de múltiples matizaciones.
Vayamos por la protagonista. Todo el debate debe girar en torno a la concepción que tengamos del rol de Norma. Si nuestro ideal intocable es la Sutherland (Caballé como única alternativa admisible), la Radanovsky no nos va a gustar nada. Con una coloratura por aproximación, unas agilidades precarias y una voz no especialmente bella, su caracterización no encaja ahí. Si, por el contrario, estamos más en una línea Milanov o, salvadísimas las distancias, de la Callas, podremos estar acercándonos. La soprano americana ofrece, sobre todo, el dominio de un instrumento como el suyo, de proporciones descomunales, que incluso en mezzavoce llena el Campoamor, y que domeña con filados, mesa di voce, pianísimos sostenidos, sobreagudos timbradísimos y potentes... ¿Que es la quintaesencia del belcanto? Desde luego que no, pero ello no quita que encarne a una Norma de raza, con una fortísima personalidad. Hablaría de fraseo y dicción, pero si nos daba igual con Dame Joan, ¿por qué habría de importarnos ahora? Si somos generosos en la identificación del personaje, en su perfilado, nos gustará la Radvanovsky. Si no, saldremos defraudados. Yo salí altamente satisfecho.
La Zajick está en la recta final de su carrera. No quiere ello decir que sea la razón de que vaya a Oviedo o Sevilla, advierto. Pero empieza a tener problemas físicos con su voz. No le responde como a ella le gustaría en más ocasiones de las deseadas. Primero le dejó de llegar a lo más alto del registro, con ese sobreagudo que no le entra en el "O don fatale" de su legendaria Eboli. Ahora, en esta Adalgisa se le quiebra atacando un agudo en pianísimo, quizás para sortear la dificultad de hacerlo en forte. Sea como fuere, no quiero que la anécdota empañe un papel que tampoco es su especialidad (las mismas pegas de inadecuación estilística pura que hice con la soprano), pero que saca adelante con oficio, luciendo sus armas como son el control de la respiración y la regulación de las dinámicas. Ha sido y es una artistaza.
Flojo, flojísimo, el tenor que dice ser Aquiles Machado. Nada recuerda al cantante que fue años atrás, ni siquiera la figura! Una voz fabricada de nuevo, con un centro denso y un grave solvente, pero que se disuelven como azucarillo conforme asciende por la escala hacia el pasaje, donde se estruja y blanquea sin falta de lejía, hasta sonar blancuzco, siempre apretado y sin brillo. Con tamañas limitaciones, yo no sé qué va a ser de este chico, porque cante lo que cante, si el paso de la voz no lo resuelve, va a sufrir en cualquier papel. Intentó la puntature del do en el "Meco al altar di venere", y tuvo que desistir porque le sobrevenía el gallo. Y para acabar el cantabile se aferró a un portamento para salir vivo. En fin, que muy mal pinta la cosa para un tenor tan joven, y al que no le recuerdo tantos problemas en su Ernani del pasado año en Bilbao.
Colombara, plano como la estepa rusa e intrascendente. El resto del reparto, correcto. Y el director, malo. Pero hasta cierto punto, disculpable. Los tempi soporíferos que le imprime a la orquesta en ciertos pasajes responden, claramente, a la necesidad de las dos cantantes femeninas. Con las agilidades de aquella manera, o las deja cantarlas a su manera y coger aire, o hay naufragio. Lo que no se entiende, y de ahí su suspenso, es el sonido chimpunero que en algunos momentos tiene la OSPA, o que no sepa imprimirle vigor y tensión a los músicos en ausencia de las dos divas en escena. Y la ópera se le cae por momentos.
Dicho todo lo cual, es un lujo para Oviedo tener a estos dos estrellones y poder ofrecer un título tan interesante, cuyo resultado final hace olvidar la semiescenificación (no molesta lo más mínimo) y los pequeños detalles que apunto, más como notas al pie de una función muy muy disfrutable que como reproches.
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