Vengo de ver Tenorio en el Real (función del 19 de mayo) y me ha parecido un tostonazo importante. Lo mejor, en mi opinión, es la música orquestal, muy elegante y gustosa para oír en directo; sabe resultar juguetona y hasta socarrona a ratos, pero en ningún momento sensual ni apasionada, ni desafiante, ni brutal... Salvando el final, cuando las ánimas atormentan a Don Juan, y algún momento jocoso, la música de Marco me ha parecido muy alejada del tono y la intención de los versos clásicos que se han volcado en el libreto (originales de distintas versiones del Tenorio y algunos otros clásicos de nuestras letras).
Las melodías vocales, demasiado monótonas para mi gusto, me han sonado casi siempre ajenas a los versos: se ha notado en muchas ocasiones que a los intérpretes les resultaba muy forzado encajar texto y música. En algunas partes del coro y del papel de Don Juan toman un cariz más melódico, lo que he agradecido muchísimo, pues además de ser las partes más bellas y disfrutables para mi gusto, el verso ha fluido allí con más naturalidad que en el resto. Parecía entonces que la obra pudiese desplegar pasajes más líricos, lo que no llega a suceder. Una pena, pues me quedo con la impresión de que con esta música orquestal y los versos del libreto, si las voces se llegasen a mover, sin complejos y en pasajes amplios, por los terrenos melódicos a los que se asoman en algunos momentos, podría haber quedado una obra interesante.
En cuanto a la puesta en escena, me parece bien traído, al hilo de la introducción y el epilogo del libreto (la una poniendo en antecedentes al espectador sobre el mito de Don Juan y sus distintas encarnaciones, y el otro reflexionando sobre su significación actual), el recurso de situar la acción en un rodaje contemporáneo del Don Juan clásico. En un principio parece funcionar. Pero el disponer estos dos planos de narración, y encima dar más protagonismo al marco (rodaje) que al cuadro, hace que me aleje aún más de la obra que estoy presenciando y que todo me resulte aún más frío. Estéticamente, el conjunto queda lastrado al estar el escenario presidido por un anodino croma verde, y los elementos interesantes, que los hay, relegados a la periferia.
La función, con un aforo discreto, ha terminado con un aplauso tibio y protocolario.
Sobre la reflexión que plantea el director del Teatro en el programa de mano, mi humilde opinión es que lo mejor que podemos hacer con el mito de Don Juan es zambullirnos y regodearnos en él y dejar que nos subyugue. Si los mitos son mitos y las obras maestras se consideran tales, es porque tienen el poder de fascinarnos e interpelarnos pasada su época. Salvo que sea uno muy animal, llegará, visto desde hoy, a las mismas conclusiones con acercamientos frontales y crudos que cuando se nos sirven edulcorados y pasados por profilácticas disecciones intelectuales; y además, disfrutará de ellos. Y quien no los conozca por encarnaciones previas, entenderá por qué son mitos.
Pese a escuchar y leer en pantalla los versos de Zorrilla, no he visto ni oído esta tarde a su Tenorio por ninguna parte. Me he acordado mucho del magnífico Don Juan de Torrente Ballester, como ejemplo de buen hacer en la actualización y deformación del mito.
|