Šostakovič hace una revisión de la ópera de 1934, le cambia el título y le da un nuevo número de opus, el 114 (Lady Macbeth... és el op. 29). Esto parece implicar una obra diferente y lo es, pero no tanto. En el fondo, la voluntad del autor es poder volver a representar una obra que llevaba más de veinte años prohibida y para conseguirlo intenta limar aspectos que, aun muerto Stalin, podrían continuar resultando conflictivos. La música se adecúa mejor a los postulados oficiales, con una orquestación más "ortodoxa" y desaparece parte de la crudeza de texto y música, especialmente en los primeros actos. El cambio del título contribuye al acercamiento a la cultura oficial al eliminar un referente a la cultura inglesa y, en general, occidental que, en aquel momento, no convenía remarcar en la URSS.
Aun así, continúa, en esencia, siendo la misma obra. Que Šostakovič dijera que prefería esta segunda versión podría ser, simplemente, para favorecer su programación. Cuando Nesterenko, que había tratado con Šostakovič, visitó Barcelona al hacer, en 2002, de prisionero en la última reposición de Lady Macbeth de Mtsensk, comentó en una entrevista que el autor había reconocido que el gran motivo para revisar la obra había sido que, con un nuevo título y algunos cambios, podría registrarla y cobrar derechos por la obra, pues los de la original ya no eran suyos. De aquí el interés que tenía para que se representara en todas partes la nueva versión, como así se hizo en el Liceu en 1965. Por ello, tampoco podemos saber si esta preferencia era sincera o, simplemente, un ardid "publicitario". También puede ser que los malos recuerdos que le traía la primera, por la censura y haberlo situado en la lista negra de Stalin, le hicieran preferir la segunda.
La música de los intermedios cambia radicalmente y en la nueva versión suenan más al Šostakovič sinfónico de aquellos años, menos experimental que el de 1934. En el acto primero, en la escena del dormitorio de Katarina, se abrevia y se rebaja mucho la tensión sexual, tanto en la música como en el texto, que dejan de ser tan explícitos. Cierto es que, tanto en los intermedios como en esta escena, se pierde fuerza expresiva y disminuye esa visión casi sarcástica de la situación. La obra revisada, desde un punto de vista teatral, no tiene la misma garra. Por el camino, se pierde música: de los 180 minutos de la versión de 1934, se pasa a unos 150 en la revisada, y no es solo por el considerable corte en la escena del dormitorio. Pero vamos, que en el resto, la música és más o menos la misma y cambia algo la orquestación.
Pasando a la representación actual en el Liceu y a la espera de ver el reparto con Jakubiak la semana entrante, comento la función con Ángeles Blancas y compañía. En general, excelente. Con luz propia, brillan orquesta y coro. La orquesta y su dirección, sencillamente, impresionan: no podrían sonar mejor. Espectacular en los intermedios, con tensión durante las escenas dramáticas, acompañando perfectamente a las voces pero brillando en todas sus secciones. Un gran, gran trabajo. El coro, que tiene unas cuantas intervenciones, parece cambiado: o tiene refuerzo o se han puesto las pilas según qué cantantes, porque suena compacto, brillante, con fuerza... tanto las voces masculinas como las femeninas, donde suele haber más problemas.
El papel de Katerina es de aquellos que obliga a la cantante a estar continuamente en escena y casi siempre cantando. Aparte de extenuante, tiene momentos comprometidos y requiere no solo de una voz, sino de una actriz que sepa transmitir el carácter del personaje. Blancas cumple su cometido. Sube perfectamente a unos agudos peligrosísimos sin gritar nunca, incluso sin dejar intuir un mínimo descontrol en la voz, con una seguridad pasmosa. Va de menos a más, ciertamente, pero su primera gran intervención, la diatriba a los trabajadores de la granja, ya marca un nivel. Quizás hubiera deseado un grave más contundente en esta diatriba (de hecho, los pone a caldo y ha de mostrar enfado) pero está muy bien resuelta. Después, la evolución del personaje está perfectamente dibujada, tanto por la voz como por la actuación.
Los papeles secundarios (el marido, el suegro, etc.) muy bien. El viejo prisionero del final, con Burchuladze... da un poco de pena porque por mucho homenaje que se le quiera hacer ofreciéndole este papel, lo que hace es dejar en evidencia que el hombre ya no está para cantar: son 79 años y de aquel vozarrón queda muy poquito. Y el Sergei de Ladislav Elgr... no sé, a mí no me ha convencido. No canta mal, pero no me lo creo. Ya, de entrada, no tiene el atractivo que se podría esperar del personaje. Ventris, en la actuación de 2002, era un machote bruto y sensual creíble. Este Elgr es tan "normal" como cualquiera de nosotros de joven y, con la iluminación, hasta parece que tenga más entradas de las que tiene: resulta difícil entender la fascinación que siente Katerina nada más verlo. Y cantando, tampoco es que impresione mucho: irregular, tirando a normalito. Probablemente, el primer reparto, en esto, ganará.
La escena tiene momentos de gran belleza pero, también, problemas, especialmente en el último acto. Lo de la superficie de agua, en virtud de una gran iluminación, consigue algunos efectos espléndidos, pero también molesta el reflejo de algunos focos en momentos puntuales que se podrían haber evitado. Que el significado del agua sea uno u otro (el pozo en el que se sumergen los protagonistas, los lodazales de la corrupción, el reflejo de una vida miserable o las aguas sucias a que se refiere el jefe de policía) acaba siendo lo de menos y pasa a ser un elemento de la escena, nada más. Pero en el último acto, donde la protagonista tendría que tirarse al lago, arrastrando a su rival y muriendo ambas, el agua molesta: como siempre está ahí, no se puede hacer que ahora sea real y sea un lago, con lo cual muere de otra forma y no acaba de quedar bien resuelto. Igualmente, lo de las camas en la prisión, repitiendo el dormitorio de la protagonista como queriendo evidenciar que esos dormitorios eran auténticas prisiones para las mujeres, como había pasado con Katerina hasta que se cansa, tampoco acaba de funcionar. Los movimiento de los paneles y el juego de luces son muy interesantes, pero no sé yo si el juego que hace con algunos, que en perspectiva deja ver personajes al fondo, permite su visión desde los laterales. La escena de la "pornofonía", como lo definieron en alguna crítica de la época, está bien resuelta y, viéndose "todo", no se ve nada. Encuentro que se ha sabido hacer bien, como la muerte de Zinovi. En cambio, que cuando el suegro la hace salir, ella no se ponga nada sobre el camisón cuando vienen los demás queda poco creíble. Pero bueno... funciona dramáticamente, podría mejorar algunos detalles, especialmente si se revisara el útimo acto.
Cuando empezó, el teatro estaba bastante lleno: los últimos tramos laterales eran los únicos sin ocupar. Se hacen los dos primeros actos seguidos (120 minutos), hay un descanso y 70 minutos más. El caso es que en el entreacto desapareció un considerable número de espectadores. Son cosas que no se entienden: cierto que no es una ópera melódica, pero tiene fuerza, tiene casi casi un algo cinematográfico y la función era de calidad. Obviamente, no tendría que ver con la violencia o el sexo implícito o explícito, que ya estamos más que curados de espantos. No sé... esto, no hace tantos años, no pasaba, la verdad.
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