Je t´adore dice el caballero Des Grieux a la joven Manon en el segundo acto; y así podríamos resumir la gran velada de ópera vivida el jueves 3 de octubre (estreno de temporada) en Les Arts. Cuando cayó el telón les mandé un mensaje a mis amigos de La Panderola con el siguiente texto: Chicos, OPERÓN. Cierto, quedé entusiasmado y el caso es que a medida que pasan las horas soy más crítico con “cositas” que se vieron, pero en conjunto sigo pensando lo mismo, éxito sin duda de D. Jules y de ese pedazo de orquesta, dirigida por James Gaffigan, que hizo que sonara de maravilla en su conjunto para lograr la emoción a través de la sutileza, la armonía y la belleza de esta partitura. Emoción, casi nada.
Vayamos por partes la escenografía de esta ópera comique, tan francesa, con su ballet (prescindible), sus cinco actos (4 horas sentado que se me pasaron rápidas) y sus recitativos, es producción de la Opera Nacional de Paris y el director de escena es Vincent Huguet; nacido en Montpellier, tendrá casi seguro -supongo- origen valenciano; en mi pueblo hay uno que se llama igual. Hace una transposición a los años 20 sin tocar un ápice la historia del Abate Prévost y el resultado a mí me gustó mucho: mucha luz, mucho colorido, situaciones lógicas (no cantaba nadie colgado de una cuerda boca abajo, por ejemplo), y con un resultado magnífico. Sucedió una cosa que pocas veces he visto, una vez en el Liceo en una Aida que recuperó los telones clásicos de Mestres Cabanes y la otra vez el pasado jueves, al subir el telón en el segundo acto: la gente aplaudió. Tomen nota los genios, cuando la gente ve colorido, cosas con sentido y que te cautivan por su vistosidad, gusta y mucho. Todo muy francés. Huguet por cierto, fue aplaudido al final. Se le veía muy satisfecho.
Cosas negativas del montaje, la figura (hilo conductor, se supone) de Joséphine Baker que no pega ni con cola. ¿Por qué? Ni idea. Quizá mujer fatal como Manon… Menos idea esa especie de teatrillo breve (gracias a Dios) que se representaba durante un minuto sin música o con música grabada, antes de subir el telón en cada acto… Tenía cierta gracia, pero ¿por qué…? Yo, como Edith Piaf, no comprendí rien de rien. Ojo, no digo que no tenga sentido, a lo mejor sí, pero nadie lo explicó. Ahora no hay programas de mano (gracias a eso hemos ahorrado no sé cuántas toneladas de CO2 a la atmósfera, como decía un mail que nos mandaron) pero en el programa digital no estaría de más, yo lo he pedido en alguna ocasión, una entrevista al director de escena en la que explicase los porqués de las cosas. Y la última cosa negativa el último acto. En el libreto se habla de “un lugar desolado cerca de la carretera a Le Havre”, y sin embargo nos mostraron una especie de hospital psiquiátrico con monjas al lado de camas con gente… y todo bastante oscuro. Eso sí, el encuadre de luz a una especie de trapecio irregular en cuyo interior estaba el dúo protagonista, resultó sugerente.
Manon fue una gran Lisette Oropesa omnipresente en el escenario que actuó de forma soberbia, que igual cantaba que bailaba, que recitaba… magnífica en todo momento. Grandísima en actuación, bailó bien y cantó mejor. Preciosos sus filados, gran centro vocal, la coloratura ágil, buena vocalización, quizá acusó escaso volumen en algunos momentos, y la única pega que yo aprecié fue en el momento de atacar los dos agudos del tercer acto durante ese canto a la juventud quedó un poquito mate, un poquito justita, sobre todo el primer agudo, como si se reservase (era día de estreno). Sin embargo, el conjunto extraordinario. Durante el segundo acto sus arias de “mi pequeña mesa” y “En fermant les yeux” de un lirismo mágico y sobrecogedor (me recordó en emoción a Victoria de los Ángeles) y tanto los dúos de San Sulpice como el final, lirismo puro con emoción a raudales, magníficos ambos. Por cierto, muy buena su vocalización y su francés bueno también. Bravísima, sobresaliente.
Charles Castronovo me decepcionó, tiene una voz engolada y con poco brillo, lo que quedó patente desde el primer momento; sin embargo, fue de menos a más y actuó de forma destacada dando mucho de sí en sus momentos estelares como en “Je suis seul” que la cantó con fuerza y llegó al corazón pero sin brillo como ya he dicho antes. En el dúo de San Sulpice, magnífico. También en el dúo final que además se prestó a que, a telón ya caído, salieran a saludar la pareja protagonista con la única iluminación del cañón de luz, como ha sido siempre y debe de ser (sobre todo, para dejarnos secar la lagrimita). Esto hace afición.
Los comprimarios cumplieron sobradamente, aunque resaltaron más por actuación que por canto. Destaco al Conde Des Grieux interpretado por James Creswell que con su rotunda voz de bajo dio credibilidad al personaje y por eso fue especialmente aplaudido.
Coro como siempre. Magnífico en canto y también actuando, esto hay que decirlo porque son unos artistas como la copa de un pino.
Y la orquesta… No se puede decir más cosas buenas de esta agrupación. Desde el primer momento sonó a gloria. Esta ópera con sus leit motiv que se repiten y calan profundamente, cautivó al público (escaso como siempre que no está el sota caballo y rey del repertorio) que salimos al jardín del Turia embriagados de emoción y buena música. Noche para el recuerdo.
Por cierto, a ver si algún forero puede darme alguna pista, en algunos momentos hubo alguna línea melódica que me recordó a Doña Francisquita. He buscado pero no he visto ninguna conexión clara entre Amadeo Vives y Massenet, ¿sabe alguien si la hubo?.
Repito gran noche de ópera, igual repito un día de estos, y por favor, que funcione el boca-oreja, es ópera de las que te atrapan. Y, qué más decir, pues que ¡vive la France! (y España, claro).
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