Il ritorno del Tempo e del Disenganno Staatsoper im Schiller Theater. 24-01-2012
Hace cosa de un mes, recibí un mail de la Staatsoper titulado "Barock-Schwerpunkt an der Staatsoper: Zwei Premieren im Januar!" n el que anunciaban que el barroco había llegado a Berlín de la mano de Minkowsky. Yo, que desde que descubrí la Poppea, cada vez me interesa, me gusta y disfruto más del barroco, reibí la noticia con ilusión. Estuve la semana pasada en el concierto de Händel con Minkowsky y Lezhneva, que aun con sus evidentes limitaciones de registro (sobre todo el grave), y su juventud, me dejó anonadado por la belleza del timbre y el control en la emisión, la capacidad para hacer tenutos, para vibrar o mantener fijas las notas... Después de haber disfrutado con Lezhneva y en la segunda parte con la Wassermusik, esperaba con interés la representación de este oratorio. Una obra de juventud de Händel, con además fragmentos tan bellos como el Lascia la spina/ch'io pianga. Seguro que está entretenido.
Pero lo que vi anoche me dejó literalmente impresionado. Qué música más bella, qué variedad en las arias, qué melodías, qué cantidad de efectos en la orquesta, qué dúos, qué arias, qué recitativos, qué libretto, qué todo. Una obra maravillosa, llena de música inspiradísima, sin un solo momento de aburrimiento ni ninguna aria de relleno: todo desde lo muy bueno hasta lo magnífico, con un final absolutamente sublime. Y es que Händel contaba anoche con tres aliados: Minkowsky, su orquesta y la puesta en escena. La lectura del francés solo puede calificarse de magnífica: llena de efectos, de contrastes, de tensión musical, guiando a los cantantes en todo momento, dando lecciones a cada aria de cómo se debe cantar el barroco. La orquesta, Les Musiciens du Louvre, con un sonido bellísimo, unos solistas más que notables; siempre plegándose a las indicaciones del director. Por último, la puesta en escena de Jürgen Flimm, que por lo visto ya se pudo disffrutar en el Teatro Real hace unos años, fue la guinda del pastel: llena de detalles, siempre en movimiento, bella y moderna, pero siempre fiel al mensaje del oratorio. Los cantantes, por últimos, eran voces y técnicas limitadas, cada una a su manera: Sylvia Schwartz (Bellezza) tiene unas agilidades poco pulcras y un agudo agrio (a la De Niese), Delphine Galou (Disinganno) lucía una voz preciosa y muy controlada, pero apenas audible (y eso que estaba en primera fila), Charles Workman (Tempo), una voz que solo brilla en el primer agudo, mientras que el resto del registro o es mate o está descontrolado, por último, la mejor del elenco, Inga Kalna (Piacere), que aunque empezó fría, y el timbre no es especialmente grato, controla con bastante solvencia las agilidades, y es una intérprete muy aguerrida. Pero es que estos intérpretes, con todas sus limitaciones individuales, hicieron ARTE con mayúsculas, con Minkowsky guiándoles y mimándoles en busca de efectos, de tentutos, de vibraciones, de pianísimos, con el resultado de unos maravillosos Lascia la spina, dúo Tempo-Disinganno o Finale, entre otros.
En resumen, una gran noche, de esas que te hacen amar aún más la música y la ópera (aunque sea un oratorio). Una noche de la que tardaré en olvidarme, de esas en que te dejas las manos aplaudiendo, de esas que al acabar, solo puedes quedarte sobrecogido.
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